Los héroes y los bellacos

Luciano_Spencer

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Cuando ayer Cristina López Schlichting contaba, desde la Cope, que en Chiva se habían puesto a cantar el himno a Valencia , se me humedecieron los ojos, y me acordé de que a Juan Manuel Golf, Pepe Sancho, y a tantos otros valencianos a los que tuve la suerte de conocer y ser amigo, les hubiera sucedido lo mismo de estar vivos, pero con más intensidad, y la salada caricia de las lágrimas hubiera discurrido en paz sobre sus rostros.Fue Juan Manuel Golf, quien hace muchos años, cuando la Transición ya caminaba sola, me subrayó que de todos los himnos regionales el único que alude a España es el de Valencia. No sólo eso, sino que en la primera estrofa afirma con claridad: «Para ofrendar nuevas glorias a España/ todos a una voz, hermanos, venid». El himno lo compuso un valenciano, el maestro Serrano, el mismo que estrenó en Madrid más de cincuenta zarzuelas, el género más genuinamente español.Y fue, también ayer, cuando leí la historia de la marroquí Sara, contada por Ángel Expósito, y cómo salvó la vida a la anciana que estaba a su cuidado, arriesgando la suya, aunque eso, naturalmente, no lo dice ella, porque los héroes nunca fueron vanidosos, ni engreídos. Los soberbios y los fatuos son los bellacos, y unos y otros aparecen siempre en situaciones extraordinarias, porque es allí, en los límites, donde surge lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Ninguno de nosotros puede asegurar si en un naufragio alejaremos, con tretas y malas artes, a la mujer que busca cobijo en un bote salvavidas para ocupar nosotros el último hueco que queda, o protagonizaremos la heroicidad de llamarla y cederle nuestro lugar, a pesar de que eso desafíe nuestra supervivencia. Y mejor que no lo sepamos nunca.Esta semana, en Valencia, en ese naufragio que vino desde el cielo, han florecido los héroes y los bellacos por todos los lugares . Los políticos enseguida demostraron que no iban a quedarse los últimos en el barco, con el peligro de morir ahogados; y el capitán le echaba la culpa al contramaestre, y este al piloto, y el piloto a los marineros, mientras los ignorantes pasajeros trataban de buscar los cuerpos de los familiares que ya se habían ahogado. Y, mientras lo mejor de la juventud y del pueblo se aprestaba a ayudar, otra parte del pueblo, los bellacos, se dedicaban al saqueo y se llevaban televisores de las tiendas a sus casas sin agua y sin luz. A lo peor, esos aprovechados de la rapiña pueden ser mañana unos bellacos de provecho, pero ya al mando de la nave y, llegado el caso, demostrar su falta de compasión por los muertos, mientras protegen su única y miserable preocupación. Confiemos en que los héroes neutralicen a los bellacos. Y sepamos elegir.

 

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