Carleton_Ruecker
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La doctora María Neira (La Felguera, Asturias, 62 años) es la directora del Departamento de Medio Ambiente, Cambio Climático y Salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Desde su puesto en esta agencia dependiente de Naciones Unidas se ha convertido en uno de los referentes internacionales cuando se habla de la relación entre salud pública, cambio climático y contaminación. En esta entrevista telefónica con EL PAÍS incide en la necesidad de que los responsable políticos, especialmente los municipales, tomen medidas preventivas frente a un calentamiento global que golea especialmente a las ciudades. “Hay que atacar las causas de la crisis climática si queremos proteger nuestra salud y prevenir impactos todavía más negativos de los que ya estamos sufriendo”, advierte.
Pregunta. Cada vez resulta más complicado separar las crisis climática de la salud.
Respuesta. No tendríamos que separarlo. La crisis climática está representando una crisis de salud pública. Ambas tienen vínculos muy profundos. La crisis climática representa completamente un ataque para todos los pilares que son fundamentales para la salud: la capacidad de producir alimentos, la capacidad de acceso al agua potable, respirar un aire que no sea tóxico, nuestra salud mental… Todas las condiciones básicas que necesitamos para sobrevivir están amenazadas por la crisis climática. Por lo tanto, es casi imposible decir dónde empieza la crisis de salud y dónde termina la crisis climática. Por eso hay que atacar las causas de la crisis climática si queremos proteger nuestra salud y prevenir impactos todavía más negativos de los que ya estamos sufriendo.
P. ¿Y cree que los responsables políticos tienen tan clara esa vinculación?
R. Evidentemente, todavía no al nivel que sería necesario con respecto a la magnitud del problema al que nos estamos enfrentando. El año pasado, en la cumbre del clima de Dubái, por primera vez tuvimos un día entero dedicado a la salud. Hay obviamente mucha más sensibilización de la que había diez años atrás. Hay también mucha movilización de aquellos que trabajamos directa o indirectamente en salud pública, y hay más demanda por parte de los ciudadanos que entienden que hay un impacto en la salud. Hemos hecho muchos esfuerzos para demostrar que cuando se habla de cambio climático estamos hablando de salud y que cuando los negociadores que van a las conferencias anuales del clima a discutir sobre qué porcentaje de emisiones podemos reducir o no, en el fondo están negociando también qué porcentaje de muertes y enfermedades estamos aceptando que se den o no. Si se ponen en marcha de forma muy ambiciosa las políticas de mitigación del cambio climático, los beneficios para la salud serían enormes y directos. Para empezar, el beneficio de reducir la contaminación del aire podría ayudarnos a reducir los siete millones de muertes prematuras que tenemos cada año. El acceso a una producción de alimentos más sostenible, reduciría también cinco millones de muertes anuales por mala nutrición y falta de acceso a la comida. Y la planificación urbana, otra cuestión fundamental en la mitigación del cambio climático, también nos permitiría que nuestras ciudades sean más vivibles y con unos entornos más saludables.
P. ¿En las ciudades es quizás donde más se notan los impactos, por ejemplo, de las temperaturas extremas?
R. Sí, primero porque el 50% de la población mundial vive en zonas urbanas. Y de aquí a 20 años aumentará en 2.500 millones las personas que harán su vida en las ciudades y núcleos urbanos. Hay además materiales de construcción, como el cemento, que crean las famosas islas de calor en las zonas urbanas. También hay un mayor aislamiento de la población vulnerable al haber menos interacción social en las ciudades que en las zonas rurales. Además, las zonas verdes a veces en las ciudades son muy escasas.
P. ¿Qué piensa cuando lee noticias sobre talas de árboles para hacer más aparcamientos o reformas de espacios públicos que no contemplan nada de vegetación, como la de la Puerta del Sol de Madrid?
R. Lo que llamamos la planificación urbana saludable, es decir, un diseño de las ciudades para proteger la salud, se está volviendo cada vez más una prioridad. Las altísimas temperaturas suponen medio millón de muertes anuales en el mundo solo por las olas de calor. Muchas de esas muertes son en zonas urbanas. Necesitamos una planificación urbana que nos proteja y eso incluye varias cosas. Por ejemplo, tener zonas verdes. Hay estudios muy importantes que demuestran que con la sombra de los árboles, por ejemplo, podemos bajar la temperatura de 6 a 8 grados. Eso es importantísimo para unas ciudades en las que ya sabemos que vamos a tener olas de calor con más frecuencia y más intensidad. Luego está lo que llamamos el enfriamiento pasivo: tener edificios con otro tipo de materiales que reflejen el sol para ayudar a reducir las temperaturas. También es importante la planificación dónde están las personas más vulnerables para generar algunos refugios climáticos. La ciencia cada vez demuestra más que las ciudades tienen que ser planificadas de otra manera. Hay que reducir el tráfico, hay que fomentar el transporte público y favorecer la interacción social que contribuye también a una mejor salud mental. Cada vez trabajamos más con arquitectos, urbanistas, alcaldes, ciudades… Es mucho lo que se juegan las ciudades debido a la concentración de población.
