Era el principal elemento del complejo de Stonehenge que quedaba por identificar. Iniciada su construcción hace algo menos de 5.000 años, los megalitos más exteriores, las llamadas piedras sarsen, proceden de una cantera cercana, unos 25 kilómetros al norte. El círculo interior, el de las piedras azules, procede de mucho más lejos, de las montañas Preseli (Gales), a unos 250 km. Teniendo en cuenta que lo que después los romanos llamarían Britania se encontraba en pleno Neolítico, aun con muchas limitaciones tecnológicas, la distancia es enorme. En el centro, en algún momento de su erección, sus creadores colocaron una enorme roca azulada a modo de altar. Durante años se ha discutido sobre su procedencia. Ahora, combinando sofisticadas técnicas científicas y de minería, han podido datarla y, más aún, señalar su origen: en la cuenca de las Orcadas, en el extremo norte de la actual Escocia. ¿Cómo y por qué fueron a buscar una enorme piedra hasta allí? ¿Cómo y por qué la transportaron hasta el sur de lo que hoy es Inglaterra? La falta de respuestas definitivas añade más misterio a Stonehenge.
Richard Bevins, profesor honorario de la Universidad de Aberystwyth (Reino Unido) y el que fuera alumno suyo, el geólogo Nick Pearce, llevaban años estudiando el altar de Stonehenge. Como investigadores de una institución galesa, buscaban confirmar que el elemento central del principal monumento inglés también era galés. El último intento lo realizaron desde 2018. “La piedra del altar se encuentra en el centro del monumento y es una piedra azul, aunque muy diferente de las otras. Tiene aproximadamente el doble del tamaño de las piedras azules ígneas más pequeñas, pesa seis toneladas, y tiene cinco metros de largo, las otras tienen unas tres toneladas como máximo”, describió Pearce durante una rueda de prensa online. “Es un tipo de roca, una piedra arenisca de color verde grisáceo con la que todo el mundo en el Reino Unido parecía estar perdido”, añade. Al final tuvieron que rendirse y reconocer en un trabajo científico que el altar no era galés. Decidieron entonces buscar la cantera en Inglaterra y el sur de Escocia. En estas estaban cuando recibieron un correo de Anthony Clarke, un doctorando galés, desde la Universidad de Curtin (Australia).
“Mi doctorado trataba sobre la datación de rocas galesas [no relacionadas con las de Stonehenge] utilizando los isótopos que contienen. Nick me preguntó ¿te gustaría intentar analizar la piedra del altar? Antes de darme cuenta, me estaban enviando muestras a Australia para su análisis”, recuerda Clarke. “¿Por qué Australia, por qué enviar material al otro lado del planeta para que lo analicen? Es por variedad de equipos que tenemos en la Universidad de Curtin, en parte debido a la industria minera de Australia Occidental. Si quieres entender dónde podría estar tu próximo depósito de mineral de hierro, usarás las mismas herramientas para saber de dónde proviene la piedra del altar”, añade.
La piedra es una arenisca, lo que significa que está formada por muchos granos microscópicos diminutos de minerales. El geólogo del Instituto Oceanográfico Español (IEO-CSIC) José Antonio Lozano, no relacionado con el estudio, recuerda que para “las sociedades del pasado era una roca muy buena, porque era tallable; de hecho, muchas de las catedrales, de los edificios renacentistas y medievales del sur de la península ibérica son de arenisca”. Aquellos granos microscópicos, su presencia, distribución, edad... dan a una determinada piedra una especie de huella propia que informa sobre su origen. “Es vital realizar cartografías de tu territorio. Los geólogos hemos ido al campo con un martillo, una lupa, una brújula, un mapa y unas buenas botas y vas determinando en el mapa qué materiales hay por todas partes. Después se van haciendo estudios muy minuciosos de la edad de cada uno de esos materiales, cómo se ha formado, la génesis. Estos mapas son claves para los recursos estratégicos de cada país, para saber dónde puedes encontrar gas, rocas para una cantera, áridos para carretera...” detalla Lozano.
