Naranjas

nschumm

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27 Sep 2024
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Ya descansó la viña, que, vieja y oxidada, vive el pelecho que acabará en la poda que dejará sus brazos en muñones de los que brotará la vida, esa escondida —¿dónde, Dios?— y verde pañolería de las hojas, cuando el invierno haya pasado sobre ella como un susto helado y, confiada, empiece a vestirse en la primavera. Y ya descansa el olivar de verdeo del peso que soportó de tantos ramos, de tanta carga. El olivar de verdeo respira lento y todavía fatigado. Y aguarda un alivio de desmaroja que le aclare tanta rama. Tardarán los pájaros del esquilmo; mientras tanto, el olivo aguantará, como ningún otro árbol, vientos y heladas, lluvias y soles duros. Y han descansado casi todos los frutales, desde el almendro que ahora enluta sus ramas desnudas a los ciruelos que se avergüenzan de su desnudez. Descansan las hazas, donde pronto entrará el arado a decirle a la tierra que hay que abrirse y llenarse de semillas. Pero no todo es descanso. En lo más hermoso del campo, junto al olivar de molino, las luces cítricas ya iluminan de oro las huertas. No habrá un árbol de Navidad que pueda competir en adornos con la belleza absoluta de un naranjo cargado de hermosos frutos amarillos entre el verde intenso de sus hojas. Las naranjas son una memoria ácida en lo lejano; naranjas, muchas de ellas, fuertes, como si tuvieran zumo de vinagre, y llenas de huesos; y dulces, de pronto, cuando a la tribu se vinieron las naranjas washingtonas que el pueblo bautizó mejor con nombre de cercanía anatómica, 'naranjas de ombligo', por la gracia de parecido umbilical en su parte inferior; fáciles de pelar, dulces como papelillo y sin huesos. A la huerta de Las Moreras iban las muchachas con espuertas del verdeo a comprar, a mejor precio que en los puestos urbanos, naranjas de ombligo. Desde entonces, la naranja forma parte de tu debilidad frutal, y la buscas, preguntando por las navelinas, washingtonas o de ombligo, para celebrar el postre tan variado que ofrece esta fruta de origen chino que nos trajeron los árabes al Valle del Guadalquivir hace muchos siglos. El Guadalquivir sigue amamantando quizá las mejores, pero sin olvidar el crecimiento y la calidad del fruto en la provincia de Huelva. Lo piensas y no sabes qué sería de la mesa del otoño —y del invierno— sin las naranjas… Que descansen otros árboles, pero que el naranjo siga, sin descanso, dándonos la gloria de sus frutos.

 

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