powlowski.alf
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Una niña iraní mira al frente, con los brazos cruzados. Lleva el velo, y cierta firmeza en los ojos. Apenas dos viñetas después, se ven hombres y mujeres exaltados, protestando con el puño levantado: arranca la Revolución Islámica. Aquellos dibujos, que dieron comienzo en el año 2000 a Persépolis, cambiaron la historia de esa chiquilla, de la novela gráfica y, tal vez, incluso de Irán. Tanto que durante años a Marjane Satrapi (Rasth, 54 años) le siguieron reclamando que retratara aquella joven, a lo que ella respondía una y otra vez: “Ha crecido”. Se ha hecho mujer. Leyenda del tebeo. Cineasta. Franco-iraní. Fiera opositora del régimen de su país. Y, ahora, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, como anunció este martes la fundación que entrega los galardones.
El jurado definió a Satrapi, residente en París, como “un símbolo del compromiso cívico liderado por las mujeres”, la calificó como “una de las personas más influyentes en el diálogo entre culturas y generaciones” y recordó que en “Persépolis plasma ejemplarmente la búsqueda de un mundo más justo e integrador”. Y ella, en una rueda de prensa por vídeoconferencia este martes, dedicó el galardón a la lucha por la libertad en su país y al rapero Toomaj Salehi, condenado a muerte hace unos días: “Es la voz de todo el país”.
Aprovechó incluso para mandar un recado a Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad: “Si le tuviera delante, le daría un bofetón. Irán está llevando a cabo cinco guerras ahora mismo. ¿Qué más tiene que hacer la Guardia Revolucionaria para ser declarado grupo terrorista? Cuando se hablaba mucho de Irán en Occidente, no mataban a nadie. Cuando se dejó de hablar, empezó a haber ejecuciones. ¿Y qué hace Europa en lugar de condenarles? Convierte a Irán en presidente del foro social de derechos humanos en el seno de la ONU. Nadie de Irán pediría a Occidente que fuera a hacer la revolución, pero al menos que reconozca que hay un movimiento con el 85% de la población que no quiere esa dictadura religiosa. La opinión pública cuenta y para eso importan estos premios, no para aplaudirme a mí”. Aunque Borrell pueda promover la declaración de la Guardia Revolucionaria, una medida así tendría que ser aprobada por los 27 estados miembros de la UE.
Así que este Princesa de Asturias reconoce muchas cosas a la vez, justo lo que suponen las obras de Satrapi. Ante todo, el talento de una narradora capaz de aprender y dominar nuevos formatos. Apenas tenía experiencia, además de llevar poco tiempo en la Escuela de Artes Decorativas de Estrasburgo, cuando construyó su obra maestra. Ella creía que nunca encontraría un editor, que todo terminaría en fotocopias para sus amigos. Se convirtió en un hito para el tebeo “solo comparable al Maus de Art Spiegelman”, según Reservoir Books, la editorial que la publica en castellano, euskera y catalán.
Porque Persépolis dibuja su infancia en Teherán durante la Revolución Islámica que, en 1979, derrocó al Sha de Persia y aupó al poder al ayatolá Jomeini, hasta el inicio de su vida adulta con su llegada a Europa, adonde la enviaron sus padres y reside desde entonces. La familia de Satrapi, acomodada y progresista, simpatizaba en principio con la revolución, pero cuando esta fue dominada por los sectores islamistas derivó en un régimen teocrático que coartó las libertades individuales y se embarcó en una guerra con Irak en 1980, bajo la vigilancia de los Guardianes de la Revolución. Todo ello se narra en Persépolis, pero el blanco y el negro del dibujo sirve además para trazar todos los grises de tan complejo suceso: la macrohistoria, entre éxtasis, represión, cárcel y muertes, junto con la vida cotidiana y la perspectiva de una adolescente que ansía tanto la libertad como un casete de Kim Wilde en el mercado negro.
“El dibujo es la primera expresión del ser humano, anterior a la escritura”, afirmó ella sobre la elección del cómic. Entre sus novelas gráficas, también están Bordados, que narra la vida de las mujeres iraníes, y Pollo con ciruelas, sobre los últimos ocho días de vida de un pariente de Satrapi llamado Nasser Ali, un conocido intérprete de tar, el laúd tradicional iraní. Pero tampoco Satrapi sabía mucho de cine cuando se dejó convencer para adaptar Persépolis a la pantalla, a cuatro manos con Vincent Paronnaud. Recibió ex aequo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2007 y, luego, la primera nominación de una creadora por el mejor filme de animación en la historia de los Oscar. Más adelante, filmó la road movie en salsa española La banda de los Jotas, The Voices, sobre un asesino en los Estados Unidos profundos, Madame Curie, o una película que ha contado que tiene pendiente de estreno.
