Stella_Rippin
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Cada vez son menos, pero aún reclaman y recuerdan. Son los hibakusha, personas bombardeadas hace casi 80 años. Siempre que hay una información sobre armas nucleares, reaccionan. Porque esto no es un juego, aunque en el penúltimo caso la ciudad más cercana fuera Las Vegas, en un complejo instalado en el desierto. Para visitar esas instalaciones se necesita una invitación oficial y naturalmente no puede usarse el móvil para hacer videos o fotografías. La idea inicial fue del físico Bill Ogle, que trabajó en el Proyecto Manhattan y se quedó en el Laboratorio de Los Alamos durante un cuarto de siglo. A finales de la década de los sesenta, cuando Ogle lideraba ese centro de investigación científico y militar, se construyó un pozo con el objetivo de realizar una prueba nuclear subterránea. Por lo que fuese, esa prueba inicial se descartó. Pero años después sí se realizó un experimento. Y hace pocos meses, la noche del 14 de mayo para ser exactos, otro: un experimento subcrítico para obtener información sobre las ojivas nucleares. Lo comunicó la Administración Nacional de Seguridad Nuclear en una nota aséptica. Cuando los hibakusha lo supieron, redactaron la suya. “El riesgo global de que se utilicen armas nucleares ha ido en aumento. Estamos profundamente preocupados por si se usasen armas nucleares en la guerra ruso-ucrania y en la guerra entre Israel y Palestina. Los bombardeos atómicos en Japón se cobraron muchas vidas y siguen afectando nuestros cuerpos, vidas y mentes de diversas maneras. La tragedia del uso de armas nucleares, que tuvo consecuencias inhumanas, no debe repetirse jamás”. Su testimonio interpela al mundo: es la legitimidad cívica de los supervivientes. Son víctimas agrupadas en la asociación Nihon Hidankyo. Después de haber sido nominados en diversas ocasiones, el viernes recibieron el Premio Nobel de la Paz.
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