Margaritas, amapolas, claveles y palmeras datileras: así demostró Gaudí su pasión por las plantas

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27 Sep 2024
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El arquitecto catalán Antoni Gaudí (1852-1926) despierta la pasión por la arquitectura, incluso para aquellas personas menos interesadas por este noble arte. Sus diseños cuidan tanto los detalles que cada mínimo picaporte, pasamanos, azulejo o teja forma parte de la armonía del conjunto. Gaudí “nunca defrauda”, como verbaliza una mujer emocionada al lado de su marido, al apreciar las curvas sinuosas de uno de sus muebles expuestos en el Museo Casa Botines de León.

A medida que se indaga en la obra de este genio, más puertas se abren, y cada una de ellas es un nuevo horizonte a distintos aspectos constructivos, atendidos con esmero. Una parte menos conocida de sus proyectos tiene que ver con la jardinería, habiendo diseñado algunos vergeles, como el de Can Artigas. Pero también se puede hacer un repaso de su amor por las plantas al visitar varias de sus creaciones.

Por ejemplo, en El Capricho, una fantasía construida entre 1883 y 1885 en Comillas (Cantabria), donde el invernadero es uno de los corazones que estructuran su espacio. No contento con esta dotación de plantas naturales, Gaudí llenó muchos de los recovecos de esta obra con especies de todo tipo. La que cautiva de inmediato es el girasol (Helianthus annuus), que decora todo el edificio. Esta enorme inflorescencia, y sus hojas, se hallan presentes en hileras de azulejos con sus formas, desde las paredes hasta la mismísima chimenea. El maestro ceramista supo captar a la perfección la anatomía de este margaritón, que simboliza el sol y su luz bienhechora. Igualmente, otras margaritas, con cualquier aspecto imaginable, jalonan los rincones de la arquitectura gaudiana por doquier. Principalmente, el material donde reinan es la cerámica. Así, es en los acabados con la famosa técnica del trencadís —donde se utilizan pedazos cerámicos para recubrir superficies— el lugar donde más margaritas aparecen, muchas con colores imposibles.

Todavía dentro de esta familia de las margaritas hay otra invitada en los ornamentos de este arquitecto. Al igual que el girasol, también proviene de América, y es muy querida en México. Se trata del clavel turco o clavelón de Indias (Tagetes erecta), inconfundible con sus tonos amarillentos o anaranjados y de aroma penetrante, en especial cuando se frotan sus hojas. Al igual que ocurriera con el girasol, este clavelón forra otro de los edificios de Gaudí: la barcelonesa Casa Vicens. Parece ser que sería el propio Gaudí el que vio esta flor creciendo junto a palmitos (Chamaerops humilis) en el solar que ocuparía la casa, y decidió que debían participar en el diseño de esta. Pareciera como si hubiera querido incluir el genio del lugar en su composición. Por otro lado, las hojas del palmito están forjadas en hierro en la verja de la casa, en hileras con orientación alterna. Es un cierre magistral y bellísimo, que capta la personalidad de la rigidez de sus tejidos y de su forma palmeada. Tanto debió de gustarle su ejecución, que también añadiría unas puertas con este motivo en el Park Güell. El palmito tiene la peculiaridad de ser una de las pocas palmeras europeas, capaz de resistir condiciones de cultivo extremas. Tanto, que rebrota incluso después de que un fuego arrase todo su follaje, acostumbrada y adaptada a los incendios que se pueden producir en el ámbito mediterráneo.

Los azulejos con la flor del girasol y de sus hojas decoran los muros de El Capricho de Comillas, en Cantabria.

Otra de las palmeras que tienen presencia en los edificios y ornamentaciones de Gaudí es la datilera (Phoenix dactylifera). Bien es sabido que Gaudí profesaba una ferviente fe en la religión católica, y la palmera es uno de sus muchos símbolos. De hecho, a los primeros mártires cristianos asesinados en tiempos de la antigua Roma se les distinguía con una hoja de palma de esta especie. Asimismo, sus hojas también decoran el templo de la Sagrada Familia, el proyecto cumbre de este arquitecto modernista. Junto con la palmera datilera, Gaudí añadía otras especies paradigmáticas de su tierra mediterránea, como el olivo (Olea europaea), la parra (Vitis vinifera) o el trigo (Triticum spp.). Precisamente, una flor que suele acompañar a los trigales es la amapola (Papaver rhoeas), planta que Gaudí incluye en jarrones o remates variados, no solo con el rojo de sus pétalos, sino también con sus capullos o con su fruto. De hecho, en la forja de los ventanales de la Casa Vicens, en la cúspide, hay insertos varios frutos de esta amapola o de su compañera, la adormidera (Papaver somniferum).

La flor de clavel turco en los azulejos y la forja con hojas de palmito en la Casa Vicens, en el barrio barcelonés de Gracia.

Antes de terminar este repaso, habría que mencionar el gusto de Gaudí por los cipreses (Cupressus sempervirens), uno de los cuales está en un lugar tan prominente como en la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia. Uno de ellos se yergue entre cuatro de las esbeltas torres campanario, en el que también revolotean blanquísimas palomas moldeadas en cerámica. Claveles, nenúfares, azucenas, naranjos, rosas y otras muchas plantas crecen en la obra del Gaudí más jardinero, que atestiguan cómo la naturaleza, como ocurre con tantas mentes privilegiadas, fue su gran maestra.



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