Los voluntarios: ese loco ejército organizado a su modo, necesario y útil

barney83

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En la peluquería de Leo Sanmartín, en la que solo queda en pie un sillón frente a un espejo, sacan barro unas enfermeras llegadas a Paiporta desde Córdoba. Se llaman Carmen Prieto y Carmen Garrido. La casa inundada de Ignacio en la parte más anegada y más inaccesible de la ciudad la vaciaron entera a pulso unos chicos llegados de Barcelona y de Logroño y de mil sitios que Ignacio no recuerda ya. A este hombretón le tiembla la voz y tiene que hacer un esfuerzo para no llorar al recordarles: “No eran más que chiquillos. Para que luego digan que la juventud es vaga, o esto o lo otro”. En la zapatería Calzados Ribera fueron voluntarios de Málaga, de Murcia y de Galicia. El dueño Pedro Ribera mira su tienda en los huesos y luego a dos voluntarias que lavan botas y zapatillas de deporte en un cubo. De sacar un lodo pegajoso y denso a escobazos de una horchatería y de un estanco se encargaron, entre otros, Diego Fernández, de 21 años, y Álvaro de Tejada, de 22, llegados de El Escorial. Viajaron en una furgoneta, se pusieron a limpiar, durmieron en la furgoneta y al día siguiente siguieron limpiando. Diego se decidió al ver en televisión el reportaje de un hombre que se ahogó por tratar de salvar a su perro y de su hermano, que se ahogó por tratar de salvarle a él. “Pensé que qué locura, que había ir ahí a echar una mano”. Álvaro tiene otra razón: “Yo veraneaba en casa de mi abuela por aquí, venía cuando era pequeño, así que tenía que venir ahora”. Al lado hay un chico jovencísimo sentado en el suelo mirando el móvil, exhausto y completamente cubierto de barro. Es de San Isidro, un barrio cercano de Valencia.

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