‘Más que nunca’: ¿A quién pertenecen la agonía y la muerte de un ser humano?

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En Never Fear (The young lovers), muy desconocida película del año 1947 dirigida por Ida Lupino, pionera de la dirección en Estados Unidos, una joven mujer enferma de polio e internada en un sanatorio decide dejar atrás su relación estable de pareja para intentar abrazar una nueva con alguien de los suyos: otro hombre enfermo como ella, ingresado también en el hospital, ambos en silla de ruedas. La situación, dramática en lo personal, pero interesantísima en lo humano, se desarrolla desde un camino semejante en muchos sentidos al de la francesa Más que nunca, sexto largometraje de Emily Atef, que reflexiona sobre la angustia, el miedo, el desequilibrio y la búsqueda de la paz de una mujer que sabe que sus días se agotan a causa de una enfermedad mortal.

Vicky Krieps, actriz portentosa, plena de registros, desde la indefensión y el temblor hasta la personalidad y el cariño, interpreta a este ser humano en busca de asideros físicos, mentales, sentimentales y espirituales, subido en el alambre de la incertidumbre ante un posible trasplante de pulmón, y con la muerte acechando cada vez más cerca. El también excelente Gaspard Ulliel es su marido. Un hombre sensible y comprensivo que, sin embargo, no acaba de saber el lugar exacto en que colocarse frente al miedo y al dolor de la persona que más quiere. Saber cómo hablar, cómo apoyar, cómo callar, cómo estar. Pero, ¿quién sabe hacer eso?

Atef, inédita hasta ahora en nuestro país, pero que en apenas dos semanas estrenará en los cines españoles su siguiente trabajo, Algún día nos lo contaremos todo (2023), una producción alemana (ella es germano-francesa), ha compuesto en Más que nunca un tratado sobre los muy distintos caminos que se pueden tomar en una situación tan dramática. Y el que elige es precisamente huir de lo que hasta entonces había sido su lugar en el mundo, para intentar encontrar cobijo y comprensión en un paraje (en principio) idílico de Noruega al lado de otra persona como ella: otro enfermo que sí sabrá cómo tratarla. O al menos eso cree porque, con enorme valentía, la historia deriva hacia un lugar apasionante en lo cinematográfico y atroz en lo personal: la sobreexposición de la enfermedad en redes sociales y el embuste de cierto afecto de carácter público.

Quizá algo pasada de tiempo (algún recorte aquí y allá no le hubiese venido mal), Más que nunca viene acompañada también de un puñado de interludios con efectos de montaje de relación, los que dan lugar a efectos psicológicos y a asociaciones de ideas. Montajes entre lo lírico y lo existencial, que no siempre logran llegar a su objetivo, pero que demuestran la audacia de Atef para no quedarse en lo obvio, tampoco en lo formal. Y ahí su sensible, feroz y nada complaciente acercamiento al sexo en pareja durante la enfermedad es uno de los puntos culminantes de una obra que, desde luego, te coloca en esquinazos nada condescendientes.

¿A quién pertenecen la agonía y la muerte de esta mujer? La respuesta fácil, obvia y corta sería esta: solo a ella. Cada uno elige su propia forma de vivir y también de morir, de enfrentarse a la felicidad y de toparse con la enfermedad. Sin tener que rendir cuentas a nadie. Ni siquiera a los que han estado ahí, al lado, siempre y en cualquier circunstancia. La respuesta larga queda para ustedes.

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