P. Sin embargo, en España, hay un gran incumplimiento de la ley a la hora de poner en marcha las zonas de bajas emisiones para combatir la contaminación.
R. Para mí los alcaldes son ministros de salud en potencia. Buenos o malos, depende de qué medidas tomen. Tienen una capacidad muy importante y lo que intentamos es confrontarlos con los beneficios que podrían tener estas medidas, es decir, cuántas muertes podrían evitar. También funciona lo contrario, decirles las muertes que la contaminación provoca cada año en una ciudad determinada. Hemos visto lo que ha pasado en Londres con las zonas de bajas emisiones. Con el alcalde, Sadiq Khan, hemos trabajado mucho para ayudarle a poner en marcha ese sistema que fue muy controvertido al principio. Su propio partido político lo atacó muchísimo. Pero tras su tercera reelección, que fue histórica, él me contaba que la campaña al final se basó en quién estaba a favor de las medidas de mejora la calidad del aire y quién estaba en contra. La OMS y otros grupos académicos hemos demostrado con datos que efectivamente ese tipo de medidas tienen un beneficio para la salud muy importante, que dan resultados positivos y que políticamente se pueden vender bien. Invito a los alcaldes a tomar ese tipo de medidas, que a lo mejor al principio son poco populares. Les invito a ser mucho más atrevidos, a tener coraje político y a ponerlas en marcha explicando bien los beneficios para la salud. Estoy convencida que eso les dará un rédito político y votos.
P. Quizás sería interesante que, igual que se calcula la huella medioambiental de los proyectos públicos, se calculara la huella en mortandad que provocan algunas medidas.
R. Es exactamente eso. Cada medida que tomara un gobierno debería tener no solo una evaluación del impacto ambiental, sino una evaluación del impacto sobre la salud. Y no solo el impacto negativo, sino también cuántas vidas se pueden salvar si se toman otras medidas.
P. Julio se cerró de nuevo con récords de calentamiento globales. ¿Qué piensan los que, como usted, se dedican al seguimiento de la crisis climática cuando oyen eso de ‘este es el calor de siempre’?
R. Hay que separar las conversaciones de barra de bar de las decisiones políticas y de gobierno importantes. Solo hay que revisar los datos y los gráficos de las agencias meteorológicas de todos los países del mundo y la Organización Meteorológica Mundial. Hay un aumento clarísimo de temperaturas. Claro que en algunos países ha habido siempre olas de calor, pero ahora están aumentando en intensidad y en frecuencia. La cuestión está ahora en hasta dónde estamos dispuestos que aumenten las temperaturas. Las conversaciones un poco superficiales hay que dejarlas de lado. Esta es una cuestión de Estado y de multilateralidad.
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Pregunta. Cada vez resulta más complicado separar las crisis climática de la salud.
Respuesta. No tendríamos que separarlo. La crisis climática está representando una crisis de salud pública. Ambas tienen vínculos muy profundos. La crisis climática representa completamente un ataque para todos los pilares que son fundamentales para la salud: la capacidad de producir alimentos, la capacidad de acceso al agua potable, respirar un aire que no sea tóxico, nuestra salud mental… Todas las condiciones básicas que necesitamos para sobrevivir están amenazadas por la crisis climática. Por lo tanto, es casi imposible decir dónde empieza la crisis de salud y dónde termina la crisis climática. Por eso hay que atacar las causas de la crisis climática si queremos proteger nuestra salud y prevenir impactos todavía más negativos de los que ya estamos sufriendo.
P. ¿Y cree que los responsables políticos tienen tan clara esa vinculación?
R. Evidentemente, todavía no al nivel que sería necesario con respecto a la magnitud del problema al que nos estamos enfrentando. El año pasado, en la cumbre del clima de Dubái, por primera vez tuvimos un día entero dedicado a la salud. Hay obviamente mucha más sensibilización de la que había diez años atrás. Hay también mucha movilización de aquellos que trabajamos directa o indirectamente en salud pública, y hay más demanda por parte de los ciudadanos que entienden que hay un impacto en la salud. Hemos hecho muchos esfuerzos para demostrar que cuando se habla de cambio climático estamos hablando de salud y que cuando los negociadores que van a las conferencias anuales del clima a discutir sobre qué porcentaje de emisiones podemos reducir o no, en el fondo están negociando también qué porcentaje de muertes y enfermedades estamos aceptando que se den o no. Si se ponen en marcha de forma muy ambiciosa las políticas de mitigación del cambio climático, los beneficios para la salud serían enormes y directos. Para empezar, el beneficio de reducir la contaminación del aire podría ayudarnos a reducir los siete millones de muertes prematuras que tenemos cada año. El acceso a una producción de alimentos más sostenible, reduciría también cinco millones de muertes anuales por mala nutrición y falta de acceso a la comida. Y la planificación urbana, otra cuestión fundamental en la mitigación del cambio climático, también nos permitiría que nuestras ciudades sean más vivibles y con unos entornos más saludables.
