Los artesanos de la prehistoria ya elaboraban falsificaciones: las imitaciones de ámbar que lograron confundir a la ciencia

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El ámbar ha sido muchas cosas a lo largo de la historia. En el siglo II, en Atenas, Demóstrato llamaba al ámbar lyncurium porque pensaba que se formaba con la orina de lince. Más adelante, durante la Antigüedad, en el siglo V, creían que cuando el sol tocaba la superficie del mar, los rayos de luz se transformaban en ámbar. Tal era la fascinación por este material que suponían que tenía propiedades mágicas: un remedio para la locura y un amuleto para la fertilidad y la suerte. Algunos gladiadores incluso cosían trozos de ámbar a sus prendas. Fue Plinio el Viejo, en la Antigua Roma, el primero en sugerir que tenía una naturaleza vegetal porque, al quemarlo, olía a pino. Y Tácito escribió en el año 98: “El ámbar es ciertamente el jugo de los árboles”. No estaba tan equivocado. Esta sustancia viscosa de composición química compleja la producen las plantas vasculares para impedir infecciones y cubrir sus heridas provocadas por el viento o el ataque de insectos. Es una resina que necesita, al menos, 40.000 años y condiciones ambientales particulares para perder sus compuestos volátiles y fosilizarse gracias un proceso de polimerización que da forma a un material suave, brillante, odorífero y colorido que, a simple vista, parece una piedra preciosa.

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