Luces, cámara... e industria cultural

yundt.willie

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Escribe Manuel Jabois en su última novela, Mirafiori (Alfaguara, 2023), que “en esas relaciones tan largas pueden pasar años antes de que alguien se dé cuenta de que el tren no avanza”. Al contrario. El periodista camina por las traviesas. “¿Hablamos en castellano o gallego?”, lanza. “Pues, por descentralizar o desmadriñizar, mejor en gallego”, replica el humorista y actor Xosé Touriñán. Dicho y hecho. Meu dito meu feito. El panel en Vigo —sobre la cultura y sus industrias— discurre en su primera lengua. Imposible elegir entre las olas verdes y las montañas azules. Galicia es una potencia cultural. La apuesta de las televisiones por la ficción propia mostró el camino del éxito a series como Fariña o Vivir sin permiso. Directores de fotografía, electricistas, técnicos de sonido, maquillaje. La tierra es un filón, pero muchos deben trabajar fuera. “Qué sucedió durante la pandemia, la gente recurrió a la música, los libros, el cine”, recuerda Joaquín Kin Martínez Silva, director de la agencia musical EsmerArte. “La cultura es identidad, patrimonio, historia; es un gran reto y una gran oportunidad para esta comunidad”. Kin representa a artistas como Vetusta Morla, Seres Queridos, Juanma Latorre (uno de los fundadores de Vetusta) y Rocío Márquez. Y su Lengua en pedazos. “Como el tiempo llama al polvo / y el cielo al horizonte, / como llama la tierra a la carne / y el puñal a la sangre”. Este año, precisa Martínez Silva, se han vendido 600 millones de euros en entradas y solo un 25% provinieron de la música.

Más facilidades


Galicia, pese a la armonía, no lo pone fácil a las industrias culturales. La actriz Nerea Barros ganó un Goya en 2015 por su actuación en La isla mínima. La cinta, dirigida por Alberto Rodríguez, obtuvo diez galardones aquella noche, incluido el de mejor película. Barros se llevó el premio a la actriz revelación. Sin embargo, antes le ocurrieron otras cosas. “Los gallegos tenemos una vergüenza tremenda. Pero también sé que mi raíz gallega es lo más importante. Por eso me he puesto detrás de la cámara a contar un relato de empoderamiento de ancianas. Viajaré al Amazonas. Quizá uno de los últimos espacios de sabiduría”. Echa de menos el teatro en las calles. Pero también deja atrás el cliché de una mujer bella sobre una alfombra roja. “La verdad es que cada vez me cuesta más volver a casa”, admite. Y conoce bien un oficio que resulta tan duro como la madera de boj. “Cuando aparece una crisis, los actores y los bailarines somos los peor parados. Pero lo que debes hacer es agarrarte los machos y aguantar”, reivindica y aconseja.

Otro intérprete, Xosé Touriñán, utiliza de apuntador la ironía. “Yo empecé jugando, y jugando de repente ¡vi que me pagaban!”. Y la curiosidad le llevó casi a todas partes: dirigir, escribir, interpretar. “Lo que hay que hacer es copiar, pero lo difícil es escoger a los buenos. Todos copian a todos, pues todo está inventado”. Debe ser que el sarcasmo también es una virtud gallega.

Escribir resulta difícil, ser original todavía más. Ledicia Costas ha imaginado en el ordenador 20 libros para niños y adultos. En 2015 ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil con la obra Escarlatina, a cociñeira defunta (Edicións Xerais). Quizá no exista una facultad o una licenciatura que enseñe a escribir, pero sí, afirma, una red de bibliotecas “increíbles en Galicia”. Luchó por su oficio. “Soy escritora. Ah, muy bien, me decían, ¿pero de qué vives? Y ya había publicado antes de estudiar Derecho”, recuerda. “Sin embargo, los escritores gallegos tenemos algo que nos conecta a esta tierra: nunca he renunciado a mi lengua”, observa. “Se siente cuando traduzco los textos al castellano, me cuesta mucho”, confiesa.

De un precio distinto trata la pregunta de Manuel Jabois a Joaquín Martínez Silva. “¿Ha representado a algún artista porque iba a ser un éxito económico?”. “No. Nunca. He intentado dignificar esta profesión. Faltan datos, falta un plan de búsqueda de talento. La cultura es lo que nos da fuerza”, responde. Galicia comparte los versos de Kirmen Uribe. “No puedo elegir entre el mar y la tierra. Vivo feliz en la línea que las une. En esa cinta negra que mueve el viento. (...) No puedo elegir. Me quedo aquí”.

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