klein.melvin
New member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 48
En el auditorio del penal de Lurigancho, una cancha de losa bajo un techo de calamina, un muchacho fornido de camisa floreada acaba de clavarle un sable en el estómago a un interno que había tratado de cogotearlo. Furibundo, ahora ha agarrado un revólver y está apuntándole en la frente a otro sujeto que venía a atacarlo. Los rodean otros pistoleros que disparan al aire. La cárcel se desangra y de los agentes de la penitenciaría ni rastro. Un escándalo que, indudablemente, será tendencia y acaparará los dominicales. Pero no, por fortuna no se trata de ninguna reyerta, sino del ensayo de Lurigancho: el musical, una pieza teatral gestada por los mismos reos detrás de los barrotes del penal más grande del Perú, con una población que suele bordear los 9.500 internos, cuando inicialmente fue creado para 2.500. Es decir, un lugar donde no hay cama pa’ tanta gente.
Como en otros presidios, hay quienes entran y salen, atrapados en una puerta giratoria sin fin; otros prefieren estar adentro porque encuentran la manera de conservar su poder o estar a salvo de las venganzas de sus enemigos o simplemente, porque están convencidos de que no tienen nada que hacer afuera: no tienen familia o si la tienen la perdieron para siempre; otros, los más optimistas, se permiten la sensibilidad y aprenden a darle otro uso a sus manos: bordar una tela, hacer cerámica, reparar zapatos, preparar pan, tocar un instrumento. Pero todos se enfrentan al dilema universal de qué hacer con el tiempo. Aprovecharlo o dejarlo pasar. De esa decisión dependerá su actitud al abandonar la prisión. Hallar un sentido, aferrarse a un destello, empezar a ser libres.
No es casual que el creador del musical haya sido un exinterno de apellido Paz. Prófugo durante varios años, por la muerte de una treintena de jóvenes carbonizados y asfixiados en una discoteca llamada Utopía de la cual era dueño, el empresario Édgar Paz Ravines escribió instintivamente un par de libros y esta pieza teatral durante su breve estancia en esta cárcel al noroeste de Lima. En sus primeros años solo fue una obra interna, pero desde el 2022 adquirió otro vuelo al darle la dirección a Yashim Bahamonde, un reconocido guionista de televisión, cine y teatro, con dos décadas de experiencia diseñando montajes en penales. Es el hombre barbudo, de moño, que cada vez que da una indicación concita la atención absoluta de los internos. “Yo les hablo en el mismo idioma. Ni como profesor, ni como psicólogo, ni como autoridad, sino como un voluntario que cree en ellos”, dirá durante el receso.
La obra, que cuenta con el soporte musical de una orquesta dirigida por maestros venezolanos, salió de los muros de Lurigancho por primera vez a mediados de diciembre del 2023, presentándose ante quinientas personas en el Teatro Segura, en el Centro Histórico de Lima. Las gratas impresiones que despertaron y su buena conducta les valieron para conseguir dos funciones en el auditorio central de la Universidad de Lima en junio pasado. Todo estaba preparado para que el 20 de agosto dieran el salto hasta el escenario más importante del país: el Gran Teatro Nacional y sus mil quinientas butacas, pero el destino les puso una zancadilla: una huelga sindical del Instituto Nacional Penitenciario (INPE) truncó la presentación pues no había personal que los resguardara y, finalmente, deberán esperar hasta el primero de noviembre para demostrarle a la gente que también tienen talento para producir arte y que contemplar la vida desde otro costado es posible.
“El teatro me ha ayudado a darme cuenta que la delincuencia no era lo mío, que mi mundo es este, actuar y cantar”, dice Arturo Moreno Miño —cabeza afeitada a los lados, rulos prominentes, cicatriz de veinticinco puntos encima del ojo derecho—, el joven que hace media hora acuchilló a un interno con un sable de plástico, amenazó a otro con una pistola de utilería y luego se cantó una salsa. El protagonista del musical, quien interpreta a Omar Negrón, el líder de Los bravos temerarios, una banda que ha asaltado a varios bancos y joyerías y que niegan ser unos matones, sino unos “adictos a la adrenalina”. A través de este personaje se muestra la crudeza de la cárcel, esa que se manifiesta cuando la prensa no está de visita: cómo debe pagarse un cupo obligatorio para recibir protección de los taytas (padre en quechua) de los pabellones, así como para acceder a una comida diaria y tan siquiera a un colchón. Sin dinero, la cárcel puede ser un infierno. Una verdad conocida, pero que poquísimas veces es contada —y bailada— por los propios internos a ritmo de rock y hip hop.
