‘No Other Land’: el coraje de un palestino y un israelí para denunciar la segregación en Cisjordania

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27 Sep 2024
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Solo un peligroso fanático podría acercarse a la realidad visual y sonora de un documental como No Other Land y no sentir el dolor de los hechos, la ira ante la confirmación fehaciente de su causa, o la vergüenza más insultante ante el derrumbe de la contraria. Pero el mundo está demasiado lleno de peligrosos fanáticos.



En las guerras y en los conflictos (casi) siempre caben los matices, las complejidades, las gamas de grises. En el cine también deberían, si no encontrarse, al menos buscarse, porque la propaganda cinematográfica (casi) siempre resulta perversa. Y, sin embargo, pese a las acusaciones de antisemitismo y de unilateralismo por parte del gobierno israelí y otros frentes de ataque, ante la multitud de imágenes rodadas por los directores de este documental a lo largo de cinco años, completadas con otras grabaciones que se retrotraen a 20 años atrás, solo cabe un pensamiento, y este resulta atroz para la causa de Israel: para sus gobiernos, su poder judicial, su ejército y parte de su ciudadanía, representada en los colonos que, armas de guerra en mano, acompañados por los soldados de su país, vienen destruyendo las casas de los habitantes de Masafer Yatta, zona de 19 aldeas en Cisjordania, para arrebatarles el terreno y obligarles a abandonar su hogar durante generaciones. Y si hay que matar impunemente, se mata. Incluso ante la presencia de las cámaras.

Imagen del documental 'No Other Land'.

Todo ello está en el impactante No Other Land, digámoslo ya, dirigido por el palestino Basel Adra y el israelí Yuval Abraham. Un joven activista y licenciado en derecho que, desde niño, ha vivido en primera persona los arrestos de su familia, la demolición de sus casas, las manifestaciones de protesta. Y otro joven, este periodista, descendiente de asesinados en el Holocausto judío, al que se le cae la cara de la vergüenza ante lo que están haciendo los suyos en aquel lugar al que un buen día viajó Tony Blair, por el que caminó “durante siete minutos”, y cuya visita provocó que no se demoliera el colegio en el que había estudiado Adra.

En la película, gracias a las grabaciones de sus autores (hasta octubre de 2023; se estrenó en febrero de 2024 en Berlín), se ven impunes asesinatos en directo por parte de militares y colonos; camiones hormigonera llenos de cemento que tapan pozos de agua; excavadoras que desmoronan una humilde escuela de un solo piso construida con alabastro; lágrimas de niños pequeños ante la violencia y el odio de los de enfrente. Básicamente, personas que se aferran a la vida. Pero también mucha calma en el tono. Incluso calidez. Niños que juegan y ríen en descampados en los momentos en que la barbarie les deja en paz. En ese contraste, el de la violencia israelí y la amistad de uno de los suyos con un palestino, encuentra algunos de sus momentos más conmovedores en No Other Land, premio al mejor documental en la Berlinale, y uno de los grandes favoritos al galardón de la categoría en los próximos Oscar. En las conversaciones entre ambos amigos y directores (que firman la película junto al fotógrafo palestino Hamdan Ballal y la directora de fotografía y editora israelí Rachel Szor), reflexionando sobre su presente y su futuro, cualquier ser humano debería emocionarse. La modulación otorgada por sus directores y la cadencia que tiene el relato es admirable.

“Pero, ¿de verdad a los israelíes les interesa leer estas cosas?”, pregunta Adra ante una de las piezas periodísticas de denuncia escritas por su colega. “No a muchos, la verdad…”, admite Abraham. Poco después, ante uno de los desalojos, un colono israelí graba a su compatriota con soberbia, intimidación y hasta recochineo: “¡Vete a escribir un artículo, imbécil!”. Otro va más allá: “Lo voy a colgar en Facebook y cuando vuelvas a tu casa te van a hacer una visita”. La ruindad individual, que puede ser incluso más sobrecogedora que la bestialidad colectiva. ¿Un documental unidireccional? Es obvio que sí. ¿Una película antisemita? Por supuesto que no. ¿Una tragedia injusta y tristemente emocionante? Sí, y punto.

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