Cuenta la Historia muchas cosas gratas de un personaje excepcional llamado Leonard Bernstein. No solo destacan su transparente talento artístico como compositor y director de orquesta y su capacidad magnética con el público que abarrotaba sus conciertos. También destaca su facilidad para conseguir que las generaciones jóvenes descubrieran la grandeza de la música clásica.
El gusto popular siempre le identificará con la autoría del extraordinario musical West Side Story, algo que se puede escuchar eternamente y que te siga conmoviendo. Su sofisticada personalidad y su movida existencia también le convirtieron en un personaje muy popular. Pertenecía a la élite artística de Nueva York, lo cual le hizo protagonizar un relato del insustituible Tom Wolfe (aunque le hayan salido infinidad de imitadores baratos) titulado La izquierda exquisita, en el que narraba con sarcasmo y lucidez la cena y la fiesta que monta Bernstein en su casa juntando a miembros importantes de los Panteras Negras con una parte florida de la intelectualidad blanca. En épocas jodidas, Bernstein tampoco impuso excesivamente la ley del silencio en cuanto a su bisexualidad. Y cuentan que tampoco lo hizo con sus variadas adicciones. Eran aficiones privadas, tampoco se obsesionó con taparlas.
Antes o después, la biografía de este legendario y complejo señor, del que aseguran que también poseía suntuoso encanto personal, se convertiría en carne de cine. Al parecer, Steven Spielberg y Martin Scorsese se propusieron en algún momento contar la inquietante vida de Bernstein, pero su proyecto no cuajó. Ambos figuran como productores en Maestro, este pretencioso aunque escasamente logrado biopic que ha dirigido y protagonizado el actor Bradley Cooper. Intenta hacer fascinante al personaje, expresar su creatividad, plantear sus excesivas incertidumbres (se refiere un par de veces en plan lírico que solo aparece la luminosidad del verano en su cabeza y en su corazón cuando su arte está inspirado, y que el resto en su interior casi siempre es oscuridad y ruina), mostrar su carisma en el trato con su familia y sus amigos y también su protagonismo en la vida social.
Bradley Cooper utiliza caprichosamente el color y el blanco y negro para retratar su vida. También una planificación exótica para contar el presente y el pasado de Bernstein. Y tal y como le describe, no logro descubrir dónde radica su atractivo y su genio. Me estoy liando. Es que me cae regular, no me interesa, me dan un poco igual sus logros y sus fracasos.
Y me planteo que me ha ocurrido lo mismo con los protagonistas masculinos de varias de las películas de este año dotadas de ambiciones artísticas o espectaculares. Todas ellas paridas por lo que se supone que es el gran cine estadounidense. Me ocurrió con el personaje de Leonardo DiCaprio en Los asesinos de la luna. No le entiendo. O me parece un idiota sin matices. Tampoco me fascina lo más mínimo el lineal y cruel Napoleón que ha retratado Ridley Scott. Y paso cantidad de este melifluo y suave Bernstein. Sin embargo, en las tres películas me despierto y me noto repleto de interés cuando aparecen las esposas de estos prescindibles hombres. Posee luz y enorme tristeza la mujer india de la película de Scorsese; inteligencia, mordacidad, sensualidad y amargura la emperatriz Josefina en la de Scott; e imprime su veracidad y su sutileza habituales la excelente actriz Carey Mulligan en Maestro. Cuando ellas aparecen me lo creo todo. Sin embargo, sus papeles no son largos, el protagonismo absoluto lo ejercen sus maridos. Bueno, algo es algo, pero no lo suficiente para engrandecer el todo.
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El gusto popular siempre le identificará con la autoría del extraordinario musical West Side Story, algo que se puede escuchar eternamente y que te siga conmoviendo. Su sofisticada personalidad y su movida existencia también le convirtieron en un personaje muy popular. Pertenecía a la élite artística de Nueva York, lo cual le hizo protagonizar un relato del insustituible Tom Wolfe (aunque le hayan salido infinidad de imitadores baratos) titulado La izquierda exquisita, en el que narraba con sarcasmo y lucidez la cena y la fiesta que monta Bernstein en su casa juntando a miembros importantes de los Panteras Negras con una parte florida de la intelectualidad blanca. En épocas jodidas, Bernstein tampoco impuso excesivamente la ley del silencio en cuanto a su bisexualidad. Y cuentan que tampoco lo hizo con sus variadas adicciones. Eran aficiones privadas, tampoco se obsesionó con taparlas.
Antes o después, la biografía de este legendario y complejo señor, del que aseguran que también poseía suntuoso encanto personal, se convertiría en carne de cine. Al parecer, Steven Spielberg y Martin Scorsese se propusieron en algún momento contar la inquietante vida de Bernstein, pero su proyecto no cuajó. Ambos figuran como productores en Maestro, este pretencioso aunque escasamente logrado biopic que ha dirigido y protagonizado el actor Bradley Cooper. Intenta hacer fascinante al personaje, expresar su creatividad, plantear sus excesivas incertidumbres (se refiere un par de veces en plan lírico que solo aparece la luminosidad del verano en su cabeza y en su corazón cuando su arte está inspirado, y que el resto en su interior casi siempre es oscuridad y ruina), mostrar su carisma en el trato con su familia y sus amigos y también su protagonismo en la vida social.
Bradley Cooper utiliza caprichosamente el color y el blanco y negro para retratar su vida. También una planificación exótica para contar el presente y el pasado de Bernstein. Y tal y como le describe, no logro descubrir dónde radica su atractivo y su genio. Me estoy liando. Es que me cae regular, no me interesa, me dan un poco igual sus logros y sus fracasos.
Y me planteo que me ha ocurrido lo mismo con los protagonistas masculinos de varias de las películas de este año dotadas de ambiciones artísticas o espectaculares. Todas ellas paridas por lo que se supone que es el gran cine estadounidense. Me ocurrió con el personaje de Leonardo DiCaprio en Los asesinos de la luna. No le entiendo. O me parece un idiota sin matices. Tampoco me fascina lo más mínimo el lineal y cruel Napoleón que ha retratado Ridley Scott. Y paso cantidad de este melifluo y suave Bernstein. Sin embargo, en las tres películas me despierto y me noto repleto de interés cuando aparecen las esposas de estos prescindibles hombres. Posee luz y enorme tristeza la mujer india de la película de Scorsese; inteligencia, mordacidad, sensualidad y amargura la emperatriz Josefina en la de Scott; e imprime su veracidad y su sutileza habituales la excelente actriz Carey Mulligan en Maestro. Cuando ellas aparecen me lo creo todo. Sin embargo, sus papeles no son largos, el protagonismo absoluto lo ejercen sus maridos. Bueno, algo es algo, pero no lo suficiente para engrandecer el todo.
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‘Maestro’: prefiero escuchar la música de Bernstein
El compositor que construye e interpreta Bradley Cooper me cae regular, no me interesa, me dan un poco igual sus logros y sus fracasos
elpais.com