Pero el Princesa de Asturias también encumbra la valentía de una voz siempre dispuesta a decir lo que piensa. A detestar el uso del velo, como símbolo de sumisión, y a defender, al mismo tiempo, que las mujeres que quieran puedan usarlo. A definirse “muy feminista” y rechazar tajantemente el patriarcado, así como la lucha concebida como mujeres contra hombres: “Nadie tiene derecho a dominar a nadie. Somos todos iguales. No hay razas, somos la raza humana”. “Hay muy pocas diferencias entre un judío, musulmán o católico fanático. El problema de la religión es que impide a la gente hablar y reflexionar, pretende dar respuestas en lugar de suscitar preguntas”, ha añadido.
Aunque sus gritos por la justicia y contra el poder opresor, tanto en sus entrevistas, como en su arte, se dirigen sobre todo hacia su país. Hace poco, Satrapi regresó al cómic por primera vez en años para coordinar Mujer. Vida. Libertad, antología donde ha reunido a estrellas como Paco Roca y Joan Sfarr —una especie de “brigada internacional” del cómic, en su definición— con autoras iraníes como ella misma o Shabnam Adiban, para apoyar las protestas que remueven a su país y denunciar la represión que sufren los ciudadanos. Todo desde la muerte, el 16 de septiembre de 2022, de Mahsa Amini, una chica de 22 años detenida por la policía de la moral por no llevar bien el velo obligatorio para las mujeres en Irán. Satrapi ha insistido varias veces en que solo hay una palabra que explicar lo que hierve en su país. Ni “revuelta” ni “movimiento”, sino “la primera revolución feminista del mundo”.
Igual de clara se muestra ahora para calificar al otro frente: “La situación se ha agravado de mi país desde Persépolis. Estamos en una dictadura todavía más violenta, más del 85% de la población quiere un gobierno democrático y secular. El 68% vive bajo el umbral de la pobreza, pese a que Irán es un país muy rico. El dinero desaparece en la corrupción. El gobierno no quiere soltar el poder. Por eso necesito seguir hablando, hablando y hablando de ello”. Resulta evidente, por lo tanto, su elección en otro debate difícil: hay artistas iraníes que se han plantado contra el Gobierno y han pagado un precio por ello, como el director Jafar Panahi, condenado a seis años de cárcel por propaganda contra el régimen. A otros, como el cineasta Asghar Farhadi, se les acusó durante años de ponerse de perfil. Satrapi pertenece al primer bando desde hace décadas. De alguna forma, con Persépolis, hasta enseñó el camino.
“Vendí millones y no sé cuántos centenares de conferencias di. ¿Cambié algo? Qué sé yo. ¿Desperté la curiosidad de la gente? Sí. Contribuí un poquito. Solo un poquito, aunque solo así se cambia el mundo”, reflexionaba en noviembre con EL PAÍS. Aunque, todavía hoy, no tiene claro el impacto real de la obra: “Funcionó porque fue un buen libro, honesto. Hay que hablar de lo que uno conoce. Si lo que hago ayuda, fantástico. Pero a menudo tengo la impresión de que estoy convenciendo a gente ya convencida. Si alguien como yo recibe este premio el mundo debe ir muy mal. No soy ni supersimpática ni súpertolerante”.
A la vez, Persépolis contenía otras claves fundamentales para Satrapi: un retrato realista del país y sus gentes, lejos de los encuadres de “colinas y burros” o la imagen de una nación “atrapada en épocas oscuras” que los festivales occidentales buscan en el arte iraní, como lamentó hace un mes a The Guardian. Hay otra palabra clave, una de las más repetidas en sus entrevistas: “Decencia”. La de no querer dar lecciones o sugerencias desde lejos, sino solo apoyo y un altavoz, a sus connacionales que luchan cada día en Irán. Y la de no quejarse pese a décadas sin visitar su hogar, porque hay otros sufriendo tragedias mayores.
Todo ello ha orientado su obra, su trayectoria y su vida. Con la misma decisión se opone a una dictadura, a que la fotografíen, o a que la encierren en una categoría. “Al crecer me decían: ‘una señorita no haría eso o aquello’. Yo levanté un día el dedo y dije: ‘igual no soy una señorita educada, pero soy libre’. Siempre he rechazado ser dulce, lo soy cuando quiera, pero no por ser mujer. Cuando era niña quería ser Batman, porque no había modelos femeninos”. Puede que hoy ella misma suponga una referencia para muchas jóvenes. La niña de Persépolis ha crecido. Ha cambiado. Pero crea y lucha igual que entonces. O más.
