‘Nitram’, el estudio humano de un asesino de masas

klein.melvin

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Ya fueran perpetrados por terroristas o por enajenados, el cine se ha ido acercando a los casi habituales asesinatos en masa con tal libertad de acción (como debe ser) que cada una de las propuestas parece ilustrar lo que sus demás colegas de oficio y de temática prefieren evitar. Como si la responsabilidad moral del artista (si es que ello existe o deba existir) fuera para cada uno de ellos radicalmente opuesta. Como si cada cineasta mirara de un modo tan distinto que parecieran estar creando películas antagónicas.

Poco o nada tiene que ver la literalidad del crimen y la experiencia casi inmersiva de Utoya, 22 de julio (2018), rodada en un único plano secuencia con el punto de vista de una de las víctimas de la matanza, desde el primer hasta el último disparo del criminal noruego que acabó con la vida de 77 personas en un campamento de verano para chavales, con la austera sequedad y el dibujo de la alienación de Michael Haneke en 71 fragmentos de una cronología del azar (1994), descomposición sin juicio de las banales actividades de un criminal en los días previos a sus asesinatos.

Como tampoco tienen demasiada relación la poesía de la desesperanza, el experimento fílmico, el retrato de la normalidad y el estilo visual y sonoro de Elephant, de Gus Van Sant, inspirada por la matanza del instituto de Columbine, y el psicologista dibujo de la cotidianidad que ha conformado el australiano Justin Kurzel en Nitram, adentrándose en la mente y los pormenores existenciales del criminal que en 1996 perpetró la masacre de Port Arthur, en Tasmania, acabando con la vida de 35 personas durante un soleado día de playa. Y, sin embargo, las cuatro son excelentes películas.

La pregunta en este caso siempre es la misma: ¿se puede explicar lo inexplicable? O más allá: ¿se puede o debe filmar el horror para que otros lo vean o incluso lo experimenten? La respuesta, en ambos casos, debería ser sí, porque el arte es libre. O quizá depende, porque para algunos el arte debería tener una conciencia moral. El caso es que Poppe en Utoya, 22 de julio presenta a su sujeto criminal apenas en sombras y unos minutos antes de la barbarie, y Kurzel vuelve su mirada a mucho más atrás, incluso a la infancia del protagonista en un prólogo espectacular en su sencillez metafórica y literal, para acabar estableciendo los posibles razonamientos familiares, mentales, económicos y sociales que provocaron en la cabeza de un joven de 28 años aquella barbaridad.

¿Dónde queda lo impúdico en las representaciones de las matanzas de algunas películas? ¿Y dónde el psicologismo de manual en la tentativa de interpretación de otros acercamientos? Eso quedará en el pensamiento de cada espectador, pero en Nitram, tal y como está descrita, el trágico final casi parece coherente con todo lo vivido por su protagonista. De un modo sutil, y sin citarlo explícitamente en el texto, aunque sí con las imágenes, Kurzel dispara contra no pocos cómplices: una madre gélida y castradora, un padre depresivo e inútil, un vecindario incapaz de ver la bomba que tenían alrededor, una sociedad despreciable con el enfermo y el excluido, un depravado sistema de venta de armas… Premio al mejor actor en Cannes para el magnífico Caleb Landry Jones, acompañado de unos soberbios Judy Davis y Anthony LaPaglia, Nitram solo se acerca a la matanza en los cinco últimos minutos, y en fuera de campo, sin mostrar un solo disparo. ¿Está justificando el director de algún modo lo que hizo el desequilibrado asesino? No. Lo que está analizando, en una película cruda aunque bella en sus imágenes, es la cabeza del revés de un ser humano llamado Martin. De ahí que la gente lo llamara simplemente Nitram. Un ser humano que hizo algo depravado.

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