Mi vecino de al lado

Linda_Moen

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27 Sep 2024
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El ascensor de mi bloque es lo más parecido a la Torre de Babel que he visto jamás. Cuando a primera hora de la mañana para en mi planta, uno nunca sabe si va a encontrarse con un señor que te saluda en un inglés con un acento británico perfecto o un asiático del que se desconoce cuál es la intención real que se esconde tras su sonrisa de bienvenida. Cómo se echan de menos aquellos silencios incómodos y eternos hasta llegar al garaje o esas conversaciones vacías en las que lo más interesante era debatir sobre si esta semana iba a llover o de lo mal que estaba el tráfico en la ciudad. Al menos, a pesar de la intrascendencia, éramos capaces de pillarnos las ironías.El paisaje de hoy en día es sólo un espejismo de aquellos años que se nos fueron. Mi vecino de al lado, por ejemplo, ya no tiene ni nombre. Lo tendrá, que no lo dudo, pero soy incapaz de aprenderme el de cada persona que entra y sale por la puerta con esa fugacidad del fin de semana en el que se aloja en el piso. Todo es más frío. Hasta la cerradura la han cambiado por una inteligente que no necesita llave y que es capaz de abrirse pulsando sólo un botón en el teléfono móvil. Si te da por llamar al timbre, es casi utópico que alguien te abra y mucho más reproducir esas inolvidables charlas de pasillo en las que se despellejaba al vecino del quinto, se disparaban dardos contra el que no pagaba la comunidad y se narraban las hazañas de esos dos adolescentes que empezaban a descubrir el amor en el descansillo.Mi vecino de al lado ya no es ese. Ha cambiado ese soniquete celestial del pitorro de la olla exprés por el martilleo ensordecer de las ruedas de la maleta. No se le escucha, pues se pasa todo el día gastando zapatilla de monumento en monumento y comiendo un menú de franquicia por diez euros en un bar sin alma. Tampoco sube a tender a la azotea y nos ha robado el bodegón de primavera que dibujaban las túnicas de capa de la Macarena que vestían tres generaciones de la misma familia en la Madrugada del Viernes Santo. Hasta echo de menos el taconeo a horas irreverentes de la nieta más pequeña y el ensayo anual del Himno de Andalucía con esa flauta del colegio que resucitaba por febrero.Dicen que el turismo está derrochando una lluvia de millones que ni el Gordo de Navidad y que los empresarios están ganando dinero a espuertas por el desembarco masivo de guiris en el Casco Antiguo. Hace una semana, el Ayuntamiento de Sevilla aprobó una normativa para controlarlo y que no se den más licencias de pisos turísticos en las zonas saturadas, porque vivir allí es una quimera. Lamentablemente, es difícil que esta venda contenga la hemorragia y mucho menos que algún día sea capaz de devolverme a mi vecino de al lado.

 

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