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El jurado definió a Satrapi, residente en París, como “un símbolo del compromiso cívico liderado por las mujeres”, la calificó como “una de las personas más influyentes en el diálogo entre culturas y generaciones” y recordó que en “Persépolis plasma ejemplarmente la búsqueda de un mundo más justo e integrador”. Y ella, en una rueda de prensa por vídeoconferencia este martes, dedicó el galardón a la lucha por la libertad en su país y al rapero Toomaj Salehi, condenado a muerte hace unos días: “Es la voz de todo el país”.
Aprovechó incluso para mandar un recado a Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad: “Si le tuviera delante, le daría un bofetón. Irán está llevando a cabo cinco guerras ahora mismo. ¿Qué más tiene que hacer la Guardia Revolucionaria para ser declarado grupo terrorista? Cuando se hablaba mucho de Irán en Occidente, no mataban a nadie. Cuando se dejó de hablar, empezó a haber ejecuciones. ¿Y qué hace Europa en lugar de condenarles? Convierte a Irán en presidente del foro social de derechos humanos en el seno de la ONU. Nadie de Irán pediría a Occidente que fuera a hacer la revolución, pero al menos que reconozca que hay un movimiento con el 85% de la población que no quiere esa dictadura religiosa. La opinión pública cuenta y para eso importan estos premios, no para aplaudirme a mí”. Aunque Borrell pueda promover la declaración de la Guardia Revolucionaria, una medida así tendría que ser aprobada por los 27 estados miembros de la UE.
Así que este Princesa de Asturias reconoce muchas cosas a la vez, justo lo que suponen las obras de Satrapi. Ante todo, el talento de una narradora capaz de aprender y dominar nuevos formatos. Apenas tenía experiencia, además de llevar poco tiempo en la Escuela de Artes Decorativas de Estrasburgo, cuando construyó su obra maestra. Ella creía que nunca encontraría un editor, que todo terminaría en fotocopias para sus amigos. Se convirtió en un hito para el tebeo “solo comparable al Maus de Art Spiegelman”, según Reservoir Books, la editorial que la publica en castellano, euskera y catalán.
Porque Persépolis dibuja su infancia en Teherán durante la Revolución Islámica que, en 1979, derrocó al Sha de Persia y aupó al poder al ayatolá Jomeini, hasta el inicio de su vida adulta con su llegada a Europa, adonde la enviaron sus padres y reside desde entonces. La familia de Satrapi, acomodada y progresista, simpatizaba en principio con la revolución, pero cuando esta fue dominada por los sectores islamistas derivó en un régimen teocrático que coartó las libertades individuales y se embarcó en una guerra con Irak en 1980, bajo la vigilancia de los Guardianes de la Revolución. Todo ello se narra en Persépolis, pero el blanco y el negro del dibujo sirve además para trazar todos los grises de tan complejo suceso: la macrohistoria, entre éxtasis, represión, cárcel y muertes, junto con la vida cotidiana y la perspectiva de una adolescente que ansía tanto la libertad como un casete de Kim Wilde en el mercado negro.
“El dibujo es la primera expresión del ser humano, anterior a la escritura”, afirmó ella sobre la elección del cómic. Entre sus novelas gráficas, también están Bordados, que narra la vida de las mujeres iraníes, y Pollo con ciruelas, sobre los últimos ocho días de vida de un pariente de Satrapi llamado Nasser Ali, un conocido intérprete de tar, el laúd tradicional iraní. Pero tampoco Satrapi sabía mucho de cine cuando se dejó convencer para adaptar Persépolis a la pantalla, a cuatro manos con Vincent Paronnaud. Recibió ex aequo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2007 y, luego, la primera nominación de una creadora por el mejor filme de animación en la historia de los Oscar. Más adelante, filmó la road movie en salsa española La banda de los Jotas, The Voices, sobre un asesino en los Estados Unidos profundos, Madame Curie, o una película que ha contado que tiene pendiente de estreno.
Declaraciones de Marjane Satrapi tras la concesión del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2024.
