‘Mari(dos)’: gracias desiguales en la comedia española sobre todas las nuevas formas de amor y sexo

Amani_Walsh

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Desde finales de los años cincuenta y hasta mediados de los ochenta, hubo en España un hombre de cine y televisión mucho más listo que los demás. Se llamaba Pedro Masó y tenía unos fantásticos ojos y oídos para saber en cada momento lo que se estaba cociendo en la sociedad española: de qué hablaba la gente de la calle y, por lo tanto, qué quería ver en las salas, casi siempre en productos alrededor de la comedia popular. Primero como guionista y luego como director y sobre todo como productor, Masó fue el artífice del colorismo de Las chicas de la Cruz Roja, de reflejar el desarrollismo en El turismo es un gran invento, de aprovechar en apenas unos meses el hito espacial con El astronauta, de adelantarse a la ley de divorcio en El divorcio que viene, o de reflejar los problemas afectivos de una nueva juventud en Experiencia prematrimonial. Todas ellas, mejores o peores, fabulosos éxitos de público.

Una práctica, la de poner ojos y orejas al mundo que nos circunda, que dos de las grandes productoras cinematográficas actuales, Atresmedia y Telecinco Cinema, también parecen querer poner en práctica desde hace un tiempo. Desde lo más banal, y ahí entrarían títulos como Por los pelos, de Nacho G. Velilla, sobre los implantes de pelo en Turquía, hasta asuntos algo más profundos, aunque siempre con la risa por delante, como es el caso de Mari(dos), producción de Telecinco que pretende abrazar no uno sino (casi) todos los nuevos (o, si no nuevos, al menos naturalizados en un cierto sentido) modos de relacionarse y de desarrollarse afectiva, personal y sexualmente: dobles vidas con adulterios alargados en el tiempo; descubrimientos tardíos de la homosexualidad femenina; juegos sexuales de alto riesgo en personas de apariencia convencional; niños y niñas que desde muy pequeños sienten con más o menos poder que no son del género que se les asignó al nacer. Todo ello en torno a dos hombres, y a sus respectivos hijos, que descubren que están casados con la misma mujer, en coma tras un accidente.

Con guion de Pablo Alén y Breixo Corral, bregados en la comedia televisiva y cinematográfica en títulos estimables o dignos como Tres bodas de más, Anacleto: agente secreto y ¿Qué te juegas?, Mari(dos) no arranca bien porque, con independencia de la irregularidad del guion, que es constante, hay un detalle de reparto y otro de interpretación, centrados ambos en el personaje de Paco León, que no terminan de cuajar. Como también le ocurría a la reciente El cuarto pasajero, de Álex de la Iglesia, con la elección de Alberto San Juan para enfrentarse al bufón desaforado y en gran forma que es Ernesto Alterio, coprotagonista de las dos películas, aquí se ha elegido a León, magnífico artista, pero otro actor al que lo que se le da mejor es el papel de payaso que todo lo embrolla, el del agitador augusto; es decir, el de Alterio. Y ni San Juan en la de De la Iglesia ni León aquí parecen cómodos como payasos blancos, el rol objeto de las bromas constantes del histrión Alterio, que se vuelve a comer la función.

El segundo asunto que devalúa el personaje de León es el invento de que, innecesariamente, sea catalán, lo que lleva al actor a imitar un acento que a veces le sale bien y en determinadas frases, sílabas o secuencias simplemente se le olvida. Con independencia de todo ello, y de que la complicidad entre Alterio y León va ganando con el transcurso del relato, hay otro nombre que sale reforzado de Mari(dos) y es el de su directora, Lucía Alemany, que ofrece un detalle tras otro de cómo dirigir una comedia popular sin utilizar la brocha gorda: en las transiciones entre secuencias, en la utilización de los fuera de campo para fomentar una gracia inteligente, en los chistes de cola que no se subrayan con la puesta en escena ni con cargantes primeros planos.

Al igual que escribimos la semana pasada con respecto a Alauda Ruiz de Azúa y su dirección de encargo para Eres tú, comedia romántica de Netflix, la aún joven Alemany ha dejado de lado su cine más personal y de autor (su notable debut de 2019, La inocencia) para ponerse al volante de una película de ambiciones comerciales a la que llevar a mejor puerto. ¿Y por qué no? Masó y su clarividencia popular sigue siendo un modelo de dignidad cinematográfica a seguir.

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