Los hermanos

walter.hayley

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Algunos convirtieron algunos esa letrilla en axioma de encarnizamiento entre Manuel y Antonio Machado, simbolizando el «guerracivilismo» de Alzamiento y República; al fondo, los dos paisanos goyescos en gresca mortal (hincados en tierra, hasta las bragas) que blanden garrotes de avellano silvestre con el raigón como maza.En 1951, 26 de septiembre, se terminó de imprimir por Editorial Plenitud, en tirada intencionadamente ilustrativa, supongo, aunque sin proclamas, (3.000 ejemplares numerados: poseo el nº 1696) la obra completa de «los» Machado. Grita en silencio y por el esmero, casi sacro, de su encuadernación en fina piel color cereza madura. Las páginas impresas en papel de arroz o cebolla, no soy bibliófilo experto, obra completa de ambos: es decir, con su personalidad única pero bifronte: como escribía un joven Ortega y Gasset, «la biografía del hombre es su obra». La publicación de Editorial Plenitud evidencia, por sí sola, que Manuel y Antonio, de familia desintegrada por el destino, tienen en sus vidas un solo quehacer complementario: el que se recoge en su obra. Y subrayo otro dato significativo: de las 1.228 páginas del volumen, 354 las firman los hermanos conjuntamente, las primeras 292 se deben a la descuidada Hispano Olivetti, o a la «pluma fuente» de Manuel (el facsímil de «Resuena Falla» es el colofón de este segmento), y el resto, de 582 páginas, es obra de Antonio. Don Antonio llena sus Soledades, sin la mujer niña Leonor, mi corazón espera, hacia la luz y hacia la vida etc., de sobria, y musical mística humana perfumada: no abandona su camino, iba por los de su personal atardecer, y no sabía bien si viviéndolos o «soñándolos». En tanto que a don Manuel le embriagaban e hipnotizaban los ocios con sentido, aspiraciones vagas: mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer. La «circunstancia orteguiana», en ambos que para Antonio podía ser en algún momento el pueblo castellano que envuelto en sus harapos, desprecia cuanto ignora, y para Manuel el estúpido y venenoso ars moriendi de la civilización sofisticada, como objetivo de vida: en Londres, París o Roma, he vista el mismo tedio en vario idioma. Pisan y pasan sobre el terruño de yerbabuena y ortigas de su pueblo. Gustan la recia vitalidad del «costumbrismo»: escriben juntos La Lola se va a los puertos, ¿presentían el fenotipo de Lola Flores?, y La prima Fernanda.¡Eran tan diversos, pero eran tan complementarios! Con nostalgia del «otro», compartiendo infancia y adolescencia. «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla (¿en el palacio de Las Dueñas, su padre ejerce de gestor de la servidumbre?), y un huerto claro donde madura el limonero». El limón de corteza porosa y en pezón, con dulce aroma ácido, contradictorio como el vivir. Imagino ese patio con una alberca plana, de azulejos árabes, sobre los que ríe un anárquico surtidor. Y finas columnas de mármol blanco. Manuel y Antonio perseguían los aros de hierro que hacen, con su «guía», rodar sobre el albero, juntos, para la libertad y la ensoñación. Para la experiencia y el recuerdo. También doña Ana Ruiz, la madre, que, en la estación de Collioure, el 22 de febrero de 1939 pregunta a quien porta en brazos su fragilidad: ¿cuándo llegamos a Sevilla? Los hermanos, José, Joaquín, Francisco, como furioso. Antonio, instalado en la infancia limpia que, sin marchitarse, acompaña al hombre que es, en el buen sentido de la palabra, bueno. Y, al caminar descubre que no hay camino, se hace camino al andar...; al andar se hace camino y, al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminos paralelos, obra compartida y hoy se quiere invertir, convirtiéndoles en fratricidas simplemente porque la circunstancia les encontró en islotes separados.La infancia apunta a la trascendencia. Al rimar sobre la muerte de un amigo, Antonio concluye: definitivamente, duerme (dialoga, en la misma onda que Miguel Hernández lo hará con Ramón Sijé) un sueño tranquilo y verdadero. Y, glosando a Jorge Manrique: «Tras el pavor de morir está el placer de llegar». Por su parte, y como al desgaire con ocasión del recuerdo del maestro Villa, rima Manuel: Ya estás, maestro, más allá. Tú sabes ya cual era la fuente que vertía en tu alma la inefable algarabía de alegres trinos y sollozos graves. Agudos contrastes, a veces y en profundidad dramáticos, en que consiste la sencillez del vivir y que entiende cualquiera que tenga alma, en especial el pueblo andaluz que todas las primaveras anda buscando escaleras para subir a la cruz. Para el luminoso «más allá», que lo hay, «lo sé», como decía el teólogo suizo Jung.Diego Doncel desentraña enigmas al hablar de «Los Machado y su lección de Historia»: No hace falta preguntarse cuál de las dos experiencias de España hiela más la sangre, la de Antonio o la de su hermano Manuel; cuál de las dos maneras en que Saturno devoró a sus hijos explica mejor nuestro destino trágico como país. Encontramos una respuesta lúcida, una especie de piedra de rosetta primero, en el comportamiento de los Machado, luego en ese «pacto imposible de fraternidad» que fue la Constitución de 1978, después de «39 años», sin tabiques haremos como los «hermanos». SOBRE EL AUTOR Santiago Araúz de Robles Abogado

 

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