Moreno Miño nació en Buenos Aires, Argentina, pero fue abandonado por sus padres a los ocho meses. Creció en Lima con su abuela paterna, una anciana criada a la antigua, cariñosa y severa en partes iguales, que le enseñó a cocinar, pero que se marchó muy pronto de este mundo, antes de que cumpliera la mayoría de edad. Con ella se fue la alegría y llegó la soledad. Los malos pasos. Coger lo ajeno. El actor principal de “Lurigancho: el musical” ingresó a la prisión por robo agravado a mediados del 2020 y aún le quedan dos años de condena. “Voy a salir como cantante y actor”, dice con una sonrisa. Ha adquirido herramientas valiosas. Yashim Bahamonde, el director, le ha enseñado a llorar usando su memoria emotiva. Cada vez que la escena lo amerita, piensa en su abuela y en cuánto le gustaría que pudiese ver cómo está ahora. Abrazarla, llenarla de besos y darle las gracias.
Desde una esquina del auditorio, las trompetas, el teclado y las congas ambientan la mañana. El ensayo prosigue con la disciplina y el profesionalismo de cualquier otro elenco. A quienes no les toca entrar en escena guardan silencio y a los que sí, aceptan las observaciones del coreógrafo y repiten lo que haya que repetir sin poner mala cara. Entre cantantes, bailarines y músicos son cuarenta personas. A ellos se suman otros cinco que son músicos del penal Castro Castro y una veintena de internas del penal femenino de Santa Mónica, quienes conforman el coro. Varias de las canciones son autoría de Édgar Paz Ravines y también del coprotagonista, la versión madura de Omar Negrón: Julián Izquierdo Ferreira, un moreno cincuentón cuyo aspecto físico y saoco al cantar se asemejan al del sonero dominicano Cuco Valoy. Por gusto no integró algunas orquestas de salsa. Es su tercera temporada en Lurigancho, y esta vez lo condenaron a dieciséis años por un delito en el que no desea entrar en detalles. Todavía le queda una década. Se ha animado a componer y en la obra destaca su tema “El Rufo”, como se conoce en prisión a quienes pierden la dignidad y las ganas de vivir.
“Yo puedo estar libre o entre cuatro paredes, pero si sigo metido en el vicio, voy a seguir preso toda mi vida. Llevo tres años y medio sin drogarme. Me daría mucha pena que después de haberme aplaudido por lo que soy capaz de hacer en los escenarios, me vuelvan a ver destruido. Le pido a Dios que no me ocurra de nuevo”, dice Izquierdo Ferreira —una cruz de metal colgándole en el pecho, un dragón desteñido en el brazo izquierdo, cicatrices por doquier y una peculiar dedicatoria a su esposa fallecida en el antebrazo izquierdo: “mi negra cochina”—. Su máxima ilusión es que alguno de sus siete hijos vayan a verlo en el musical. Pero también comprende sus ausencias. “Son incrédulos y no les falta razón. Uno ha mentido mucho. Así que hay que ganarse nuevamente a la familia. Toma tiempo”, dice Izquierdo cuyas mayores influencias musicales son los boricuas Andy Montañez y el Cano Estremera.
Otra aparición destacable en el montaje es la de Aldana Earl Gómez, una chica trans que, además de contagiar su picardía y su ritmo al menearse, interpreta tres papeles: pareja de uno de los cabecillas de la banda Los bravos temerarios, madre del protagonista Omar Negrón y, por si fuera poco, es la hija de Negrón en su versión madura que vive en España. Su determinación le ha valido las felicitaciones de la actriz Denisse Dibós, directora y productora de una asociación cultural que apuesta por los musicales en el Perú. “He descubierto mis dotes de actuación. Solo me faltan tres años. Y estoy mentalizada en dedicarme a esto cuando salga. Quiero brillar”, cuenta Aldana, quien se siente protegida entre sus compañeros del elenco.
Dedicarse al arte después de haber purgado prisión es una posibilidad real. Yashim Bahamonde ha fogueado a varios exinternos en las teleseries y novelas donde trabaja. Además ha fundado una asociación cultural llamada 2da función que está conformada íntegramente por los alumnos que han llevado sus talleres privados de la libertad. Su visión trasciende a la escena local, planea filmar un cortometraje de “Lurigancho: el musical” y enviarlo a festivales internacionales. “Mi sueño es que cuando recuperen su libertad podamos viajar juntos a Berlín, a Venecia. Que puedan conocer el mundo”, expresa y luego lanza un suspiro. Las grandes ligas. El director del penal, Víctor Santos Huapaya, se suma al entusiasmo: “Llevo veintiséis años de servicio en cárceles y no ha habido un proyecto similar. Es bueno que la población sepa que Lurigancho no solo es hacinamiento, sino también resocialización”. Las paredes del auditorio, plagadas de escudos de equipos de fútbol, dan el mensaje final de la jornada, en medio de un beat de hip hop: “el pasado muere, el presente vive, el recuerdo queda y la vida sigue”.
