Muere Manuel Antín, el cineasta que construyó imágenes con las letras

Aurelie_Littel

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Director de cine, guionista, productor, funcionario, docente, un referente de la industria cinematográfica argentina, todo eso fue y por todo eso será recordado Manuel Antín, fallecido este jueves a las 98 años. Pero él quiso ser otra cosa: “Nunca fui un cineasta convencido. Siempre me corría el escritor que no era”, reconoció hace dos décadas, cuando ya se había retirado de la dirección. Su carrera estuvo marcada, como lo está su legado, por ese hiato entre lo que deseó y lo que pudo ser, entre la letra y la imagen.

“Tengo el orgullo, por pura casualidad, de haber intervenido en tres épocas importantes del cine en nuestro país”, resumió el propio Antín. “Empecé en los sesenta, y esa es la generación a la cual pertenezco; después, a mediados de los ochenta intervine como parte de la generación de la democracia, y en ese momento de alguna manera manejé el cine argentino desde el punto de vista político; y en los noventa surgió el cine de escuelas al que me incorporé fundando la Universidad del Cine”, relató en una conversación con el también cineasta Daniel Burman, plasmada en el libro Diálogos de cine (2016).

Manuel Antín había nacido en 1926, en la localidad chaqueña de Las Palmas, y se había formado en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Sus primeras expresiones fueron literarias. Escribió y publicó poesías, como La torre de la mañana (1945) y Sirena y espiral (1950); teatro, como El ancla de arena (1947) y No demasiado tarde (1957); también novelas, como Los venerables todos (1958) y Alta la luna (1991). Pero, como él mismo contó alguna vez, sintió que no tenía suficiente talento para dedicarse a la literatura. Y se volcó al cine.

Primero como guionista y pronto como director, fue parte de la generación de artistas que renovó la cinematografía de Argentina en la década del sesenta. Lo hizo sin abandonar su amor por las letras. “No hay cine sin literatura”, explicó. “Los defensores de un cine no literario no quieren ver toda la literatura que hay detrás del cine. Somos gente escrita. Tal vez parezca exagerado, pero yo creo que todo es literatura.”

Entre 1960 y 1982 filmó una decena de películas basadas en libros. En Castigo al traidor (1966) llevó a la pantalla un texto de Agusto Roa Bastos; en Don Segundo Sombra (1969), la obra de Ricardo Guiraldes; en Allá lejos y hace tiempo (1978), la de William Hudson; en La invitación (1982), la de Beatriz Guido. También dirigió en 1962 una versión de su propia novela, Los venerables todos —se exhibió en el Festival de Cannes, aunque nunca se estrenó comercialmente en Argentina—.

Pero sus adaptaciones más conocidas fueron las de Julio Cortázar, con quien cultivó una larga amistad epistolar. Su película La cifra impar (1962) se basó en el cuento “Cartas de mamá” y Circe (1964), en el relato homónimo. En Intimidad de los parques (1965), Antín, coautor del guión, urdió en una trama las narraciones “El ídolo de las Cícladas” y “Continuidad de los parques”. “Julio era el escritor que yo no podía ser y al que yo plagiaba de la única manera que podía: haciendo películas, que es una manera de plagiar a los escritores sumamente aceptada”, dijo el director en una entrevista con el diario La Nación, en 2004. Antín solía recordar que fue el encargado de llevarle al editor Francisco Porrúa los originales de Rayuela, que Cortázar le había enviado desde París. Afortunadamente, fue más cuidadoso que su amigo: tiempo antes, Antín le había enviado el original, la única copia de una novela suya e inédita, que Cortázar extravió en un hotel.

Con la restauración de la democracia en Argentina, Antín fue convocado en 1983 por el Gobierno de Raúl Alfonsín para encabezar el Instituto Nacional de Cinematografía. Desde allí, promovió la modernización de la industria local y, entre las primeras medidas, logró la disolución del Ente de Calificación Cinematográfica, el organismo que había ejecutado la censura de la dictadura militar (1976-1983). Después de seis años en la función pública, se destacó como un impulsor de las escuelas y carreras cine. En 1991 fundó la Universidad del Cine, donde se formaron nuevas generaciones de cineastas, como Lisandro Alonso, Mariano Llinás, Damián Szifron, Benjamín Naishtat o Pablo Trapero. Y donde, también, tuvieron lugar distintas miradas y formas de hacer cine. “Nunca nos metimos en el estilo de cada uno y hemos ayudado a hacer películas de un cine en el que creemos y también del que no creemos”, dijo Antín en una entrevista con el diario Página/12. “En general se piensa en enseñar el cine que a uno le interesa para formar directores semejantes, pero para mí es todo lo contrario.”

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