Vincenzo_Ullrich
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El hijo editando al padre, un escritor consagrado. Quizá sea algo raro en el mundo de la literatura una relación semejante, pero los textos salían de la cabeza ingeniosa del escritor mexicano José Agustín, fallecido en enero, y llegaban a las manos de Andrés Ramírez, su hijo, que los leía, corregía, editaba y los dejaba listos para publicación. Con el padre fallecido a los 79 años, ha sido Ramírez nuevamente el encargado de hacer un homenaje póstumo literario con la publicación de una edición conmemorativa de La tumba (Alfaguara), la primera novela de Agustín que nació de los talleres literarios de Juan José Arreola, nombre marcado ahora por duras controversias de abusos, pero que en su momento sus talleres un laboratorio de promesas literarias. El libro ha sido presentado el viernes en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara con el sello indiscutible que le quiso dar José Agustín: la obra de un escritor disruptivo con el establishment de la época.
Y qué mejor homenaje para Agustín que presentar esta hermosa edición de su primera novela en Guadalajara, la ciudad mexicana en la que nació. El libro cuenta con una introducción de la escritora mexicana Brenda Navarro, para quien Agustín está entre las listas de escritores de México que la han influenciado. El libro es, además, un diálogo entre amigos, familiares y escritores cercanos a Agustín o fascinados con su literatura, con textos de la poeta Elsa Cross, el autor Enrique Serna, Sara Sefchovich, Margarita Dalton (con quien Agustín se casó muy joven para que ella pudiera viajar a Cuba, con el ansia revolucionaria púber de querer cambiar el mundo) o de su esposa, Margarita Bermúdez, con quien convivió durante 60 años y le sobrevive.
¿Cómo era entonces aquella relación de padre, escritor e hijo editor? “Lo empecé a editar a los 21 años, en 1995, con el libro Dos horas de sol, que publicamos en Six Barral. Yo trabajaba en ese momento en ese grupo y desde entonces fue una aventura increíble. Era una relación singular, porque la relación familiar era ineludible en todo momento, pero poco a poco se fue dando la relación autor editor. Fue una relación compleja, interesante y divertida, siempre con mucho respeto, porque mi papel siempre ha sido ese. Claro, le iba sugiriendo cosas y cambios, pero al ser un autor muy formado en ese momento, con 10 libros publicados, sabía muy bien su jugada. Había poco en qué ayudarle. Seguro que hubo algún momento delicado, algún pequeño desencuentro, pero nunca significativo la verdad. Siempre había mucho respeto por el trabajo del otro”, explica Ramírez en entrevista en el salón que Alfaguara ha abierto para la entrevista con autores en la FIL.
La tumba narra la historia de un joven de clase media alta mexicana de mediados de los años sesenta del pasado siglo. Es un joven perturbado, rebelde, no solo dispuesto a sacarle canas a su viejo o atormentar a su madre, sino con un interés verdadero de destrozarles la vida. Es joven que va a la deriva, atormentado por demonios internos, malvado a veces, ardiente de deseo, con ansias de libertad la mayoría del tiempo, que se lanza a una relación complicada con el alcohol, en permanente lucha con su ser, dispuesto a llegar al límite, como cuando compite en una carrera mortal en la carretera con su coche seguido por otro auto, el acelerador pisado a fondo, hasta que su competidor termina estrellado. Y el joven, sonriente, se marcha satisfecho, con un “eso mereces” en la cabeza. Luego a casa de un amigo, piscina, chicas, alcohol, rock and roll, drogas y sexo.
Margarita Bermúdez cree que en parte ese chico perturbado está inspirado en el mismo autor. Ella está releyendo la novela y le sorprende algunas similitudes que encuentra con el hombre que la acompañó durante 60 años. “Me encanta el lenguaje tan padre, tan suelto y hermoso de la novela, porque así lo trabajó con José Arreola. Estábamos recién casados. Me parece un libro muy innovador que baja a la realidad de las familias de ese tiempo, familias que no hablaban. Y el pobre chavo ya no sabe qué hacer. Él [José Agustín] debe de haber estado un poco así, como el personaje, pero como tenía tanta creatividad lo sabía manejar. Creo que este personaje es un poco él”, afirma. Su hijo cuenta que la obra fue escrita en pleno duelo de Agustín por la muerte de su madre y su hermana. Duelo, pérdida y furia. “Por eso el muchacho está tan enojado y tan azotado, porque perdió el escritor a su madre. Esa es una interpretación que hacemos”, dice Ramírez. “A pesar de eso tenía una gran fortaleza y yo creo que en eso yo le ayudé, al estar juntos”, afirma Bermúdez. El hijo dice de su padre que no quería ser un niño burgués aburrido, por eso se marchó a Cuba con la revolución recién conquistada para entrar a una “realidad muy difícil, pero a la vez muy humana”, que marcaría su vida.
