Montse Bizarro, escritora: “El diagnóstico de autismo te empodera mucho”

Tyrel_Conroy

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A Montse Bizarro (Barcelona, 1993) le habían diagnosticado fobia social. Anorexia. Ansiedad generalizada. Trastorno de pánico. “El combo completo”, dice sonriendo la escritora, que está presentando en México su primer libro, Mañana ya no hablaremos de nada (Almadía, 2024). Medicada por todas partes, vivía con la sensación constante, pegajosa, de ser distinta: “No sé qué me pasa, no sé por qué todo me cuesta tanto, me cuesta trabajar, me cuesta relacionarme con la gente, me cuesta ir al supermercado”. El diagnóstico, que llegó hace tres años, la liberó: Bizarro era autista. Le daba un ataque de ansiedad al ir a hacer la compra porque había “mucha gente, muchos colores, muchos ruidos”. “El diagnóstico de autismo no es una solución mágica, pero te da muchas respuestas”, explica en una entrevista con EL PAÍS, “te empodera mucho, yo he empezado a poner límites, a exigir mis derechos”.

Como le ocurre a Mar, la protagonista de su novela, los resultados médicos se convirtieron en una certeza, en una base sobre la que construir. Pero tardaron 27 años en llegar. La detección tardía del autismo en mujeres es la norma, debido al sesgo de género y a unas pruebas diagnósticas diseñadas para hombres. Por el camino, angustia, creer que estaba loca, que era invisible, ser marginada, sufrir violencia en la escuela, en la adolescencia, en el trabajo, pensar que se moriría sin tener más amigos, sin poder hablar en público, pensar que se moriría. “Nunca creí que podríamos hacer una entrevista o que podría salir a un escenario o que recibiría comentarios bonitos, o sea, no estoy acostumbrada a que me traten bien”, dice la escritora, sobre la respuesta que ha cosechado con el libro.

Mañana ya no hablaremos de nada hurga en la cabeza de una joven neurodivergente envuelta en una relación abusiva con otra mujer. Tiene a Barcelona, la comunidad LGTBIQ+, la precariedad, al estigma como telón de fondo. Bizarro estuvo cinco años trabajando en la novela, que terminó puliendo en un máster de Escritura Creativa con Jorge Carrión y en un taller con el mexicano Juan Pablo Villalobos.

Escrita a partes como un torrente, Bizarro recrea de forma precisa, claustrofóbica, qué pasa dentro de la cabeza de alguien con trastorno de ansiedad. Además de los signos físicos, el sudor de manos, la falta de aire, ¿cómo es el proceso cognitivo que hay detrás? Algo así como convencerte de que hay un incendio, que quizás tú lo has provocado, que estás atrapada: “El mundo para mí se había invertido: los humanos no existían, o se habían convertido en objetos, en momias petrificadas, y solo interactuaban en otra dimensión, y quizá en esa dimensión estaban corriendo hacia la puerta y no podían avisarme o no querían avisarme por algún motivo. (...) No es difícil creer en otras dimensiones cuando sientes que la realidad es algo plástico, moldeable. La realidad era algo corto, ¿entiende? (...) Mi ansiedad no se concretaba en nada y por eso me asustaba tanto porque nadie podía salvarme”.

Mar tiene 25 años y pasea con papelitos doblados en la cartera con recordatorios sobre cómo comportarse en sociedad, da cinco golpecitos a las paredes negras —solo a las negras— para ayudarlas a moverse, como si fueran seres vivos, vive alerta pensando en los peores escenarios posibles. Su ansiedad no responde a los nervios de antes de un examen. “La ansiedad cuando es muy fuerte puede llegar a la paranoia, está muy cerca. Creo que se ha banalizado mucho. Hay una ansiedad adaptativa, buena, de ‘me estoy poniendo un poquito nerviosa en la última semana de máster’, pero el trastorno de ansiedad puede ser muy limitante y puede hacerte sufrir mucho. No banalicemos tanto esta palabra”, explica Bizarro.

La protagonista y la escritora se enmarcan en el mismo contexto: una generación precaria que sufre los estragos de la salud mental, pero que también ha tenido la valentía de ponerla en el centro. “El contexto socioeconómico afecta mucho. Y si a eso le sumas, que es lo que yo pretendía con este libro, que son personas neurodivergentes o con familias desestructuradas o de clase baja o con traumas infantiles, estos problemas se pueden acentuar, es, por ejemplo, mucho más difícil acceder a un empleo”, apunta. Como muestra, un dato: el 80% de las personas con autismo en España no tiene trabajo.

Bizarro le da a esos personajes habitualmente expulsados a los márgenes los papeles centrales. A Eloi, que intentó suicidarse la noche que murió su madre. A Eric, que tiene ataques de ansiedad constantes. A Paula, que tiene trastorno de ansiedad y trabaja como prostituta en su casa. A Inés, que fue maltratada por una novia cinco años mayor. “Todos con taras, con imperfecciones, aguantando cada día las miradas de señoras que cruzan la callen cuando nos ven o de familiares que piensan: ‘Qué pena que estos chicos hayan acabado así”, escribe.

El libro, además, indaga en las relaciones violentas que también ocurren dentro de la comunidad LGTBI+. “Son difíciles de identificar. Cuando a mí me pasó no tenía referentes, no había personas que hablaran de esto, incluso en mi círculo, que todos somos personas queer, del colectivo LGBTIQ+. Queremos pretender que son espacios seguros, porque ya somos colectivos discriminados y tenemos que protegernos entre nosotros, pero precisamente por eso yo creo que es importante que nos responsabilicemos para que no se minimice esta violencia”, explica, “yo creo que los espacios seguros también se crean y para eso también hay que sacar las cosas malas de debajo de la alfombra y poder hablar de ello. Las mujeres, las personas del colectivo queer no somos tampoco seres de luz. Me parece simplificarlo mucho pretender que no podemos tener actitudes violentas, somos personas, somos complejas. Abordar estas sombras es el camino para que haya más luz”.

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