bernier.shayne
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«Cancel culture has been canceled», escribía hace unos días Elon Musk en su cuenta de Twitter (me niego a llamarlo X), al tiempo que Alejandro Zaera-Polo firmaba en estas páginas una imprescindible ‘tercera’ titulada ‘Despertar de la vigilia ‘woke’’. Algo está cambiando: los nuevos anuncios de Apple o Audi, la publicación de ensayos atribuyendo a la derecha la esencia del ‘wokismo’, la derrota de Kamala Harris… Algo está cambiando. Parece que el hartazgo ante las imposiciones y consecuencias de aquello que dimos en llamar ‘lo ‘woke’’ es evidente, lo que no sabemos todavía es si será suficiente, son demasiados los intereses comprometidos en las instituciones, en la academia, en las artes y en los medios. ¿A cuántos tan solo separa del hambre que no se derrumbe este chiringuito? ¿Cuántos políticos, académicos, periodistas o artistas han construido sus carreras, y se sostienen estas, sobre los pilares de lo identitario y la idea de una sociedad articulada en torno al dualismo opresor/oprimido? ¿Qué sería de ellos? Se resistirán con uñas y dientes a lo que parece un cambio sustancial en las guerras culturales, si no un fin. Pero, ¿es posible un fin para ellas? ¿Sería cercano, de serlo? ¿Hay o habrá un ganador? Coincido con Zaera-Polo en que, al menos, estamos ante una oportunidad única. Y también en que la derecha ha sido siempre zafia a la hora de construir una cultura, y lo que necesitamos ahora mismo es, precisamente, labrar una alternativa. Pero creo que no se trata solo de una necesidad o de una responsabilidad de la derecha, sino de todos aquellos que creemos en los valores democráticos.No se trata solo de una responsabilidad de la derecha, sino de todos aquellos que creemos en los valores democráticosAsí que ahí es donde deberíamos poner el acento, no tanto en que la derecha tenga la obligación de construir la cultura que sustituirá a la impuesta durante los últimos años por movimientos identitarios y políticas DEI (diversidad, equidad e inclusión), como vencedor de una batalla en suelo yermo, sino en la necesidad de que esta no acabe convertida en una alternativa fruto exclusivamente de una reacción a la contra que replique el método pero enarbolando otras ideas. Ese riesgo existe. Y, ante esto, deberíamos estar preparados para, más que celebrar una victoria, librar la siguiente batalla. Una que sería nueva pero la misma: la de continuar defendiendo frente a otros las mismas ideas que defendimos ante aquellos, pues no se trataría ahora de, pongo por caso, callar a los que nos quisieron callar entonces por discrepar. No es el fin, no debería, cambiar de hocico el bozal. Debería ser lanzar este lo más lejos posible y defender que los que cancelaban no sean luego cancelados, que puedan seguir expresando en voz alta sus ideas, aunque otros sigamos estando abiertamente en desacuerdo (conviene no confundir la defensa rabiosa del acto de expresar una idea con la defensa de esa idea en sí). Por eso es por lo que no me parece una victoria a celebrar, sino un fracaso, que haya quien abandona Twitter hoy: porque lo hacen, no para reivindicar una mayor libertad de expresión, sino para reclamar menos. Y, del mismo modo que coincido con Alejandro, discrepo con Elon Musk: yo no cancelaría ni a la cultura de la cancelación. Le reconozco al sintagma el ‘punch’ de las buenas consignas, del lema pegadizo, del estribillo de canción del verano. Pero, insisto, prefiero no cancelar ni al cancelador. Y, llegados a este punto, preferiría que ese despertar de la vigilia ‘woke’ no sea haciendo lo mismo que hicieron otros. Preferiría que no fuese un volver a empezar.
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