Tengo una exclusiva planetaria. El otro día, uno de esos queridos conocidos que te regala la vida, pero que no terminan de ser amigos por los yugos a los que nos uncen las prisas, me contó cómo estaba en los tres cuartos de hora de atasco entre mi casa y el curro. La cosa fue como sigue: iba una conduciendo medio grogui, en el modo piloto automático de los trayectos rutinarios, cuando me entró su llamada al móvil, la cogí porque no llama nunca y temí que fuera algo grave, y, oh sorpresa, se produjo el milagro. No quería nada. Llamaba por una chorrada, por matar el rato aburrido en la sala de espera del urólogo, y de chorradas estuvimos hablando hasta que le pregunté qué tal su año y va el tío y, en vez de decirme que bien, o tirando, o esas cosas que nos decimos para salir del paso sin que no se nos vea el plumero, va y me lo narra.
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