Kristin_McKenzie
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La Ley de Paridad del 1 de agosto de 2024 establece una presencia pareja de hombres y mujeres en los consejos de administración de las sociedades cotizadas. Pero jamás habrá una ley que equilibre la presencia de pobres y ricos en los centros de poder. Este es uno de los asuntos que aborda tangencialmente Temis, la comedia que la compañía chilena Bonobo ha presentado en el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, con la que cierra su trilogía sobre la barbarie. Tú amarás, segunda pieza del celebrado tríptico, habla del racismo y del clasismo con un sentido del humor oblicuo pero corrosivo. Fue la más grata sorpresa del Festival de Otoño de 2021. La trama giraba en torno a una civilización extraterrestre hostigada, venida a menos, cuyos supervivientes se refugian en la Tierra, donde son marginados con disimulo. Todo el mundo les trata con naturalidad impostada, porque les teme y siente por ellos un rechazo atávico.
Temis toma el título de la diosa de la equidad y la justicia, a la que los griegos solían representar con los ojos vendados. En la obra escrita y codirigida por Pablo Manzi, Temis es el nombre de una cooperativa a la antigua usanza, cuyo jefe acaba defraudando a sus trabajadores. Con otra mentalidad, los tres hijos del directivo fracasado fundan Noé, una empresa donde no pretenden la igualdad salarial sino “implementar prácticas inclusivas” tales como la integración de inmigrantes, por ejemplo. Como en Tú amarás, Manzi pone de relieve la contradicción flagrante entre lo que los protagonistas de su comedia dicen estar haciendo y lo que realmente hacen. La inesperada aparición de una hermana suya de 40 años, cuya existencia ignoraban todos los hermanos, abre una crisis entre ellos.
Las contradicciones de los personajes son un trasunto de las que afectan a cierta izquierda, que en lugar de atender las reivindicaciones de los trabajadores, atiende las de una pluralidad de minorías que se sienten marginadas. Mediante un recurso propio del género negro (la aparición de un familiar cuya existencia todos ignoraban), Manzi traslada la lucha de clases al seno familiar. La recién llegada, criada en la miseria más absoluta, encuentra un aliado en otro hermano que, por un desliz, fue expulsado del consejo de administración de la empresa y trabaja como un operario más.
En Temis, destacan el muy afinado trabajo de composición de personajes, el empeño de su autor en poner el dedo en la llaga, la constancia de los enfrentamientos escénicos, la elocuencia de las paradojas que se formulan y, en particular, la bravura con la que Marcela Salinas defiende el papel de Bibiana, la princesa de arrabal que viene a ponerlo todo del revés. Su soliloquio no tiene desperdicio. En su tramo último, cuando entran en escena dos personajes mitológicos, la función se dispersa. Manzi pone las bases para un debate, pero no acaba de abrirlo. En su estreno, el público gaditano aplaudió a todo el elenco con entusiasmo.
El Festival de Cádiz es, desde hace 39 años, la gran puerta de entrada en España del teatro americano en lengua castellana. También la recia coproducción boliviano suiza Palmasola, un pueblo prisión se merece viajar a otras comunidades autónomas, aunque no tenga bolos por el momento. Interpretado por cuatro actores que se despliegan por el Baluarte de La Candelaria como si fueran 40, Palmasola recrea con verdad encomiable las condiciones de vida en una colonia penitenciaria de Santa Cruz de la Sierra en la que se hacinan 6.000 personas, el 40% de la población carcelaria de Bolivia. Tres actores de ese país y uno suizo, a cuál mejor, muestran cómo los presos más fuertes y con mayor hacienda extorsionan a otros presos, les cobran su protección o les hacen pagar un alquiler por el metro y medio cuadrado donde duermen.
La compañía Klara Theaterproduktionen ha elaborado sobre el terreno un trabajo de campo admirable, duro, de una violencia medida, que invita al público a desplazarse de acá para allá, desde la rampa situada frente al acceso del recinto amurallado hasta el gran patio donde acontece la poderosa secuencia final. El montaje dirigido por Christoph Frick imanta a los espectadores por el compromiso emocional de sus intérpretes, por la racionalidad con la que se han documentado y el modo en el que integran en la acción todos los recovecos del baluarte. Buena parte del público anduvimos tirando algunas fotos del recorrido con la misma libertad de movimiento e idéntica presencia de ánimo que si hubiéramos estado en un concierto. Un aplauso intenso y sostenido premió al fantástico elenco.