Lo que hicieron los científicos británicos fue obtener la huella petrográfica del altar y cotejarla con la de distintas regiones de Gran Bretaña. Para completarla recurrieron a la presencia en la roca de pequeñas cantidades de tres minerales, circón, apatita y rutilo que, como recuerda Clarke, primer autor de la investigación, “afortunadamente para nosotros como geólogos, contienen uranio”, es decir emiten radiación detectable. “Con el tiempo, el uranio decae en plomo y actúa como un reloj atómico en miniatura”, añade, y termina: “si analizábamos suficientes granos dentro de la piedra del altar, podríamos construir una huella digital de su edad, comparándola con afloramientos rocosos en toda Gran Bretaña e Irlanda e incluso el norte de Europa”. El lugar donde existen rocas como las del altar es la cuenca de las Orcadas, en el extremo norte de Escocia.
El español Lozano destaca aquí la principal fortaleza, que a la vez es limitación, de estos resultados: “Esa huella dactilar es una estadística. Es decir, lo que han visto es que hay circones que le dan un pico en mil millones de años, otro pico en mil quinientos de millones de años, otro en mil seiscientos... y les lleva a decir que esos picos de edad hacen que la arenisca del altar se parezca más a la arenisca de las Orcadas que a ninguna otra”. Para zanjar la cuestión deberían localizar la cantera exacta, algo que van a intentar, aunque no sea fácil después de casi 5.000 años.
El resto del trabajo, publicado en la prestigiosa revista Nature es obligadamente más especulativo. La historia de las piedras es más fácil de reconstruir que la de su transporte o la de las motivaciones que llevaron a los neolíticos británicos a moverla de un extremo de la isla al otro, con más de 700 kilómetros si hubieran ido en línea recta. En cuanto a lo primero, llevar una piedra de este peso y tamaño por medio de algún transporte de carga parece poco creíble. Para entonces, los habitantes de la isla aún no contaban con caballos de monta. Las piedras sarsen y azules del resto del complejo pudieron ser trasladadas usando troncos, las primeras, y quizá costeando, las de origen galés. La posibilidad de que la del altar bajara desde Escocia aprovechando las grandes extensiones de hielo que quedaban de la última glaciación la han descartado. Pudo funcionar en el norte, pero para entonces, los glaciares de Inglaterra casi habían desaparecido. Por eliminación, solo les queda la vía marítima.
El investigador del Instituto de Arqueología de Mérida Elías López Romero recuerda que aunque el Neolítico británico es más tardío que el continental, y más aún que el ibérico, “ya se recorrían largas distancias”. No se conservan restos de barcos, aunque sí de canoas fluviales, pero se han encontrado referencias en los propios megalitos a ellos.
La otra gran cuestión es el porqué. ¿Qué lleva a arrancar una mole de piedra del norte para transportarla hasta el sur? “Volvemos a entrar en el terreno de las interpretaciones”, recuerda López Romero. Aquí hay varios niveles de simbolismo. “Está el simbolismo del color, que muchos arqueólogos especialistas han mencionado; el color verde, el color azul, en este caso también tienen una importancia”, opina el científico español, no relacionado con la investigación. Está también el origen. En la región de donde se extrajo la piedra estuvo el asentamiento de Orkney, en lo más al norte de Escocia. Toda la región está llena de monumentos megalíticos, pero Orkney está considerado el poblado neolítico más importante de las islas en aquel tiempo, siendo el único con basamentos de piedra.
Y por último, está el destino, Stonehenge. El arqueólogo de la Universidad de Sevilla, Leonardo García Sanjuan, coincide en que la zona de las Orcadas era la más avanzada de aquella cultura. “Pero como las del resto de la isla, eran comunidades aisladas que formaban agregaciones temporales una o dos veces al año en sitios especiales para satisfacer muchas necesidades, comerciales, políticas, espirituales, biológicas...”, dice. “En Stonehenge, como en Antequera [Málaga] se reunían miles de personas durante días, en especial en torno a los solsticios y hasta allí llevaron grandes piedras que consideraban especiales. La movilidad de estas rocas, nos permite rastrear los movimientos de las comunidades humanas”, añade y termina: “En el Neolítico, los lugares de reunión caracterizados por grandes monumentos megalíticos, como los alineamientos de Carnac [Francia], los dólmenes de Antequera o Stonehenge, funcionaban como una especie de ‘medicina social’ que facilitaba la integración y la armonía. Al llegar la Edad del Bronce, estos lugares de reunión dejaron de tener importancia y fueron sustituidos por la violencia”.
