Clementina_Walker
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Presentada en la Quincena de Realizadores del último festival de Cannes, Men, dirigida por el británico Alex Garland, es una retorcida pesadilla sobre la masculinidad tóxica que promete mucho hasta quedarse en bastante poco. Si no fuera por algunos de los vericuetos visuales y sonoros de la propuesta del director de Ex Machina y, sobre todo, por la perfecta elección de su actriz protagonista, Jessie Buckley, Men naufragaría del todo.
Sin duda, se trata de una película perturbadora e incómoda sobre el laberinto mental de una mujer fuerte y determinada que huye sola a una preciosa casa de campo para curar las heridas de una traumática ruptura matrimonial. A través de esa profunda grieta emocional, el filme se sumerge en el terreno del terror psicológico más desbocado.
Men es una película en la que los hombres son un amenazante cuerpo con mil cabezas en el que cada uno de ellos cumple su papel en la sociedad patriarcal. Del cura misógino de uñas demoníacas, al displicente y a la vez campechano casero vestido con su tradicional chaqueta Barbour o el repulsivo niño-viejo que se empeña en jugar al escondite con una careta de Marilyn Monroe. La idea de que todos ellos estén interpretados por el mismo actor, Rory Kinnear, resulta inquietante, pero a la vez condena al filme a una previsible cacofonía que acaba resultando tan hueca como el sonido de una de las mejores secuencias del filme, en la que Buckley, dura y desafiante con su pelo corto y su abrigo militar, pasea por un bosque hasta encontrarse con un túnel que le devuelve el eco de su voz. Como Alicia en la madriguera del Conejo Blanco, el personaje principal entra a partir de ese instante en un pozo absurdo y surreal, cargado de símbolos, algunos tan bíblicos como el de la manzana de Adán en el jardín del Edén.
El tema principal, esos estereotipos masculinos dañinos que tanto y tan bien ha explorado el género de terror y que tienen su expresión más excesiva en una película de culto como Posesión, de Andrzej Żuławski, recién rescatada por Filmin en su versión remasterizada, acaban aquí vacíos de contenido de tanto exprimirlos y retorcerlos, especialmente en una secuencia final ideada para no dejar indiferente a nadie y que se parece demasiado al dictado sin filtro de una terapia lisérgica. Puede que tanto desparrame sea sugerente por momentos, pero no se sostiene, y menos a través de la psicología de un personaje femenino cuya fuerza acaba deslucida. Ya se sabe que la masculinidad tóxica produce monstruos, pero sus clichés también pueden provocar engendros.
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Sin duda, se trata de una película perturbadora e incómoda sobre el laberinto mental de una mujer fuerte y determinada que huye sola a una preciosa casa de campo para curar las heridas de una traumática ruptura matrimonial. A través de esa profunda grieta emocional, el filme se sumerge en el terreno del terror psicológico más desbocado.
Men es una película en la que los hombres son un amenazante cuerpo con mil cabezas en el que cada uno de ellos cumple su papel en la sociedad patriarcal. Del cura misógino de uñas demoníacas, al displicente y a la vez campechano casero vestido con su tradicional chaqueta Barbour o el repulsivo niño-viejo que se empeña en jugar al escondite con una careta de Marilyn Monroe. La idea de que todos ellos estén interpretados por el mismo actor, Rory Kinnear, resulta inquietante, pero a la vez condena al filme a una previsible cacofonía que acaba resultando tan hueca como el sonido de una de las mejores secuencias del filme, en la que Buckley, dura y desafiante con su pelo corto y su abrigo militar, pasea por un bosque hasta encontrarse con un túnel que le devuelve el eco de su voz. Como Alicia en la madriguera del Conejo Blanco, el personaje principal entra a partir de ese instante en un pozo absurdo y surreal, cargado de símbolos, algunos tan bíblicos como el de la manzana de Adán en el jardín del Edén.
El tema principal, esos estereotipos masculinos dañinos que tanto y tan bien ha explorado el género de terror y que tienen su expresión más excesiva en una película de culto como Posesión, de Andrzej Żuławski, recién rescatada por Filmin en su versión remasterizada, acaban aquí vacíos de contenido de tanto exprimirlos y retorcerlos, especialmente en una secuencia final ideada para no dejar indiferente a nadie y que se parece demasiado al dictado sin filtro de una terapia lisérgica. Puede que tanto desparrame sea sugerente por momentos, pero no se sostiene, y menos a través de la psicología de un personaje femenino cuya fuerza acaba deslucida. Ya se sabe que la masculinidad tóxica produce monstruos, pero sus clichés también pueden provocar engendros.
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‘Men’: la masculinidad tóxica produce monstruos… y algún engendro
Si no fuera por algunos de los vericuetos visuales y sonoros de la propuesta del director de ‘Ex Machina’ y, sobre todo, por la perfecta elección de su protagonista, la película naufragaría
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