Callie_Collins
Member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 61
La espera de lo que podría haber realizado en su última entrega un director de 80 años llamado Martin Scorsese era exultante en mi caso, e imagino que en toda la cinefilia con paladar. La sequía, especialmente en el cine estadounidense, estaba siendo muy larga, y confiabas en que esta se acabaría cuando los pocos maestros que quedan decidieran contar otra historia. Por mi parte, me sentía ante la espera de Los asesinos de la luna como un crío con la llegada de los Reyes Magos, tan ilusionado como convencido de que estos te iban a regalar las cosas maravillosas que les habías pedido. Y no abrumaba, sino que me enaltecía saber anticipadamente que la duración de esta película era de 206 minutos. Imaginaba que los iba a pasar en el cielo. Y al verla no consulto el reloj. La sabiduría que almacena la cámara de este hombre lo impide, pero casi nada de lo que cuenta me apasiona, no me provoca esas variadas e impagables sensaciones que te otorga el cine que te enamora, los personajes que te hipnotizan, lo que escuchas y observas.
Y salgo de ella con sensación de desconcierto. Percibo excesiva y calculada densidad, un relato y un tono protagonizado por gente y situaciones sórdidas, me dan mucha grima la mayoría de los protagonistas, todo es reverso en ellos, su maldad no tiene poder de fascinación. Solo me interesa y me conmueve el presente y el futuro de una de sus víctimas, mujer india, honesta y sufridora, alguien que desprende verdad, diabética a la que su marido inyecta veneno, extraordinariamente encarnada por la actriz Lily Gladstone, a la que lamentablemente desconocía.
Los pérfidos acontecimientos que describe Scorsese al parecer están basados en la realidad. Ocurren en los años 20 del siglo pasado. En Oklahoma. Se da el milagro de que en la tribu de los indios Osage, encerrados en una reserva, aparezcan yacimientos de inacabable petróleo. De que los que no poseen casi nada repentinamente se hagan ricos. Oportunidad para que los buitres blancos se abalancen sobre ellos para despojarlos. Con violencia inicialmente soterrada, pero maquiavélica y feroz. Algunos se casan con las mujeres indias. Y después las asesinan en función de la golosa herencia que quieren pillar. Todo es sombrío y turbio. La conspiración está planificada por un anciano patriarcal, falsamente dialogante, alguien tan cruel como repulsivo detrás de sus buenos modales. Entre la gentuza que sigue perrunamente sus retorcidas órdenes adquiere protagonismo un sobrino suyo, excombatiente de la guerra, con aspiraciones de vividor, pero también pánfilo, dubitativo a veces entre la codicia y el amor a su esposa india y a sus hijos. Será paradójicamente el FBI, creado y dirigido por el siniestro Edgar Hoover, el que se mosquee ante la muerte de esas indias que fueron bendecidas por la fortuna y masacradas después. Y su investigación descubrirá un universo malévolo, sin rastro de la mínima piedad.
Hay momentos brillantes en esta historia tan sórdida. Lo es el desenlace escenificando lo que nos ha contado en una emisora de radio y con el propio Scorsese haciendo de narrador y maestro de ceremonias. Pero el desarrollo de la historia me produce incomodidad y desasosiego del malo. Los depredadores blancos me repelen, no tengo el ánimo para ser testigo durante tanto tiempo de gente abominable y de su metodología para masacrar a los inocentes. Existe atmósfera, aunque exclusivamente enfermiza. Y tampoco me subyugan las muy alabadas interpretaciones de Leonardo DiCaprio y de Robert De Niro. Solo me asalta la emoción, la comprensión y la piedad cada vez que aparece Lily Gladstone. Y de acuerdo en que la violencia extrema es una temática ancestral en el mundo de Scorsese. Lo hizo con arte mayúsculo en Taxi Driver, Uno de los nuestros, Casino, Gangs of New York o El irlandés. Y existía mucha violencia interna en la maravillosa La edad de la inocencia. Pero aquí solo me resulta desagradable.
Seguir leyendo
Y salgo de ella con sensación de desconcierto. Percibo excesiva y calculada densidad, un relato y un tono protagonizado por gente y situaciones sórdidas, me dan mucha grima la mayoría de los protagonistas, todo es reverso en ellos, su maldad no tiene poder de fascinación. Solo me interesa y me conmueve el presente y el futuro de una de sus víctimas, mujer india, honesta y sufridora, alguien que desprende verdad, diabética a la que su marido inyecta veneno, extraordinariamente encarnada por la actriz Lily Gladstone, a la que lamentablemente desconocía.
Los pérfidos acontecimientos que describe Scorsese al parecer están basados en la realidad. Ocurren en los años 20 del siglo pasado. En Oklahoma. Se da el milagro de que en la tribu de los indios Osage, encerrados en una reserva, aparezcan yacimientos de inacabable petróleo. De que los que no poseen casi nada repentinamente se hagan ricos. Oportunidad para que los buitres blancos se abalancen sobre ellos para despojarlos. Con violencia inicialmente soterrada, pero maquiavélica y feroz. Algunos se casan con las mujeres indias. Y después las asesinan en función de la golosa herencia que quieren pillar. Todo es sombrío y turbio. La conspiración está planificada por un anciano patriarcal, falsamente dialogante, alguien tan cruel como repulsivo detrás de sus buenos modales. Entre la gentuza que sigue perrunamente sus retorcidas órdenes adquiere protagonismo un sobrino suyo, excombatiente de la guerra, con aspiraciones de vividor, pero también pánfilo, dubitativo a veces entre la codicia y el amor a su esposa india y a sus hijos. Será paradójicamente el FBI, creado y dirigido por el siniestro Edgar Hoover, el que se mosquee ante la muerte de esas indias que fueron bendecidas por la fortuna y masacradas después. Y su investigación descubrirá un universo malévolo, sin rastro de la mínima piedad.
Hay momentos brillantes en esta historia tan sórdida. Lo es el desenlace escenificando lo que nos ha contado en una emisora de radio y con el propio Scorsese haciendo de narrador y maestro de ceremonias. Pero el desarrollo de la historia me produce incomodidad y desasosiego del malo. Los depredadores blancos me repelen, no tengo el ánimo para ser testigo durante tanto tiempo de gente abominable y de su metodología para masacrar a los inocentes. Existe atmósfera, aunque exclusivamente enfermiza. Y tampoco me subyugan las muy alabadas interpretaciones de Leonardo DiCaprio y de Robert De Niro. Solo me asalta la emoción, la comprensión y la piedad cada vez que aparece Lily Gladstone. Y de acuerdo en que la violencia extrema es una temática ancestral en el mundo de Scorsese. Lo hizo con arte mayúsculo en Taxi Driver, Uno de los nuestros, Casino, Gangs of New York o El irlandés. Y existía mucha violencia interna en la maravillosa La edad de la inocencia. Pero aquí solo me resulta desagradable.
Seguir leyendo
‘Los asesinos de la luna’: más sordidez que fascinación en la nueva película de Scorsese
La sabiduría que almacena la cámara de este hombre impide que mire el reloj, pero casi nada de lo que cuenta me apasiona, no me enamora como en otras ocasiones
elpais.com