También el Julio César que la Companhia do Chapitô presentó en el Teatro de la Tía Norica es una obra política, pero divertida hasta la médula. En sus prolegómenos, impresiona la manera en la que Jorge Cruz encarna a Espartaco y a todos los esclavos que le escuchan: es el orador y la multitud, todos a la vez. Que nadie espere encontrar ni un ápice de la obra homónima de Shakespeare en esta creación colectiva. Julio César muestra sin idealización alguna la irresistible ascensión de un tipo sibilino, cruel, amante del poder sobre todas las cosas: un joven que se las ingenia para dejar caer sus ideas de forma que los que tiene por encima crean que se les han ocurrido a ellos.
Tan solo con su gesto y su palabra los tres prodigiosos intérpretes de Chapitô materializan sobre el escenario las legiones de César, la caballería de Pompeyo, una nube de flechas disparadas por sus arqueros, dos trenes de mercancías y uno de pasajeros… Tendido en el suelo, Jorge Cruz interpreta acrobáticamente el cauce y las aguas del Rubicón. Pedro Diogo y él podrían ser un Don Quijote y un Sancho inimitables, pero también el Pájaro Loco y Chilly Willy.
Esta función de Chapitô es un cruce impensable entre el espacio vacío de Peter Brook y las pantomimas de Marcel Marceau. Por todo atrezzo, los actores usan tres guantes largos plateados, una flauta de afilador, un bigote postizo que se van pasando entre ellos para interpretar a los galos y un rollo de tela que sacan en la escena final para producir un efecto cómico profuso y brillante, en el que se citan los desenlaces trágicos del Cenizas de Brecht del Odin Teatret y del inmarcesible Flowers de Lindsay Kemp.
A través de las luchas de Craso, César y Pompeyo, la troupe portuguesa alerta sobre los conflictos de intereses y sobre la convergencia del poder económico con el poder político: sobre la ausencia, en definitiva, de una separación de poderes efectiva. En realidad, Chapitô nos sitúa en un pasado remoto para hablarnos del presente. Por ejemplo, el cerco que César les hace a los hombres de Vercingétorix para rendirlos por hambre evoca el estado de sitio en el que el ejército de Israel mantiene a la población de Gaza. Mientras tanto, la cocinera le quita alguna hoja a los laureles de César, para aliñar un guiso: Susana Nunes, su intérprete, es una actriz proteica, a la que resulta imposible dejar de mirar ni un momento.
A pesar de lo bien medido que está este montaje, sus intérpretes se conducen con gran libertad. Por ejemplo, cuando las tropas de César ponen rumbo a Roma, a un espectador se le cayó un móvil que percutió estrepitosamente contra el suelo de la platea y Pedro Diogo, que tenía la palabra, improvisó por boca del futuro dictador: “¡Epaa… Roma está caótica!”. El público, que abarrotaba el Teatro de la Tía Norica, saludó el final del espectáculo en pie y le dedicó una ovación cerrada a esta compañía tan arraigada en España: sus próximas actuaciones figuran a pie de página.
Siguiendo con el FIT, también valió la pena El tiempo del hijo, un solo donde David Montero invoca a su madre, una sencilla ama de casa fallecida hace nueve meses, para darle una despedida digna. Padecía alzheimer. En un altarcito, David le pone los guantes que usaba para fregar, su paño de cocina y un pedazo de bizcocho de chocolate hecho según una receta suya. También le canta una saeta. “Yo que nunca me acuerdo de los cumpleaños de nadie, me aprendí el suyo cuando a ella se le olvidó (…) y me aprendí su DNI cuando murió”. Produce mucha ternura lo que Montero cuenta, pues nos trae el eco de otras tragedias que pueden parecernos personales cuando las vivimos en primera persona, pero que en realidad son universales. Con buen oído, el actor entona varias canciones cuyas letras vienen a cuento, como el Edipo rey de Def con Dos. Por ello, apenas se entiende que cierre su espectáculo cantando sobre una grabación con la voz de Pepe Marchena.
