Soledad_Pagac
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Memory es un melodrama que viste con demasiadas capas de miseria su dolor, un exceso de traumas que el director y guionista mexicano Michel Franco confronta con una preciosa —y a la vez oscurísima— historia de amor sostenida gracias a sus dos intérpretes, Jessica Chastain y, sobre todo, Peter Sarsgaard. La nueva película del director de Después de Lucía (2012) y Nuevo orden (2020) se centra en el encuentro entre dos personas rotas cuya invalidez emocional ilumina un inesperado camino.
Franco nos presenta al personaje de Chastain, Silvia, en una reunión de Alcohólicos Anónimos. Se trata de una trabajadora social, madre soltera de una preadolescente, que ya no prueba gota. La adicción, controlada gracias a una férrea rutina, es consecuencia de una infancia de abusos. Cuando Chastain coincide en una fiesta de antiguos alumnos de su instituto con Saul (Peter Sarsgaard), lo confunde con uno de los chicos que abusaron de ella. Sarsgaard, premiado con la Copa Volpi del último festival de Venecia por su papel, no lo recuerda, porque sufre una prematura demencia que está arrasando con su memoria.
El planteamiento inicial de Franco se podría resumir así: estamos ante una historia de amor imposible entre alguien que recuerda demasiado y otro que empieza a olvidarlo todo. Pero fiel a su universo excesivo, este rosario inicial de desgracias —y, como se verá rápido, de malentendidos— no será suficiente para un director que sigue pelando la cebolla de un hombre y una mujer atrapados por el trauma.
Franco sitúa a sus personajes en contextos sociales que solo son diferentes en apariencia, algo que da cierto sentido a su encuentro. Los dos son de origen acomodado pero también son desechos de un orden que los expulsa. La casa de Chastain, situada en un pequeño apartamento de la periferia, tiene un taller de ruedas de coche en la puerta de al lado, lo que transmite al espectador esa idea de desguace que preside una película que en lugar de ahondar en la fractura de los personajes les suma traumas, algo que afecta sobre todo al personaje de ella.
Pese a ese exceso, lo mejor de Memory es el modo en que sus dos intérpretes principales dan forma a este extraño idilio entre náufragos. Frente a los intensos primeros planos que nos introducen en la torturada Chastain, el personaje de Sarsgaard se presenta de cuerpo entero, un hombre sin brújula que expresa de una manera conmovedora su abatimiento ante un cerebro cada vez más líquido. Sin ninguna exageración expresiva, Sarsgaard, elegante y sutil, despoja a su personaje de todo lo innecesario para quedarse con su esencia. Es un hombre dulce y atractivo, que seguramente fue culto pero que ahora vive obsesionado siempre con la misma canción. Un tipo al borde del abismo de la desmemoria al que el actor aleja de la tentación del patetismo para mostrarlo con respeto y delicadeza.
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Franco nos presenta al personaje de Chastain, Silvia, en una reunión de Alcohólicos Anónimos. Se trata de una trabajadora social, madre soltera de una preadolescente, que ya no prueba gota. La adicción, controlada gracias a una férrea rutina, es consecuencia de una infancia de abusos. Cuando Chastain coincide en una fiesta de antiguos alumnos de su instituto con Saul (Peter Sarsgaard), lo confunde con uno de los chicos que abusaron de ella. Sarsgaard, premiado con la Copa Volpi del último festival de Venecia por su papel, no lo recuerda, porque sufre una prematura demencia que está arrasando con su memoria.
El planteamiento inicial de Franco se podría resumir así: estamos ante una historia de amor imposible entre alguien que recuerda demasiado y otro que empieza a olvidarlo todo. Pero fiel a su universo excesivo, este rosario inicial de desgracias —y, como se verá rápido, de malentendidos— no será suficiente para un director que sigue pelando la cebolla de un hombre y una mujer atrapados por el trauma.
Franco sitúa a sus personajes en contextos sociales que solo son diferentes en apariencia, algo que da cierto sentido a su encuentro. Los dos son de origen acomodado pero también son desechos de un orden que los expulsa. La casa de Chastain, situada en un pequeño apartamento de la periferia, tiene un taller de ruedas de coche en la puerta de al lado, lo que transmite al espectador esa idea de desguace que preside una película que en lugar de ahondar en la fractura de los personajes les suma traumas, algo que afecta sobre todo al personaje de ella.
Pese a ese exceso, lo mejor de Memory es el modo en que sus dos intérpretes principales dan forma a este extraño idilio entre náufragos. Frente a los intensos primeros planos que nos introducen en la torturada Chastain, el personaje de Sarsgaard se presenta de cuerpo entero, un hombre sin brújula que expresa de una manera conmovedora su abatimiento ante un cerebro cada vez más líquido. Sin ninguna exageración expresiva, Sarsgaard, elegante y sutil, despoja a su personaje de todo lo innecesario para quedarse con su esencia. Es un hombre dulce y atractivo, que seguramente fue culto pero que ahora vive obsesionado siempre con la misma canción. Un tipo al borde del abismo de la desmemoria al que el actor aleja de la tentación del patetismo para mostrarlo con respeto y delicadeza.
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‘Memory’: el amor en los tiempos del trauma
El mexicano Michel Franco dirige a Jessica Chastain y a Peter Sarsgaard en este melodrama excesivo por el que el actor fue premiado en el festival de Venecia
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