Aaron_Swift
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Poco importaron los 34 delitos relacionados con falsificaciones en registros contables, ni el aún más grave caso de abuso sexual por el que fue obligado a pagar una multa de cinco millones de dólares. Donald Trump logró crear en torno a su persona un culto cuasi religioso que lo inmunizó contra el juicio moral y la crítica de sus seguidores. Con él, las ideas y valores republicanos pasaron a un segundo plano. Mucho más importante resultó ser la marca personal, su carisma, el fanatismo que despertaba y que le permitió imponerse al veredicto de los tribunales y de los medios más influyentes. Trump convenció a sus seguidores de su infalibilidad y sinceridad, o incluso de algo aún más complejo: de que no importaba, de que daba lo mismo si mentía o decía la verdad, o si delinquía u obraba con probidad. Hiciera lo que hiciera, Trump era quien los representaba, el más capacitado para combatir la inflación y mejorar sus condiciones de vida. Con ese blindaje, venció en las urnas y subvirtió cierta lógica con la que contaban los demócratas.La más evidente, la fidelidad de los grupos minoritarios. Trump insultó a los latinos y los latinos lo apoyaron, al menos la población masculina. Se esperaba que por inercia, siguiendo una pauta histórica, respaldaran a Harris, pero este grupo no votó como una minoría que necesitaba el reconocimiento y la discriminación positiva de los demócratas, sino como parte de la clase trabajadora que cuida su puesto de trabajo y se enfurece con el alza en los precios. Aunque en una proporción muy inferior, también ocurrió lo mismo entre los hombres negros. Un porcentaje creciente dejó de rechazar instintivamente lo que representa Trump y acabó votando por el Partido Republicano. Tal vez este sea el cambio más significativo que arrojan estas elecciones. La estrategia de reivindicar minorías sexuales, étnicas o nacionales y unir sus demandas para oponerlas al neoliberalismo, la oligarquía, la ultraderecha o la cultura blanca, como hicieron Boric en Chile, Petro en Colombia, Sánchez en España y el 'wokismo' en Estados Unidos, puede haber dejado de funcionar.Los demócratas se dejaron enredar en debates de este tipo , y acabaron alentando la creación de archipiélagos identitarios e imponiendo políticas que privilegiaban la diversidad, la inclusión y la equidad sobre el mérito. El resultado ha sido nefasto. Lo habían advertido los profesores de Georgetown y Harvard, Amanda Sahar d'Urso y Marcel F. Roman: los latinos no sólo detestan que los llamen 'Latinx', sino que huyendo de la etiqueta han acabado en el Partido Republicano. El progresismo trató de reordenar y moralizar la sociedad, de imponerle ciertas conductas y ciertas formas de hablar, y con ello consiguió que también los jóvenes no universitarios prefirieran a Trump. Estados Unidos quedó en las peores manos, pero la culpa no es sólo de la derecha iliberal. También tiene su responsabilidad una izquierda elitista y biempensante que perdió el rastro de la gente y de la calle.
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