Seguir leyendo
Como en otros presidios, hay quienes entran y salen, atrapados en una puerta giratoria sin fin; otros prefieren estar adentro porque encuentran la manera de conservar su poder o estar a salvo de las venganzas de sus enemigos o simplemente, porque están convencidos de que no tienen nada que hacer afuera: no tienen familia o si la tienen la perdieron para siempre; otros, los más optimistas, se permiten la sensibilidad y aprenden a darle otro uso a sus manos: bordar una tela, hacer cerámica, reparar zapatos, preparar pan, tocar un instrumento. Pero todos se enfrentan al dilema universal de qué hacer con el tiempo. Aprovecharlo o dejarlo pasar. De esa decisión dependerá su actitud al abandonar la prisión. Hallar un sentido, aferrarse a un destello, empezar a ser libres.
No es casual que el creador del musical haya sido un exinterno de apellido Paz. Prófugo durante varios años, por la muerte de una treintena de jóvenes carbonizados y asfixiados en una discoteca llamada Utopía de la cual era dueño, el empresario Édgar Paz Ravines escribió instintivamente un par de libros y esta pieza teatral durante su breve estancia en esta cárcel al noroeste de Lima. En sus primeros años solo fue una obra interna, pero desde el 2022 adquirió otro vuelo al darle la dirección a Yashim Bahamonde, un reconocido guionista de televisión, cine y teatro, con dos décadas de experiencia diseñando montajes en penales. Es el hombre barbudo, de moño, que cada vez que da una indicación concita la atención absoluta de los internos. “Yo les hablo en el mismo idioma. Ni como profesor, ni como psicólogo, ni como autoridad, sino como un voluntario que cree en ellos”, dirá durante el receso.
La obra, que cuenta con el soporte musical de una orquesta dirigida por maestros venezolanos, salió de los muros de Lurigancho por primera vez a mediados de diciembre del 2023, presentándose ante quinientas personas en el Teatro Segura, en el Centro Histórico de Lima. Las gratas impresiones que despertaron y su buena conducta les valieron para conseguir dos funciones en el auditorio central de la Universidad de Lima en junio pasado. Todo estaba preparado para que el 20 de agosto dieran el salto hasta el escenario más importante del país: el Gran Teatro Nacional y sus mil quinientas butacas, pero el destino les puso una zancadilla: una huelga sindical del Instituto Nacional Penitenciario (INPE) truncó la presentación pues no había personal que los resguardara y, finalmente, deberán esperar hasta el primero de noviembre para demostrarle a la gente que también tienen talento para producir arte y que contemplar la vida desde otro costado es posible.
“El teatro me ha ayudado a darme cuenta que la delincuencia no era lo mío, que mi mundo es este, actuar y cantar”, dice Arturo Moreno Miño —cabeza afeitada a los lados, rulos prominentes, cicatriz de veinticinco puntos encima del ojo derecho—, el joven que hace media hora acuchilló a un interno con un sable de plástico, amenazó a otro con una pistola de utilería y luego se cantó una salsa. El protagonista del musical, quien interpreta a Omar Negrón, el líder de Los bravos temerarios, una banda que ha asaltado a varios bancos y joyerías y que niegan ser unos matones, sino unos “adictos a la adrenalina”. A través de este personaje se muestra la crudeza de la cárcel, esa que se manifiesta cuando la prensa no está de visita: cómo debe pagarse un cupo obligatorio para recibir protección de los taytas (padre en quechua) de los pabellones, así como para acceder a una comida diaria y tan siquiera a un colchón. Sin dinero, la cárcel puede ser un infierno. Una verdad conocida, pero que poquísimas veces es contada —y bailada— por los propios internos a ritmo de rock y hip hop.
Moreno Miño nació en Buenos Aires, Argentina, pero fue abandonado por sus padres a los ocho meses. Creció en Lima con su abuela paterna, una anciana criada a la antigua, cariñosa y severa en partes iguales, que le enseñó a cocinar, pero que se marchó muy pronto de este mundo, antes de que cumpliera la mayoría de edad. Con ella se fue la alegría y llegó la soledad. Los malos pasos. Coger lo ajeno. El actor principal de “Lurigancho: el musical” ingresó a la prisión por robo agravado a mediados del 2020 y aún le quedan dos años de condena. “Voy a salir como cantante y actor”, dice con una sonrisa. Ha adquirido herramientas valiosas. Yashim Bahamonde, el director, le ha enseñado a llorar usando su memoria emotiva. Cada vez que la escena lo amerita, piensa en su abuela y en cuánto le gustaría que pudiese ver cómo está ahora. Abrazarla, llenarla de besos y darle las gracias.
