bwilkinson
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Sevilla no dejará de sorprendernos. Camina la Magna al sitio que le prepara la historia mientras la ciudad vuelve a lo cotidiano como si nada, buscando algo extraordinario en lo que emocionarse mañana para huir del vacío que amenaza su identidad barroca. Hasta sin querer esta ciudad asombra. Y en el balance exitoso de lo vivido días atrás debe haber una cuota de agradecimiento para los que se fueron de puente, porque no creyeron en el milagro de los azahares de diciembre. Gracias a los que no vinieron, a los que protestaron por los inconvenientes y hoy lo siguen haciendo, a los que pagaron en sus mostradores la cuenta de los peligros; gracias al frío por su desafío. Gracias a los que señalaron la evidencia de que lo previsto era un atrevimiento, porque con ello han ensanchado la categoría de lo imposible. Qué sería de esta ciudad sin el contrapunto de los cartesianos, de los que dudan con el dolor que conlleva hacerlo de una madre, de los que le tenemos miedo a su exuberancia. Qué sería de esta ciudad sin los que sufren por ella, sin los prevenidos de sus alegrías, sin los que reivindican la imposible mesura de lo extraordinario, sin los que se quejan dejando el alma porque nada pase mientras todo pasa, sin los que temen el fracaso de esta caldera de emociones que gasta la energía que no tiene en alimentarse de sí misma; qué sería sin los que calculan cuánto cuesta y cuánto vale su leyenda, qué sería de Sevilla sin los sufridos hijos de sus alegrías.Hoy Sevilla se lleva la mano al pecho en su confesión general por haber pecado mucho de incredulidad sobre sí misma. Porque esta ciudad es, sobre todo, penitente.Y en su bifrontalidad, la misma Sevilla da hoy gracias a Dios por su osadía. Da gracias a las manos que partieron la rosa en petalada, a los anarquistas de la cohetería prohibida, a los juglares improvisados de versos descuadrados, a los emocionados hijos de Eva de esta tierra mariana que olvidó construir las presas de sus desbordamientos; a las ingenieras de las cadenetas de papel efímero, a los costaleros que llevan el 'sí' de la Virgen hasta la última chicotá de sus empeños, a los que empujan para llegar al palo loreño de su verdad, a los que resumen su fe en un viva espontáneo, a los que sueñan ya con una magna carrera oficial para alimentar las tertulias del invierno; a los que en esa pequeña madrugada íntima y extraordinaria de la víspera fueron por la calle del amor de Dios para encontrar en un jipío a sus espaldas el enigma de la vida en este valle de lágrimas donde todo renace en la esperanza. La esperanza que llevó al Gran Poder hasta el Arquillo de su Nacimiento para que nunca muera. Magna Sevilla magnífica, salve.
Juan J. Borrero: Magna ciudad magnífica
La ciudad vuelve a lo cotidiano como si nada, buscando algo extraordinario en lo que emocionarse mañana
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