La 39 edición del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, que concluye este fin de semana, es de transición. La ha dirigido una comisión gestora nombrada en febrero de este año, después de que el Patronato de Festival cesara a Isla Aguilar, su anterior directora, por discrepancias con su línea de programación. El nuevo director saldrá próximamente de un concurso en el que, tras la primera criba, hay diez finalistas. Sea quien fuere el elegido, sería interesante que trasladara alguno de los espectáculos al aire libre al otro extremo de la ciudad, a la barriada de La Paz o a los barrios de Loreto y de Puntales, donde hay rincones tan idóneos para hacer teatro y circo de calle como puedan serlo las plazas del casco histórico.
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Temis toma el título de la diosa de la equidad y la justicia, a la que los griegos solían representar con los ojos vendados. En la obra escrita y codirigida por Pablo Manzi, Temis es el nombre de una cooperativa a la antigua usanza, cuyo jefe acaba defraudando a sus trabajadores. Con otra mentalidad, los tres hijos del directivo fracasado fundan Noé, una empresa donde no pretenden la igualdad salarial sino “implementar prácticas inclusivas” tales como la integración de inmigrantes, por ejemplo. Como en Tú amarás, Manzi pone de relieve la contradicción flagrante entre lo que los protagonistas de su comedia dicen estar haciendo y lo que realmente hacen. La inesperada aparición de una hermana suya de 40 años, cuya existencia ignoraban todos los hermanos, abre una crisis entre ellos.
Las contradicciones de los personajes son un trasunto de las que afectan a cierta izquierda, que en lugar de atender las reivindicaciones de los trabajadores, atiende las de una pluralidad de minorías que se sienten marginadas. Mediante un recurso propio del género negro (la aparición de un familiar cuya existencia todos ignoraban), Manzi traslada la lucha de clases al seno familiar. La recién llegada, criada en la miseria más absoluta, encuentra un aliado en otro hermano que, por un desliz, fue expulsado del consejo de administración de la empresa y trabaja como un operario más.
En Temis, destacan el muy afinado trabajo de composición de personajes, el empeño de su autor en poner el dedo en la llaga, la constancia de los enfrentamientos escénicos, la elocuencia de las paradojas que se formulan y, en particular, la bravura con la que Marcela Salinas defiende el papel de Bibiana, la princesa de arrabal que viene a ponerlo todo del revés. Su soliloquio no tiene desperdicio. En su tramo último, cuando entran en escena dos personajes mitológicos, la función se dispersa. Manzi pone las bases para un debate, pero no acaba de abrirlo. En su estreno, el público gaditano aplaudió a todo el elenco con entusiasmo.
El Festival de Cádiz es, desde hace 39 años, la gran puerta de entrada en España del teatro americano en lengua castellana. También la recia coproducción boliviano suiza Palmasola, un pueblo prisión se merece viajar a otras comunidades autónomas, aunque no tenga bolos por el momento. Interpretado por cuatro actores que se despliegan por el Baluarte de La Candelaria como si fueran 40, Palmasola recrea con verdad encomiable las condiciones de vida en una colonia penitenciaria de Santa Cruz de la Sierra en la que se hacinan 6.000 personas, el 40% de la población carcelaria de Bolivia. Tres actores de ese país y uno suizo, a cuál mejor, muestran cómo los presos más fuertes y con mayor hacienda extorsionan a otros presos, les cobran su protección o les hacen pagar un alquiler por el metro y medio cuadrado donde duermen.
La compañía Klara Theaterproduktionen ha elaborado sobre el terreno un trabajo de campo admirable, duro, de una violencia medida, que invita al público a desplazarse de acá para allá, desde la rampa situada frente al acceso del recinto amurallado hasta el gran patio donde acontece la poderosa secuencia final. El montaje dirigido por Christoph Frick imanta a los espectadores por el compromiso emocional de sus intérpretes, por la racionalidad con la que se han documentado y el modo en el que integran en la acción todos los recovecos del baluarte. Buena parte del público anduvimos tirando algunas fotos del recorrido con la misma libertad de movimiento e idéntica presencia de ánimo que si hubiéramos estado en un concierto. Un aplauso intenso y sostenido premió al fantástico elenco.