P. ¿En las ciudades es quizás donde más se notan los impactos, por ejemplo, de las temperaturas extremas?
R. Sí, primero porque el 50% de la población mundial vive en zonas urbanas. Y de aquí a 20 años aumentará en 2.500 millones las personas que harán su vida en las ciudades y núcleos urbanos. Hay además materiales de construcción, como el cemento, que crean las famosas islas de calor en las zonas urbanas. También hay un mayor aislamiento de la población vulnerable al haber menos interacción social en las ciudades que en las zonas rurales. Además, las zonas verdes a veces en las ciudades son muy escasas.
P. ¿Qué piensa cuando lee noticias sobre talas de árboles para hacer más aparcamientos o reformas de espacios públicos que no contemplan nada de vegetación, como la de la Puerta del Sol de Madrid?
R. Lo que llamamos la planificación urbana saludable, es decir, un diseño de las ciudades para proteger la salud, se está volviendo cada vez más una prioridad. Las altísimas temperaturas suponen medio millón de muertes anuales en el mundo solo por las olas de calor. Muchas de esas muertes son en zonas urbanas. Necesitamos una planificación urbana que nos proteja y eso incluye varias cosas. Por ejemplo, tener zonas verdes. Hay estudios muy importantes que demuestran que con la sombra de los árboles, por ejemplo, podemos bajar la temperatura de 6 a 8 grados. Eso es importantísimo para unas ciudades en las que ya sabemos que vamos a tener olas de calor con más frecuencia y más intensidad. Luego está lo que llamamos el enfriamiento pasivo: tener edificios con otro tipo de materiales que reflejen el sol para ayudar a reducir las temperaturas. También es importante la planificación dónde están las personas más vulnerables para generar algunos refugios climáticos. La ciencia cada vez demuestra más que las ciudades tienen que ser planificadas de otra manera. Hay que reducir el tráfico, hay que fomentar el transporte público y favorecer la interacción social que contribuye también a una mejor salud mental. Cada vez trabajamos más con arquitectos, urbanistas, alcaldes, ciudades… Es mucho lo que se juegan las ciudades debido a la concentración de población.
P. Sin embargo, en España, hay un gran incumplimiento de la ley a la hora de poner en marcha las zonas de bajas emisiones para combatir la contaminación.
R. Para mí los alcaldes son ministros de salud en potencia. Buenos o malos, depende de qué medidas tomen. Tienen una capacidad muy importante y lo que intentamos es confrontarlos con los beneficios que podrían tener estas medidas, es decir, cuántas muertes podrían evitar. También funciona lo contrario, decirles las muertes que la contaminación provoca cada año en una ciudad determinada. Hemos visto lo que ha pasado en Londres con las zonas de bajas emisiones. Con el alcalde, Sadiq Khan, hemos trabajado mucho para ayudarle a poner en marcha ese sistema que fue muy controvertido al principio. Su propio partido político lo atacó muchísimo. Pero tras su tercera reelección, que fue histórica, él me contaba que la campaña al final se basó en quién estaba a favor de las medidas de mejora la calidad del aire y quién estaba en contra. La OMS y otros grupos académicos hemos demostrado con datos que efectivamente ese tipo de medidas tienen un beneficio para la salud muy importante, que dan resultados positivos y que políticamente se pueden vender bien. Invito a los alcaldes a tomar ese tipo de medidas, que a lo mejor al principio son poco populares. Les invito a ser mucho más atrevidos, a tener coraje político y a ponerlas en marcha explicando bien los beneficios para la salud. Estoy convencida que eso les dará un rédito político y votos.
P. Quizás sería interesante que, igual que se calcula la huella medioambiental de los proyectos públicos, se calculara la huella en mortandad que provocan algunas medidas.
R. Es exactamente eso. Cada medida que tomara un gobierno debería tener no solo una evaluación del impacto ambiental, sino una evaluación del impacto sobre la salud. Y no solo el impacto negativo, sino también cuántas vidas se pueden salvar si se toman otras medidas.
P. Julio se cerró de nuevo con récords de calentamiento globales. ¿Qué piensan los que, como usted, se dedican al seguimiento de la crisis climática cuando oyen eso de ‘este es el calor de siempre’?
R. Hay que separar las conversaciones de barra de bar de las decisiones políticas y de gobierno importantes. Solo hay que revisar los datos y los gráficos de las agencias meteorológicas de todos los países del mundo y la Organización Meteorológica Mundial. Hay un aumento clarísimo de temperaturas. Claro que en algunos países ha habido siempre olas de calor, pero ahora están aumentando en intensidad y en frecuencia. La cuestión está ahora en hasta dónde estamos dispuestos que aumenten las temperaturas. Las conversaciones un poco superficiales hay que dejarlas de lado. Esta es una cuestión de Estado y de multilateralidad.
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