Los comercios que no están dispuestos a pasar página

Vance_Schaden

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Javier Luque, de 60 años, presumía de pequeño ante sus amigos de que tenía la biblioteca más grande del mundo. “Me sentaba en una esquina y echaba el día leyendo todo tipo de obras”, evoca. Pero los libros no estaban en su casa, sino en el bajo del edificio donde vivía. Sus padres atendían allí la librería Luque, que el abuelo Rogelio había abierto en 1919. Y él lo hace ahora. La infancia de Lucía Alonso, de 42 años, también se desarrolló entre lecturas que le llevaban de la mañana a la noche. “Era un ratón de librería”, dice. En concreto, de la librería Hijos de Santiago Rodríguez de Burgos, la más antigua de España, que llevaba su madre y ahora regenta ella, la sexta generación, es la trastaranieta del fundador.

Luque y Alonso, además de una infancia ilustrada, comparten el destino de los herederos de las pocas librerías centenarias que aún sobreviven en España. Estos lugares históricos han sido testigos del cambio en los gustos de los lectores, han marcado a escritores, que han buscado en ellas la inspiración, pero, sobre todo, se han convertido en referentes culturales de sus barrios y ciudades. Ahora, buscan cómo sobrevivir a la ola digital que ha venido a trastocarlo todo.

Curiosamente, algunas de estas librerías centenarias resisten en pequeñas capitales de provincia como Segovia, Soria, Burgos o Córdoba. La explicación que da César Millán, 57 años, propietario de Las Heras, con siglo y medio de vida en Soria, es que están menos expuestas a los grandes cambios que las radicadas en grandes capitales. Lo que no les exime de los trágicos avatares de la Historia. Guillermo Herrero, de 60 años, cuarta generación de propietarios de la librería Cervantes de Segovia, recuerda el empeño de su bisabuelo Cándido en no cerrar durante la Guerra Civil. Aquella decisión provocó que uno de sus hijos, tío abuelo de Herrero, fuera fusilado por espía. Malos tiempos para la cordura y las letras que también vivieron en Córdoba. La misma suerte padeció allí Rogelio Luque, fundador de la librería Luque, que fue asesinado en 1936 bajo la acusación de esconder libros prohibidos. Un hecho, cuenta su nieto, que nunca se probó. Su viuda, Pilar Sarasola, continuó con el negocio en un momento en el que no había muchas mujeres empresarias.

Durante la posguerra se destruyó la oferta editorial: se expurgaron los fondos bibliográficos y los escaparates de las librerías, explica la historiadora Ana Martínez Rus en su estudio de 2017 No sólo hubo censura: la destrucción y depuración de libros en España (1936-1948). Esto, explica Herrero, obligó a muchos libreros, como su abuelo, a armarse de coraje para mantener cierta actividad con títulos prohibidos, que se ofrecían en una habitación aparte a los clientes de confianza. “Había que tener bastante valentía después de lo que había pasado”, reflexiona Herrero.

Lucía Alonso, de la burgalesa Hijos de Santiago Rodríguez recuerda el afán emprendedor del primero de los hijos del Santiago que da nombre a la librería. “Mi tatarabuelo Mariano Rodríguez creó una editorial y con ella lanzó la Nueva enciclopedia scolar y cartillas de caligrafía y cálculo, a finales del siglo XIX”. Unas obras, presume Alonso, con las que han aprendido varias generaciones de burgaleses. “Estas cartillas fueron las antecesoras de los cuadernillos Rubio”, explica.

El libro infantil ha ido ganando espacio en las librerías. César Millán lo tuvo en cuenta cuando reformó Las Heras y reservó un espacio importante para los niños. “Tienen que tocar los libros, tirarse al suelo, experimentar con ellos”, describe este librero, dispuesto siempre a recomendar lecturas aunque sea ahora difícil contrarrestar la influencia de las redes sociales. “Aunque a veces consigo persuadirlos y que se lleven otra cosa que les aporte algo más”, comenta.

En literatura imperan las modas, subraya Alonso desde la decana de las librerías. Recuerda que durante los años 80 y los 90 la novela histórica era la más solicitada por los lectores. “Ahora se llave la novela de intriga y policíaca, que ha despertado mucha atención porque hay muy buenos autores”, opina. No obstante, gracias a internet, a los foros y a las redes sociales, los gustos de los lectores se han diversificado.

Entre los jóvenes triunfan los subgéneros de novela romántica y fantástica. “Se han puesto de moda obras de romantasy [romantasía, en castellano] como se conoce, nos las piden mucho”, puntualiza Alonso. Se trata de novelas escritas principalmente por autoras que se inspiran en la mitología y el mundo medieval, con criaturas fantásticas que aportan un toque de ficción a historias de amor. Millán, de Las Heras, señala que ahora los jóvenes saben lo que quieren y sus peticiones a veces le sorprenden. “Solicitan muchos ensayos y también a mucha poesía contemporánea editada por pequeñas editoriales”.

Si en algo coinciden todos es que su trabajo está idealizado. “Ser librero parece muy romántico, pero en realidad te pasas el día sacando libros de sus cajas, confirmando albaranes y metiendo los que llegaron hace meses”, explica Millán. Cada semana llega un aluvión de novedades que las editoriales lanzan y que tienen muy poca vida en la librería. A diferencia de otras mercancías, los libros que no se han vendido en dos o tres meses, vuelven al almacén, es lo que muchos llaman el “darwinismo librero”: solo algunos títulos consiguen quedarse, aunque con un ejemplar en los estantes.

Las librerías, como los ultramarinos, el kiosko o la farmacia, forman parte esencial de los barrios. Quizá no se acude a ellas diariamente, pero varias veces al mes, cuenta Millán, los vecinos se pasan a por libros para sus hijos, curiosear las novedades o, simplemente, charlar. También acuden a alguno de los muchos eventos que las librerías organizan. Javier Luque afirma que la librería como mera expendeduría de libros pasó a la historia. “Nosotros reivindicamos nuestro espacio en la vida local y por eso programamos muchas actividades, tenemos cuentacuentos de la mano de los miembros de una escuela de teatro de Córdoba, presentaciones de libros y clubes de lectura”, describe.

Luque augura que al libro le queda mucho camino aún, pese al auge de lo digital. “Yo creo en su futuro, tiene un alma que las tecnologías más punteras no tienen, es perfecto como es. Confío que dentro de 180 años haya gente leyendo libros”, desea. Y con ellas, asegura, seguirán las librerías, que se resisten a desaparecer. Los herederos están garantizados en el caso de Librería Cervantes. Guillermo Herrero tiene un hijo de 10 años. “Me gustaría que diera continuidad a la tienda, pero no quiero que sea una prisión para nadie, porque nunca lo ha sido”. Lucía Alonso, heredera de la decana Hijos de Santiago Rodríguez, tiene una niña de 12 años y uno de dos, pero, admite, aun es demasiado pronto para plantearse qué van a hacer con sus vidas. “Me conformo con que les guste la literatura como a mí”, completa.

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