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Richard Bevins, profesor honorario de la Universidad de Aberystwyth (Reino Unido) y el que fuera alumno suyo, el geólogo Nick Pearce, llevaban años estudiando el altar de Stonehenge. Como investigadores de una institución galesa, buscaban confirmar que el elemento central del principal monumento inglés también era galés. El último intento lo realizaron desde 2018. “La piedra del altar se encuentra en el centro del monumento y es una piedra azul, aunque muy diferente de las otras. Tiene aproximadamente el doble del tamaño de las piedras azules ígneas más pequeñas, pesa seis toneladas, y tiene cinco metros de largo, las otras tienen unas tres toneladas como máximo”, describió Pearce durante una rueda de prensa online. “Es un tipo de roca, una piedra arenisca de color verde grisáceo con la que todo el mundo en el Reino Unido parecía estar perdido”, añade. Al final tuvieron que rendirse y reconocer en un trabajo científico que el altar no era galés. Decidieron entonces buscar la cantera en Inglaterra y el sur de Escocia. En estas estaban cuando recibieron un correo de Anthony Clarke, un doctorando galés, desde la Universidad de Curtin (Australia).
“Es un tipo de roca, una piedra arenisca de color verde grisáceo con la que todo el mundo en el Reino Unido parecía estar perdido”
Nick Pearce, geólogo de la Universidad de Aberystwyth (Reino Unido)
“Mi doctorado trataba sobre la datación de rocas galesas [no relacionadas con las de Stonehenge] utilizando los isótopos que contienen. Nick me preguntó ¿te gustaría intentar analizar la piedra del altar? Antes de darme cuenta, me estaban enviando muestras a Australia para su análisis”, recuerda Clarke. “¿Por qué Australia, por qué enviar material al otro lado del planeta para que lo analicen? Es por variedad de equipos que tenemos en la Universidad de Curtin, en parte debido a la industria minera de Australia Occidental. Si quieres entender dónde podría estar tu próximo depósito de mineral de hierro, usarás las mismas herramientas para saber de dónde proviene la piedra del altar”, añade.
La piedra es una arenisca, lo que significa que está formada por muchos granos microscópicos diminutos de minerales. El geólogo del Instituto Oceanográfico Español (IEO-CSIC) José Antonio Lozano, no relacionado con el estudio, recuerda que para “las sociedades del pasado era una roca muy buena, porque era tallable; de hecho, muchas de las catedrales, de los edificios renacentistas y medievales del sur de la península ibérica son de arenisca”. Aquellos granos microscópicos, su presencia, distribución, edad... dan a una determinada piedra una especie de huella propia que informa sobre su origen. “Es vital realizar cartografías de tu territorio. Los geólogos hemos ido al campo con un martillo, una lupa, una brújula, un mapa y unas buenas botas y vas determinando en el mapa qué materiales hay por todas partes. Después se van haciendo estudios muy minuciosos de la edad de cada uno de esos materiales, cómo se ha formado, la génesis. Estos mapas son claves para los recursos estratégicos de cada país, para saber dónde puedes encontrar gas, rocas para una cantera, áridos para carretera...” detalla Lozano.
Lo que hicieron los científicos británicos fue obtener la huella petrográfica del altar y cotejarla con la de distintas regiones de Gran Bretaña. Para completarla recurrieron a la presencia en la roca de pequeñas cantidades de tres minerales, circón, apatita y rutilo que, como recuerda Clarke, primer autor de la investigación, “afortunadamente para nosotros como geólogos, contienen uranio”, es decir emiten radiación detectable. “Con el tiempo, el uranio decae en plomo y actúa como un reloj atómico en miniatura”, añade, y termina: “si analizábamos suficientes granos dentro de la piedra del altar, podríamos construir una huella digital de su edad, comparándola con afloramientos rocosos en toda Gran Bretaña e Irlanda e incluso el norte de Europa”. El lugar donde existen rocas como las del altar es la cuenca de las Orcadas, en el extremo norte de Escocia.
