Maridaje del paso y la baqueta

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27 Sep 2024
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La edición de 2024 del festival Madrid en Danza se cierra con los espectáculos de la compañía australiana Stephanie Lake Company, una energética y muy ruidosa sesión de danza acrobática respaldada por el sonido, a veces concertante, de nueve baterías. La percusión manda aquí sobre todas las cosas y sobre el baile mismo, una imposición rítmica y sonora para la que se necesita cierta preparación. No es sencillo buscar -y encontrar- las motivaciones dinámicas que estructuran la pieza. Surge la sospecha de cierta gratuidad, unan concesión al divertimento, que por qué no (se preguntará alguno) puede ser un lícito objetivo.

No hay nada que una lo visto en Manifesto con evocaciones ancestrales o de recreación primitivista, del mundo tradicional o folclórico; si algo de esto aflora por sí mismo, es tan indirecto como breve y es rápidamente asimilado a lo estricto contemporáneo. En eso la coreógrafa ejerce un control que se percibe férreo y estructurado.

La coreógrafa Stephanie Lake (Saskatoon, Canadá, 1977) ha ganado rápidamente fama y prestigio por su originalidad y arrojo en el trabajo creador; su obra Colossus (para 50 bailarines) ha sido de gran impacto; después vino Manifesto, una coreografía liberada de toda timidez y que quiere poner en relación directa, literal, la fuerza motora del percutir con el despliegue básicamente atlético y duro (por intenso) de los artistas. Los bailarines, de muy diversa procedencia, parecen haber sido entrenados, en cuerpo y mente, con la idea de transgredir y comunicar, de exaltar y brillar en lo aéreo y en lo terrenal. Quizás en otro sitio asombre más esa atmósfera de saturación auditiva, aquí no, que ya tenemos los tambores de Calanda para eso; Lake no usa amplificación para la música, lo que se agradece en varios sentidos: hay más matices y se despeja lo agresivo. No podemos aún hablar de un estilo, sino de ciertas sugerencias formales que se repiten en la lectura: humor, pantomima comunicativa, gestación del grupo, su atomización (en una única escena donde se percibe violencia o catarsis); el título puede evocar esta idea, aquello de que la danza, por sí misma, lucha y obtiene su supervivencia y aceptación.

Un momento de 'Manifiesto'.

Hay muchos antecedentes en la coreografía moderna y contemporánea de esa forzada familia estética entre percusión y bailarín, desde Vicente Nebrada con su Percusión para seis hombres (1969, música: Lee Gurst) a Vittorio Biagi con Pulsazione, en sus diversas versiones entre los años 70 del siglo XX y la filmación de 2011. En Manifesto nueve bailarines dan la réplica y se esfuerzan a fondo para empastar una imagen única.

La sesión de Manifesto empieza con algo de formalidad, y poco a poco, gana en libertad expresiva hasta dar a toda la presentación un sentido de despliegue inonoclasta, de poética busca expansiva. Quizás una hora es mucha percusión, pues no deja de ser machacona por muy sutil que quiera ser el redoblante. Los últimos 15 minutos tienen una respiración más abierta y dicen mucho más que todo el resto del tiempo anterior, como si allí se concentrara todo el planteamiento, lo bueno por decir.

Hay un tratamiento igualitario de toda la plantilla, abordado en secuencias de dúo o pequeños grupos y una sección de breves variaciones individuales que hacen justicia de calidades a cada intérprete. Ellas están, muy evidentemente, mejor que ellos, en forma y en fondo.

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