Puedes leer sus declaraciones completas en este enlace: https://t.co/zjeSvoS6y8#PremiosPrincesadeAsturias pic.twitter.com/83LtHBjBuk
— Fundación Princesa de Asturias (@fpa) April 30, 2024
Pero el Princesa de Asturias también encumbra la valentía de una voz siempre dispuesta a decir lo que piensa. A detestar el uso del velo, como símbolo de sumisión, y a defender, al mismo tiempo, que las mujeres que quieran puedan usarlo. A definirse “muy feminista” y rechazar tajantemente el patriarcado, así como la lucha concebida como mujeres contra hombres: “Nadie tiene derecho a dominar a nadie. Somos todos iguales. No hay razas, somos la raza humana”. “Hay muy pocas diferencias entre un judío, musulmán o católico fanático. El problema de la religión es que impide a la gente hablar y reflexionar, pretende dar respuestas en lugar de suscitar preguntas”, ha añadido.
Aunque sus gritos por la justicia y contra el poder opresor, tanto en sus entrevistas, como en su arte, se dirigen sobre todo hacia su país. Hace poco, Satrapi regresó al cómic por primera vez en años para coordinar Mujer. Vida. Libertad, antología donde ha reunido a estrellas como Paco Roca y Joan Sfarr —una especie de “brigada internacional” del cómic, en su definición— con autoras iraníes como ella misma o Shabnam Adiban, para apoyar las protestas que remueven a su país y denunciar la represión que sufren los ciudadanos. Todo desde la muerte, el 16 de septiembre de 2022, de Mahsa Amini, una chica de 22 años detenida por la policía de la moral por no llevar bien el velo obligatorio para las mujeres en Irán. Satrapi ha insistido varias veces en que solo hay una palabra que explicar lo que hierve en su país. Ni “revuelta” ni “movimiento”, sino “la primera revolución feminista del mundo”.
Igual de clara se muestra ahora para calificar al otro frente: “La situación se ha agravado de mi país desde Persépolis. Estamos en una dictadura todavía más violenta, más del 85% de la población quiere un gobierno democrático y secular. El 68% vive bajo el umbral de la pobreza, pese a que Irán es un país muy rico. El dinero desaparece en la corrupción. El gobierno no quiere soltar el poder. Por eso necesito seguir hablando, hablando y hablando de ello”. Resulta evidente, por lo tanto, su elección en otro debate difícil: hay artistas iraníes que se han plantado contra el Gobierno y han pagado un precio por ello, como el director Jafar Panahi, condenado a seis años de cárcel por propaganda contra el régimen. A otros, como el cineasta Asghar Farhadi, se les acusó durante años de ponerse de perfil. Satrapi pertenece al primer bando desde hace décadas. De alguna forma, con Persépolis, hasta enseñó el camino.
“Vendí millones y no sé cuántos centenares de conferencias di. ¿Cambié algo? Qué sé yo. ¿Desperté la curiosidad de la gente? Sí. Contribuí un poquito. Solo un poquito, aunque solo así se cambia el mundo”, reflexionaba en noviembre con EL PAÍS. Aunque, todavía hoy, no tiene claro el impacto real de la obra: “Funcionó porque fue un buen libro, honesto. Hay que hablar de lo que uno conoce. Si lo que hago ayuda, fantástico. Pero a menudo tengo la impresión de que estoy convenciendo a gente ya convencida. Si alguien como yo recibe este premio el mundo debe ir muy mal. No soy ni supersimpática ni súpertolerante”.
A la vez, Persépolis contenía otras claves fundamentales para Satrapi: un retrato realista del país y sus gentes, lejos de los encuadres de “colinas y burros” o la imagen de una nación “atrapada en épocas oscuras” que los festivales occidentales buscan en el arte iraní, como lamentó hace un mes a The Guardian. Hay otra palabra clave, una de las más repetidas en sus entrevistas: “Decencia”. La de no querer dar lecciones o sugerencias desde lejos, sino solo apoyo y un altavoz, a sus connacionales que luchan cada día en Irán. Y la de no quejarse pese a décadas sin visitar su hogar, porque hay otros sufriendo tragedias mayores.
Todo ello ha orientado su obra, su trayectoria y su vida. Con la misma decisión se opone a una dictadura, a que la fotografíen, o a que la encierren en una categoría. “Al crecer me decían: ‘una señorita no haría eso o aquello’. Yo levanté un día el dedo y dije: ‘igual no soy una señorita educada, pero soy libre’. Siempre he rechazado ser dulce, lo soy cuando quiera, pero no por ser mujer. Cuando era niña quería ser Batman, porque no había modelos femeninos”. Puede que hoy ella misma suponga una referencia para muchas jóvenes. La niña de Persépolis ha crecido. Ha cambiado. Pero crea y lucha igual que entonces. O más.
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Marjane Satrapi, autora de ‘Persépolis’, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2024
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