Los tiempos antes del fango

Randal_Stokes

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Exigir dimisiones es desahogo pero jamás consuelo para quienes lo han perdido todo. Es deber político ofrecerlas, no para aplacar la justa ira del pueblo arrasado sino por la imposible digestión de la ineptitud para ejercer la res pública que han demostrado tantos en tan poco tiempo. Algo que aquí, a derechas e izquierdas, cuesta por ignoto. Debería nacer de uno: por gallardía, honradez, hartazgo, no sé. O simplemente porque hay un pundonor que nada tiene que ver con la ambición, ese arrebato que hace reconocerte incapaz de acometer el reto que, una DANA esta vez, ha emborronado tu apacible biografía de político de fallas, paellas, premios y simposios (o Falcon).Cuando eres incapaz de dar esperanza, entrega al menos la dignidad del ejemplo, una milésima parte de la que han demostrado los valencianos y los voluntarios llegados de todos los puntos de España, que se han sumado a las labores de rescate de las víctimas y de reconstrucción de unos hogares, naves e infraestructuras reventados por la fuerza demoniaca del agua. Dimitir es nobleza; cesar, gestionar, reconocer que los tuyos no han estado a la altura, que te equivocaste al formar tus equipos porque pensaste que gobernar era estrechar manos, repartir abrazos y soltar soflamas como si te hubiera poseído el espíritu de Churchill. Y no, la sangre, el sudor y las lágrimas los han puesto los valencianos. También la rabia por las contradicciones, por el garrotazo goyesco de los políticos mientras ellos, como Fuenteovejuna, se desloman cepillo y cubo en mano, de amanecida a anochecida, con el barro por las rodillas, juramentados para que esta monstruosidad que se ha llevado por delante tanto de tantos no crea ni por un segundo que va a engullir también los recuerdos de un pueblo. Antes, mucho antes, los políticos asumían el cargo con vocación de servir al pueblo y no con el afán glotón de servirse de él. Servir o servirse, la senda repugnante que han recorrido soldurios de todo signo de la política actual. Porque tenemos próceres desnortados, sonados, groguis, malvados, torticeros, pero sobre todo abundan los iracundos, pendientes siempre del graznido tuitero como si fuera el madero al que asirse en medio de su propio naufragio, justo ahora que quienes se están hundiendo son sus ciudadanos. Son ellos los que están supliendo la inoperancia de estos patanes con corbata, encelados en señalar a los culpables de cualquier signo menos del suyo. Y eso que la lista en La Moncloa es tan larga como la de la Generalitat valenciana. Lean 'Objetivo: Democracia', de Juan Fernández-Miranda. Aprenderán mucho. También recuperarán, confío, la esperanza. Porque hubo una época no tan lejana en la que fuimos infinitamente mejor servidos y gobernados . En Valencia, sí, y no digamos en España, gobernada por un Nerón que es más listo que su presa, porque se sacude la incómoda conciencia con el barniz de su tacticismo amoral. Eran otros tiempos. Los tiempos antes del fango.

 

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