‘Los hijos de otros’: éxtasis e incertidumbre de la moderna madrastra

kozey.ava

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27 Sep 2024
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En algunos reducidos ámbitos se empieza a definir como madre vicaria. Aunque siempre se la llamó madrastra, término con connotaciones negativas procedentes de los cuentos infantiles hoy prácticamente en desuso. Así que no hay un vocablo común y coloquial que describa a la perfección la figura de la mujer que, de buenas a primeras gracias a una pasión tardía, pero sincera, en muchos casos el verdadero amor de una vida por parte de ambos, debe iniciar también una relación con unos hijos más o menos pequeños que no son suyos sino del hombre, hacer frente a unos lazos afectivos forjados durante años con el sabor de la dulzura y el resquemor de la derrota, lidiar con el recuerdo y la presencia de una primera esposa que, para cuestiones prácticas y emocionales con los críos, va a seguir estando ahí y, quizá en muchos casos, manejar el deseo de una maternidad propia que por culpa de los tiempos biológicos de la mujer puede tener la contrariedad de la prisa frente al estímulo del deseo.

Conste que hemos definido esta situación alrededor de la figura de la mujer y no de la del hombre por dos motivos concretos: porque en el caso de esta película la protagonista es ella, y porque en la vertiente masculina no se da la básica circunstancia de la posible decisión de la maternidad y su plazo con líneas que pueden empezar a ser rojas a causa de la edad. La excelente película francesa Los hijos de otros, quinto trabajo como directora y guionista de Rebecca Zlotowski, se acerca a una de esas mujeres con la rotundidad del amor, la dulzura y la lujuria verdaderos entre los dos miembros de la nueva pareja; con el cariño espontáneo de ella por una niña de cuatro años con la que aún resulta difícil (o imposible) razonar ciertos asuntos, y con unas dificultades afectivas que en ningún momento están basadas en el lado oscuro de los personajes y sí en la delicadeza. Completamente alejada de maniqueísmos y trazados groseros de los personajes o sus actitudes, cada rol encuentra sus razones para actuar como lo hace, a veces equivocadamente, pero todas son tan irreprochables e indudables como la dificultad de la vida.

Rodada con elegancia por Zlotowski, que ya se había acercado a la figura de otro triángulo amoroso en Grand Central (2013), Los hijos de otros está articulada como un romance contemporáneo que, por parámetros genéricos, podría ser conceptuado como un melodrama, pues la música —a veces, canciones; otras, piezas de música clásica— enfatiza siempre las alteraciones de la piel, del corazón y del sexo: las de los personajes y las de los espectadores. Una banda sonora, además, muy ecléctica: Vivaldi, Thelonius Monk, Shostakóvich, Dave Van Ronk, Yves Simon, The Mellomen…

La directora posa su mirada en las miradas. La cámara suele estar en el lugar justo para captar con naturalidad la química entre Roschdy Zem y la formidable Virginie Efira de un modo que no necesite subrayados de texto. Así, el amor que se tienen y lo perfectos que parecen el uno para el otro no precisan más explicaciones, a pesar de que el relato exponga las sucesivas fases de ese romance, desde la ilusión anterior al primer beso hasta la resolución final, pasando por el éxtasis, las consabidas dudas, las caídas a las que lleva la complejidad de la situación y las tentaciones en el periodo de derrumbe. Además, en la escritura, el eje central va acompañado de algunas tramas paralelas que ayudan a conformar un estado de comunidad en el que todo afecta, porque así es la existencia. Y el problema, como tantas veces, suele estar en los otros.

Con una única secuencia no demasiado bien descrita (la del fútbol), y un bonito detalle de puesta en escena, a lo François Truffaut en Las dos inglesas y el amor, con la lectura de los mensajes entre la exesposa y la protagonista, Los hijos de otros describe un conflicto tan actual como los tiempos que corren. Días de acomodo afectivo o de atrevimiento emocional.

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