Más ruines que ayer, pero menos que mañana

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27 Sep 2024
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Hay frases que pasan a la Historia de la infamia, aunque a veces se atribuyan de forma artera a alguien que no las pronunció. Se cargó a María Antonieta su frivolidad ante la hambruna prerrevolucionaria: «Si no tienen pan que coman pasteles». La del presidente Hoover poco antes del crack del 29, documentada: «La prosperidad está a la vuelta de la esquina». También la respuesta de Casares Quiroga al ser informado de que el ejército de África se había levantado contra la República: «Si ellos se han levantado, yo me voy a acostar». Nuestros políticos de hogaño no se quedan atrás en el cultivo de la sintaxis que los marca con el tatuaje de ruin. Para la posteridad, algunos escupitajos regurgitados con palabras estos días aciagos. El –¡todavía!– presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón , mediodía del 30 de octubre: «Según las previsiones, el temporal se desplaza hacia la Serranía de Cuenca». La comunista Aina Vidal, portavoz de Sumar: «Los diputados no estamos para ir a Valencia a achicar agua». Su escupitajo rubricaba que era más importante colar a los comisarios políticos en el Consejo de Administración de RTVE que suspender la sesión y centrarse en la Dana que arrasaba Valencia. Margarita Robles, ante la demanda de efectivos del Ejército. Adujo la –¡todavía!– ministra que no siempre «se puede llegar a todo»: era el mismo Ejército que llegó el primero para ayudar a Marruecos cuando el terremoto. Robles justificó la premura de aquella actuación porque «las primeras horas son esenciales». En Marruecos sí; en Valencia, no tanto. En lo alto del podio de ruines, Pedro Sánchez, conocido por algo como el Número Uno: «Si necesitan más recursos que los pidan», espetó el César a la colonia. Otra frase para escupir y esculpir. Epitafio político en competencia con otros clásicos de la casa: el «No es no»; el «no he mentido, he cambiado de opinión»; el «sin duda alguna»; aquel «con Bildu no vamos a pactar»; «la fiscalía, ¿de quién depende? Pues eso» o el memorable «me comprometo a traer a Puigdemont a España» (no hizo falta traerlo, vino él solito y se volvió a fugar). En este punto, no olvidemos a Marlaska, el –¡todavía!– ministro del Interior: «A todos nos hubiera encantado detenerlo, no se repetirá». Puigdemont y Sánchez , unidos por la cobardía. Ambos huyeron como conejos cuando pintaban bastos. El Bifugado, en el ya famoso maletero. El Número Uno, rodeado de sus escoltas en Paiporta, mientras el Rey asumía la representación de un Estado que muchos pretenden fallido. El 6 de noviembre de 1988, medio centenar de vecinos de Santa Coloma de Gramanet rodearon el coche oficial de Jordi Pujol mientras le lanzaban piedras. El entonces presidente de la Generalitat bajó del vehículo y se encaró con los atacantes: «¡¿Qué se han creído ustedes?! ¡Coño! ¡Este señor ha tirado una piedra contra mi coche, con voluntad de hacer daño! ¡Otros señores han tirado piedras contra otros coches de la escolta y han roto vidrios! ¡Lo que correspondería –y si alguien no está de acuerdo especialmente los personajes políticos aquí presentes, que lo diga– es detenerles a ustedes! ¡A este señor el primero! ¡No lo vamos a hacer! ¡Pero quiero decirles que esta no es forma de conducirse!». Valentía y pedagogía. Principio de autoridad.Pocos días después de su «espantá», el Presidente que presume de Resistente, aunque en Paiporta no lo pareció, quiso tranquilizarnos: «Yo estoy bien». Ahora pretende que se le aprueben los presupuestos utilizando de escudo emocional las ayudas económicas a la devastada Valencia. «Hoy soy más ruin que ayer, pero menos que mañana». La medalla del amor (sanchista).

 

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