Desde una esquina del auditorio, las trompetas, el teclado y las congas ambientan la mañana. El ensayo prosigue con la disciplina y el profesionalismo de cualquier otro elenco. A quienes no les toca entrar en escena guardan silencio y a los que sí, aceptan las observaciones del coreógrafo y repiten lo que haya que repetir sin poner mala cara. Entre cantantes, bailarines y músicos son cuarenta personas. A ellos se suman otros cinco que son músicos del penal Castro Castro y una veintena de internas del penal femenino de Santa Mónica, quienes conforman el coro. Varias de las canciones son autoría de Édgar Paz Ravines y también del coprotagonista, la versión madura de Omar Negrón: Julián Izquierdo Ferreira, un moreno cincuentón cuyo aspecto físico y saoco al cantar se asemejan al del sonero dominicano Cuco Valoy. Por gusto no integró algunas orquestas de salsa. Es su tercera temporada en Lurigancho, y esta vez lo condenaron a dieciséis años por un delito en el que no desea entrar en detalles. Todavía le queda una década. Se ha animado a componer y en la obra destaca su tema “El Rufo”, como se conoce en prisión a quienes pierden la dignidad y las ganas de vivir.
“Yo puedo estar libre o entre cuatro paredes, pero si sigo metido en el vicio, voy a seguir preso toda mi vida. Llevo tres años y medio sin drogarme. Me daría mucha pena que después de haberme aplaudido por lo que soy capaz de hacer en los escenarios, me vuelvan a ver destruido. Le pido a Dios que no me ocurra de nuevo”, dice Izquierdo Ferreira —una cruz de metal colgándole en el pecho, un dragón desteñido en el brazo izquierdo, cicatrices por doquier y una peculiar dedicatoria a su esposa fallecida en el antebrazo izquierdo: “mi negra cochina”—. Su máxima ilusión es que alguno de sus siete hijos vayan a verlo en el musical. Pero también comprende sus ausencias. “Son incrédulos y no les falta razón. Uno ha mentido mucho. Así que hay que ganarse nuevamente a la familia. Toma tiempo”, dice Izquierdo cuyas mayores influencias musicales son los boricuas Andy Montañez y el Cano Estremera.
Otra aparición destacable en el montaje es la de Aldana Earl Gómez, una chica trans que, además de contagiar su picardía y su ritmo al menearse, interpreta tres papeles: pareja de uno de los cabecillas de la banda Los bravos temerarios, madre del protagonista Omar Negrón y, por si fuera poco, es la hija de Negrón en su versión madura que vive en España. Su determinación le ha valido las felicitaciones de la actriz Denisse Dibós, directora y productora de una asociación cultural que apuesta por los musicales en el Perú. “He descubierto mis dotes de actuación. Solo me faltan tres años. Y estoy mentalizada en dedicarme a esto cuando salga. Quiero brillar”, cuenta Aldana, quien se siente protegida entre sus compañeros del elenco.
Dedicarse al arte después de haber purgado prisión es una posibilidad real. Yashim Bahamonde ha fogueado a varios exinternos en las teleseries y novelas donde trabaja. Además ha fundado una asociación cultural llamada 2da función que está conformada íntegramente por los alumnos que han llevado sus talleres privados de la libertad. Su visión trasciende a la escena local, planea filmar un cortometraje de “Lurigancho: el musical” y enviarlo a festivales internacionales. “Mi sueño es que cuando recuperen su libertad podamos viajar juntos a Berlín, a Venecia. Que puedan conocer el mundo”, expresa y luego lanza un suspiro. Las grandes ligas. El director del penal, Víctor Santos Huapaya, se suma al entusiasmo: “Llevo veintiséis años de servicio en cárceles y no ha habido un proyecto similar. Es bueno que la población sepa que Lurigancho no solo es hacinamiento, sino también resocialización”. Las paredes del auditorio, plagadas de escudos de equipos de fútbol, dan el mensaje final de la jornada, en medio de un beat de hip hop: “el pasado muere, el presente vive, el recuerdo queda y la vida sigue”.
Seguir leyendo
‘Lurigancho: el musical’: la obra de los presos de la cárcel más hacinada de Latinoamérica
Con hip hop y salsa como telón de fondo, 70 reos en escena protagonizan un musical que retrata la crudeza de la cárcel y la esperanza de que el arte puede darles otra vida cuando cumplan su condena
elpais.com