wisozk.ahmad
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Cuando hace apenas dos meses se estrenó Lightyear, quizá también ante la poca entidad de la película, el debate principal se centró en la expresión de la sexualidad y en una secuencia relevante en lo social, sobre todo por tratarse de una película de animación para niños: dos mujeres, pareja durante años en el relato, se daban un beso de bienvenida, amoroso y casto, tras el regreso del espacio de una de ellas.
En los tiempos que corren y en la vida real la acción no debería tener mayor importancia, y, sin embargo, la tuvo debido fundamentalmente a dos asuntos: la polémica ley del Estado de Florida conocida como No Digas Gay, que prohíbe hasta la edad de nueve años la discusión en clase entre profesores y alumnos sobre orientación sexual e identidad de género, y la negativa de Disney como empresa a su cumplimiento; y el hecho de que ese beso de Lightyear permaneciera durante un tiempo en un cajón de la sala de montaje, pues se había decidido cortarlo, hasta que las protestas de los propios empleados de Pixar obligaron a su recuperación para su estreno final.
Viene toda esta introducción a cuento porque, ante el nuevo estreno animado de Disney para las Navidades, Mundo extraño, codirigida por Don Hall y Qui Nguyen, y de nuevo ante la desigualdad artística de la propia película, el debate vuelve a centrarse en la orientación sexual, pero esta vez con mucha mayor envergadura: uno de los protagonistas, un adolescente, está enamorado de otro chico, se lo cuenta a su padre como algo corriente y este le aconseja y le apoya. Pero no porque sea gay o no, sino simplemente como un padre que está al lado de su hijo en materia amorosa y sentimental. Es decir, normalización absoluta en el hecho de que un chaval se sienta atraído o ame a otra persona del mismo sexo. Como debería ser siempre, por otro lado. Y en la misma onda que, por ejemplo, Call Me By Your Name, de Luca Guadagnino, en la que tampoco se planteaba controversia familiar alguna.
Que en algunas reseñas y artículos se esté empezando a decir como algo negativo que no hay beso entre la pareja de chicos de Mundo extraño, sino un abrazo, no debería empequeñecer la decisión. El abrazo o el beso son agua de borrajas en comparación con la naturalidad con la que está expuesta la relación. Y eso sí que es histórico en Disney.
Por lo demás, la película tiene aspectos artísticos con más altura que otros. En lo narrativo, como aventura clásica que podría entroncar tanto con Julio Verne como con Viaje alucinante y El chip prodigioso, aporta un interesante subtexto relacionado con el seguramente inevitable desencuentro entre padres e hijos, aquí entre tres generaciones distintas: un abuelo rudo y valiente frente a cualquier contingencia; un padre muy práctico que aporta soluciones para todo; y un nieto, el chico adolescente, que huye de cualquier conflicto y que va por la vida armado de un idealismo muy de estos tiempos. Un idealismo que también se observa en una de las secuencias clave, cuando los tres están jugando a un juego de mesa y mientras el abuelo y el padre se empeñan que en el divertimento tiene que haber un villano (o malvado), el nieto, nueva generación, se pregunta por qué debe de haberlo siempre. ¿Ideal, idealismo o quimera? ¿O quizá, incluso falacia e ingenuidad?
Hall y Nguyen fracasan en la creación de un nuevo universo (ese mundo extraño del título) que sea atractivo, con una combinación de colores (fucsias, verdes y azules) no demasiado estética, e impulsan en su historia un ecologismo ya habitual en buena parte de las propuestas contemporáneas para niños. Pero el principal problema de la aventura en sí es que el organismo vivo en el que se supone que cohabitan y el sistema inmunitario que lo acompaña está descrito de un modo tan farragoso que es inevitable perderse. Disney apuesta para esta Navidad por un mundo ideal, LGTBI y sin villanos. Lo que no es poco. Pero naufraga un tanto en lo esencial en una película: que esté bien contada.
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En los tiempos que corren y en la vida real la acción no debería tener mayor importancia, y, sin embargo, la tuvo debido fundamentalmente a dos asuntos: la polémica ley del Estado de Florida conocida como No Digas Gay, que prohíbe hasta la edad de nueve años la discusión en clase entre profesores y alumnos sobre orientación sexual e identidad de género, y la negativa de Disney como empresa a su cumplimiento; y el hecho de que ese beso de Lightyear permaneciera durante un tiempo en un cajón de la sala de montaje, pues se había decidido cortarlo, hasta que las protestas de los propios empleados de Pixar obligaron a su recuperación para su estreno final.
Viene toda esta introducción a cuento porque, ante el nuevo estreno animado de Disney para las Navidades, Mundo extraño, codirigida por Don Hall y Qui Nguyen, y de nuevo ante la desigualdad artística de la propia película, el debate vuelve a centrarse en la orientación sexual, pero esta vez con mucha mayor envergadura: uno de los protagonistas, un adolescente, está enamorado de otro chico, se lo cuenta a su padre como algo corriente y este le aconseja y le apoya. Pero no porque sea gay o no, sino simplemente como un padre que está al lado de su hijo en materia amorosa y sentimental. Es decir, normalización absoluta en el hecho de que un chaval se sienta atraído o ame a otra persona del mismo sexo. Como debería ser siempre, por otro lado. Y en la misma onda que, por ejemplo, Call Me By Your Name, de Luca Guadagnino, en la que tampoco se planteaba controversia familiar alguna.
Que en algunas reseñas y artículos se esté empezando a decir como algo negativo que no hay beso entre la pareja de chicos de Mundo extraño, sino un abrazo, no debería empequeñecer la decisión. El abrazo o el beso son agua de borrajas en comparación con la naturalidad con la que está expuesta la relación. Y eso sí que es histórico en Disney.
Por lo demás, la película tiene aspectos artísticos con más altura que otros. En lo narrativo, como aventura clásica que podría entroncar tanto con Julio Verne como con Viaje alucinante y El chip prodigioso, aporta un interesante subtexto relacionado con el seguramente inevitable desencuentro entre padres e hijos, aquí entre tres generaciones distintas: un abuelo rudo y valiente frente a cualquier contingencia; un padre muy práctico que aporta soluciones para todo; y un nieto, el chico adolescente, que huye de cualquier conflicto y que va por la vida armado de un idealismo muy de estos tiempos. Un idealismo que también se observa en una de las secuencias clave, cuando los tres están jugando a un juego de mesa y mientras el abuelo y el padre se empeñan que en el divertimento tiene que haber un villano (o malvado), el nieto, nueva generación, se pregunta por qué debe de haberlo siempre. ¿Ideal, idealismo o quimera? ¿O quizá, incluso falacia e ingenuidad?
Hall y Nguyen fracasan en la creación de un nuevo universo (ese mundo extraño del título) que sea atractivo, con una combinación de colores (fucsias, verdes y azules) no demasiado estética, e impulsan en su historia un ecologismo ya habitual en buena parte de las propuestas contemporáneas para niños. Pero el principal problema de la aventura en sí es que el organismo vivo en el que se supone que cohabitan y el sistema inmunitario que lo acompaña está descrito de un modo tan farragoso que es inevitable perderse. Disney apuesta para esta Navidad por un mundo ideal, LGTBI y sin villanos. Lo que no es poco. Pero naufraga un tanto en lo esencial en una película: que esté bien contada.
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‘Mundo extraño’: Disney por fin trata la homosexualidad con una pareja gay como protagonista en una película irregular
En el estreno animado para estas Navidades, un adolescente está enamorado de otro chico, se lo cuenta a su padre como algo corriente y este le aconseja y apoya
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