Unos jóvenes recorrían las empinadas calles del pueblo golpeando los tambores. El mismo recorrido de los pasacalles, de las albadas, de las procesiones, fue tomado este 25 de noviembre por chavalas y chavales que querían sacarnos del amodorramiento de la noche prematura. La furiosa percusión no precedía a una fiesta como suele, sino a una marcha de mujeres que portaban en sus manos fotos de las asesinadas por violencia de género en lo que va de 2024. No sé si había tantas manifestantes como asesinadas han caído en las hojas de este calendario negro. A esas horas del lunes aún no sabíamos que Cristian, criatura de dos años, sería asesinado en Linares a manos de la pareja de la madre, y que su gemelo Yeray quedaría ingresado para recuperarse de los golpes recibidos, víctima de un trauma que solo podrá superar si tiene quien le ayude a desarrollar la milagrosa resiliencia de los críos. Cristian es el noveno niño asesinado en lo que va de año dentro de esa denominación para mí discutible que es la violencia vicaria, una manera de describir el contexto pero que acaba diluyendo la insustituible identidad de una vida truncada, al igual que los niños palestinos asesinados, como dice la jurista especializada en derechos humanos Adilia de las Mercedes, no son daños colaterales de un conflicto.
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