El español Lozano destaca aquí la principal fortaleza, que a la vez es limitación, de estos resultados: “Esa huella dactilar es una estadística. Es decir, lo que han visto es que hay circones que le dan un pico en mil millones de años, otro pico en mil quinientos de millones de años, otro en mil seiscientos... y les lleva a decir que esos picos de edad hacen que la arenisca del altar se parezca más a la arenisca de las Orcadas que a ninguna otra”. Para zanjar la cuestión deberían localizar la cantera exacta, algo que van a intentar, aunque no sea fácil después de casi 5.000 años.
El resto del trabajo, publicado en la prestigiosa revista Nature es obligadamente más especulativo. La historia de las piedras es más fácil de reconstruir que la de su transporte o la de las motivaciones que llevaron a los neolíticos británicos a moverla de un extremo de la isla al otro, con más de 700 kilómetros si hubieran ido en línea recta. En cuanto a lo primero, llevar una piedra de este peso y tamaño por medio de algún transporte de carga parece poco creíble. Para entonces, los habitantes de la isla aún no contaban con caballos de monta. Las piedras sarsen y azules del resto del complejo pudieron ser trasladadas usando troncos, las primeras, y quizá costeando, las de origen galés. La posibilidad de que la del altar bajara desde Escocia aprovechando las grandes extensiones de hielo que quedaban de la última glaciación la han descartado. Pudo funcionar en el norte, pero para entonces, los glaciares de Inglaterra casi habían desaparecido. Por eliminación, solo les queda la vía marítima.
El investigador del Instituto de Arqueología de Mérida Elías López Romero recuerda que aunque el Neolítico británico es más tardío que el continental, y más aún que el ibérico, “ya se recorrían largas distancias”. No se conservan restos de barcos, aunque sí de canoas fluviales, pero se han encontrado referencias en los propios megalitos a ellos.
“Los alineamientos de Carnac [Francia], los dólmenes de Antequera o Stonehenge, funcionaban como una especie de ‘medicina social’. Al llegar la Edad del Bronce, dejaron de tener importancia y fueron sustituidos por la violencia”.
Leonardo García Sanjuan, arqueólogo de la Universidad de Sevilla
La otra gran cuestión es el porqué. ¿Qué lleva a arrancar una mole de piedra del norte para transportarla hasta el sur? “Volvemos a entrar en el terreno de las interpretaciones”, recuerda López Romero. Aquí hay varios niveles de simbolismo. “Está el simbolismo del color, que muchos arqueólogos especialistas han mencionado; el color verde, el color azul, en este caso también tienen una importancia”, opina el científico español, no relacionado con la investigación. Está también el origen. En la región de donde se extrajo la piedra estuvo el asentamiento de Orkney, en lo más al norte de Escocia. Toda la región está llena de monumentos megalíticos, pero Orkney está considerado el poblado neolítico más importante de las islas en aquel tiempo, siendo el único con basamentos de piedra.
Y por último, está el destino, Stonehenge. El arqueólogo de la Universidad de Sevilla, Leonardo García Sanjuan, coincide en que la zona de las Orcadas era la más avanzada de aquella cultura. “Pero como las del resto de la isla, eran comunidades aisladas que formaban agregaciones temporales una o dos veces al año en sitios especiales para satisfacer muchas necesidades, comerciales, políticas, espirituales, biológicas...”, dice. “En Stonehenge, como en Antequera [Málaga] se reunían miles de personas durante días, en especial en torno a los solsticios y hasta allí llevaron grandes piedras que consideraban especiales. La movilidad de estas rocas, nos permite rastrear los movimientos de las comunidades humanas”, añade y termina: “En el Neolítico, los lugares de reunión caracterizados por grandes monumentos megalíticos, como los alineamientos de Carnac [Francia], los dólmenes de Antequera o Stonehenge, funcionaban como una especie de ‘medicina social’ que facilitaba la integración y la armonía. Al llegar la Edad del Bronce, estos lugares de reunión dejaron de tener importancia y fueron sustituidos por la violencia”.
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elpais.com