Jaquelin_Dickinson
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Costumbrismo Digital por Juan Luis Saldaña
El hombre no solía estar cómodo en la peluquería. Era un lugar por el que se pasaba rápido, como un trámite necesario para no perder el orden y no transigir con el abandono. Conozco un tipo que, cuando el peluquero le preguntó cómo quería el corte, respondió con una sola palabra: “callado”. Y muchos pasamos así la infancia en las peluquerías: sentados en silencio en un sillón que era una mezcla de ortopedia, dentista y asiento trasero de un Seiscientos, con una tirilla absurda en el cuello y un capote de guardia civil. Hay muchos hombres que mantienen todavía el peinado que les hizo su madre el día de la primera comunión. No me extraña.
Las barberías de antaño pasaron a mejor vida con la democratización de la cuchilla de afeitar y el éxito de la maquinilla eléctrica. Todo ha cambiado. Hay un fisio, un dentista, una frutería y un peluquero nuevo en cada manzana. La nueva peluquería de la que les hablo suele ser para hombres y, por lo general, responde al nombre terrorífico de barber shop. Hay mucha actividad dentro de estos locales, un ambiente especial en el que parece haber más gente que clientes y trabajadores.
Los peluqueros tradicionales se encuentran con una competencia insólita que les roba la clientela en edad adolescente. Los nuevos gurús del cuidado capilar vienen de Hispanoamérica y, como ya ha pasado con la música, aportan un concepto diferente a lo que estábamos acostumbrados. Se ha impuesto una cierta ceremonia en la peluquería masculina que antes no existía. Polvos, cremas, rutinas, ceras, depilaciones y conversación. Lo que antes era un terreno yermo es ahora un vergel.
Estos nuevos peluqueros y barberos han sabido dar un valor a su trabajo, explicarlo y comunicarlo a la sociedad y a sus clientes.
Al igual que hicieron los cocineros, estos nuevos peluqueros y barberos han sabido dar un valor a su trabajo, explicarlo y comunicarlo a la sociedad y a sus clientes. Han logrado con ingenio y dedicación aumentar la recurrencia y fidelidad. Como ha pasado siempre, han tenido ayuda de algunos referentes sociales del momento como futbolistas, actores y cantantes. La realidad es que una gran parte de la juventud ha aceptado sin reservas esta propuesta estética y ya no es raro que grupos de chavales jóvenes queden para ir juntos al peluquero como quien va a echar un futbolín.
Al igual que la música, la estética es también efímera e hija de su tiempo. Hay peinados que podrían servir para recrear un regimiento nazi en una película, imitaciones de matón inglés de 1920, homenajes a la maceta, la cacerola y el cazo, permanentes de doña Lola, caracoles imposibles, desastres carcelarios inapelables y un estudio de la deconstrucción -otra vez, al igual que la cocina- fundamentado en el vil trasquilón y la herida como exponente extremo. Si no sabe a dónde va su hijo, pregunte en la peluquería.
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