También el Julio César que la Companhia do Chapitô presentó en el Teatro de la Tía Norica es una obra política, pero divertida hasta la médula. En sus prolegómenos, impresiona la manera en la que Jorge Cruz encarna a Espartaco y a todos los esclavos que le escuchan: es el orador y la multitud, todos a la vez. Que nadie espere encontrar ni un ápice de la obra homónima de Shakespeare en esta creación colectiva. Julio César muestra sin idealización alguna la irresistible ascensión de un tipo sibilino, cruel, amante del poder sobre todas las cosas: un joven que se las ingenia para dejar caer sus ideas de forma que los que tiene por encima crean que se les han ocurrido a ellos.
Tan solo con su gesto y su palabra los tres prodigiosos intérpretes de Chapitô materializan sobre el escenario las legiones de César, la caballería de Pompeyo, una nube de flechas disparadas por sus arqueros, dos trenes de mercancías y uno de pasajeros… Tendido en el suelo, Jorge Cruz interpreta acrobáticamente el cauce y las aguas del Rubicón. Pedro Diogo y él podrían ser un Don Quijote y un Sancho inimitables, pero también el Pájaro Loco y Chilly Willy.
Esta función de Chapitô es un cruce impensable entre el espacio vacío de Peter Brook y las pantomimas de Marcel Marceau. Por todo atrezzo, los actores usan tres guantes largos plateados, una flauta de afilador, un bigote postizo que se van pasando entre ellos para interpretar a los galos y un rollo de tela que sacan en la escena final para producir un efecto cómico profuso y brillante, en el que se citan los desenlaces trágicos del Cenizas de Brecht del Odin Teatret y del inmarcesible Flowers de Lindsay Kemp.
A través de las luchas de Craso, César y Pompeyo, la troupe portuguesa alerta sobre los conflictos de intereses y sobre la convergencia del poder económico con el poder político: sobre la ausencia, en definitiva, de una separación de poderes efectiva. En realidad, Chapitô nos sitúa en un pasado remoto para hablarnos del presente. Por ejemplo, el cerco que César les hace a los hombres de Vercingétorix para rendirlos por hambre evoca el estado de sitio en el que el ejército de Israel mantiene a la población de Gaza. Mientras tanto, la cocinera le quita alguna hoja a los laureles de César, para aliñar un guiso: Susana Nunes, su intérprete, es una actriz proteica, a la que resulta imposible dejar de mirar ni un momento.
A pesar de lo bien medido que está este montaje, sus intérpretes se conducen con gran libertad. Por ejemplo, cuando las tropas de César ponen rumbo a Roma, a un espectador se le cayó un móvil que percutió estrepitosamente contra el suelo de la platea y Pedro Diogo, que tenía la palabra, improvisó por boca del futuro dictador: “¡Epaa… Roma está caótica!”. El público, que abarrotaba el Teatro de la Tía Norica, saludó el final del espectáculo en pie y le dedicó una ovación cerrada a esta compañía tan arraigada en España: sus próximas actuaciones figuran a pie de página.
Siguiendo con el FIT, también valió la pena El tiempo del hijo, un solo donde David Montero invoca a su madre, una sencilla ama de casa fallecida hace nueve meses, para darle una despedida digna. Padecía alzheimer. En un altarcito, David le pone los guantes que usaba para fregar, su paño de cocina y un pedazo de bizcocho de chocolate hecho según una receta suya. También le canta una saeta. “Yo que nunca me acuerdo de los cumpleaños de nadie, me aprendí el suyo cuando a ella se le olvidó (…) y me aprendí su DNI cuando murió”. Produce mucha ternura lo que Montero cuenta, pues nos trae el eco de otras tragedias que pueden parecernos personales cuando las vivimos en primera persona, pero que en realidad son universales. Con buen oído, el actor entona varias canciones cuyas letras vienen a cuento, como el Edipo rey de Def con Dos. Por ello, apenas se entiende que cierre su espectáculo cantando sobre una grabación con la voz de Pepe Marchena.
La 39 edición del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, que concluye este fin de semana, es de transición. La ha dirigido una comisión gestora nombrada en febrero de este año, después de que el Patronato de Festival cesara a Isla Aguilar, su anterior directora, por discrepancias con su línea de programación. El nuevo director saldrá próximamente de un concurso en el que, tras la primera criba, hay diez finalistas. Sea quien fuere el elegido, sería interesante que trasladara alguno de los espectáculos al aire libre al otro extremo de la ciudad, a la barriada de La Paz o a los barrios de Loreto y de Puntales, donde hay rincones tan idóneos para hacer teatro y circo de calle como puedan serlo las plazas del casco histórico.
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