collier.mckayla
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Hasta la escenita de marras —aunque a los cinco minutos de comenzar ya sabes que va a ser una película completamente olvidable—, Gladiator II va más o menos bien. Pero cuando el Coliseo se convierte en una piscina con tiburones, versión lisérgica de las naumaquias romanas, la película adquiere la categoría de disparate. Se resquebraja eso que en la crítica literaria se conoce como el pacto de ficción, no solo porque deja de suspenderse la incredulidad, sino porque todo alcanza un nivel de desmesura que te expulsa como espectador de la pantalla.Hay todo un género cinematográfico que tiene en la desmesura su principal reclamo, y que cuenta con legiones de seguidores. La saga de películas de Sharknado, sobre tiburones asesinos que vuelan, es una de las más emblemáticas de este tipo de cine. La gracia está en ver hasta qué cotas puede alcanzar el ridículo y la vergüenza ajena. Uno no puede contemplar semejante cutrerío sino es desde la ironía distanciada.La expresión cofrade lleva demasiado tiempo transitando hacia la desmesura. Lo que en sus inicios, con la Contrarreforma, comenzó como una manera de divulgar y propagar la fe cristiana, se diluye hoy en un paganismo confuso en el que todo es posible. Como, por ejemplo, que en un after, de madrugada, la juventud entre en trance estupefaciente al ritmo de la versión breakbeat de la marcha 'Eternidad'. O como que, para inaugurar las luces navideñas del centro de una ciudad —Cádiz—, suenen marchas de Semana Santa. O como que, en Sevilla, durante 2023, se registrara un promedio de cuatro procesiones al día.Las de la Magna que hoy ha movilizado a toda la provincia y a muchos turistas de toda España no será, seguro, la última de este año en la ciudad. Pero sí será, con toda rotundidad, la expresión cofrade más desmesurada de, al menos, las tres últimas décadas. Según he leído, Sevilla concentrará un volumen de ciudadanos equivalente a tres Domingos de Ramos juntos. La reventa de sillas ha alcanzado cifras que sólo lograría una gira de conciertos de la reagrupación imposible de los Beatles. Se han fletado autobuses desde pueblos de toda la provincia porque no era factible fletar trasatlánticos. Mi vecina Setefilla, de Lora del Río, me cuenta que hoy el pueblo se queda vacío. Todo él, entero se ha venido a la Magna. Ella no es religiosa, me aclara, pero este espectáculo no puede perdérselo.En la sociedad del espectáculo, dejó escrito Guy Debord, la vida se reduce a un mero show. Sería fantástico, para los católicos, que este show derivara en iglesias más llenas y más práctica de la fe. Me temo, en cambio, que lo único que traerá será algo más grande aún. Si en Gladiator II meten a tiburones en el Coliseo, ¿por qué no ir pensando ya en una Supermagna?
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