Stefan_Lueilwitz
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Sevilla es una película que se inicia cada día. Un estreno que se proyecta en sesión continua sobre las aguas del Guadalquivir de las estrellas, que tiene sus butacas en cada banco, en cada escalón, en cada poyete. Celebrar en Sevilla un Festival de Cine es como celebrar en Texas un Congreso de Armas. Vino Johnny Deep el otro día y la gente se sorprendió y se deshizo en agradecimientos. Sin duda entiendo que es un honor que una figura de su talla se dé un garbeo por aquí, pero yo lo pensé al revés: en qué lugar quedaría el espíritu intrépido de Jack Sparrow si dejase pasar la oportunidad de contemplar ese río que cruza por medio de dos maravillas. Sería un piraticucho si no viniese aquí a imaginarse lo que sería atracar con su galeón en Triana en busca del botín de la belleza suprema. Porque estoy convencido de que el Capitán Sparrow, tan nómada como se presenta, acabaría queriendo echar el ancla en la cava. No obstante, para mí la mejor noticia que trae bajo el brazo esta convocatoria patria del séptimo arte es el estreno del documental de otro Capitán, un loco infinitamente más loco que ese corsario del Caribe, uno que hace dos años se marchó diligente y asqueado a lo alto de su colina para responderse las preguntas que él le había hecho a los demás. Era nuestro Capitán Garfio, porque encima del muñón de su chaladura llevaba un signo de interrogación que cortaba más que diez mil cuchillas, que abría en canal los sesos de una sociedad que aún se resistía a caer en las garras de lo frívolo, lo hueco y lo buenista.Una ralea de perros verdes que, gracias a su fomento del espíritu crítico, del ver más allá de los sesgos, de hurgar sin remilgos en la crudeza y la miseria, de filosofar sobre la belleza del cristal roto de la realidad, se resistía a convertirse en el rebaño deprimido, indignado y repipi que somos ahora. Se fue Jesús Quintero cuando empezaban a resonar los gritos horteras de una sociedad adicta al jaco de la polarización más cateta. Se fue y nos dejó huérfanos de unos silencios que hoy se rellenan con argumentarios y consignas ideológicas, con la espuma de las rodilleras de los que prefieren el servilismo a la rebeldía. «La basura conecta con la basura», dijo en ese célebre y postrero cabreo en la Universidad de Málaga. Allí también anunció que estaba escribiendo un libro que se titulaba «Mis queridos hijos de puta». Muchos dicen que solo era una bravuconada. Se marchó el majara más irrepetible justo cuando el sentido común se intercambiaba los papeles con el lince ibérico. Ojalá volvieran esas pausas con la mirada, esas invitaciones a la reflexión, desde la cima del colmado, allí donde se acariciaba a la luna y pensar por uno mismo era una bella y respetable excentricidad.
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