En los recuerdos de la familia quedan aquellas largas horas en las noches cuando José Agustín se encerraba con sus imágenes y ansias de creación. El clac, clac interminable hasta entrada la madrugada, esas horas que eran su momento propio, egoísta en el sentido de horas especiales para buscar la perfección en un texto. Un trabajo arduo que la familia ha querido honrar este año con la edición especial de La tumba, un homenaje a aquel joven lleno de rebeldía y ansias de libertad que quería comerse el mundo, pero sobre todo triunfar en ese espacio de las letras, tan difícil de penetrar.
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Y qué mejor homenaje para Agustín que presentar esta hermosa edición de su primera novela en Guadalajara, la ciudad mexicana en la que nació. El libro cuenta con una introducción de la escritora mexicana Brenda Navarro, para quien Agustín está entre las listas de escritores de México que la han influenciado. El libro es, además, un diálogo entre amigos, familiares y escritores cercanos a Agustín o fascinados con su literatura, con textos de la poeta Elsa Cross, el autor Enrique Serna, Sara Sefchovich, Margarita Dalton (con quien Agustín se casó muy joven para que ella pudiera viajar a Cuba, con el ansia revolucionaria púber de querer cambiar el mundo) o de su esposa, Margarita Bermúdez, con quien convivió durante 60 años y le sobrevive.
¿Cómo era entonces aquella relación de padre, escritor e hijo editor? “Lo empecé a editar a los 21 años, en 1995, con el libro Dos horas de sol, que publicamos en Six Barral. Yo trabajaba en ese momento en ese grupo y desde entonces fue una aventura increíble. Era una relación singular, porque la relación familiar era ineludible en todo momento, pero poco a poco se fue dando la relación autor editor. Fue una relación compleja, interesante y divertida, siempre con mucho respeto, porque mi papel siempre ha sido ese. Claro, le iba sugiriendo cosas y cambios, pero al ser un autor muy formado en ese momento, con 10 libros publicados, sabía muy bien su jugada. Había poco en qué ayudarle. Seguro que hubo algún momento delicado, algún pequeño desencuentro, pero nunca significativo la verdad. Siempre había mucho respeto por el trabajo del otro”, explica Ramírez en entrevista en el salón que Alfaguara ha abierto para la entrevista con autores en la FIL.
La tumba narra la historia de un joven de clase media alta mexicana de mediados de los años sesenta del pasado siglo. Es un joven perturbado, rebelde, no solo dispuesto a sacarle canas a su viejo o atormentar a su madre, sino con un interés verdadero de destrozarles la vida. Es joven que va a la deriva, atormentado por demonios internos, malvado a veces, ardiente de deseo, con ansias de libertad la mayoría del tiempo, que se lanza a una relación complicada con el alcohol, en permanente lucha con su ser, dispuesto a llegar al límite, como cuando compite en una carrera mortal en la carretera con su coche seguido por otro auto, el acelerador pisado a fondo, hasta que su competidor termina estrellado. Y el joven, sonriente, se marcha satisfecho, con un “eso mereces” en la cabeza. Luego a casa de un amigo, piscina, chicas, alcohol, rock and roll, drogas y sexo.
Margarita Bermúdez cree que en parte ese chico perturbado está inspirado en el mismo autor. Ella está releyendo la novela y le sorprende algunas similitudes que encuentra con el hombre que la acompañó durante 60 años. “Me encanta el lenguaje tan padre, tan suelto y hermoso de la novela, porque así lo trabajó con José Arreola. Estábamos recién casados. Me parece un libro muy innovador que baja a la realidad de las familias de ese tiempo, familias que no hablaban. Y el pobre chavo ya no sabe qué hacer. Él [José Agustín] debe de haber estado un poco así, como el personaje, pero como tenía tanta creatividad lo sabía manejar. Creo que este personaje es un poco él”, afirma. Su hijo cuenta que la obra fue escrita en pleno duelo de Agustín por la muerte de su madre y su hermana. Duelo, pérdida y furia. “Por eso el muchacho está tan enojado y tan azotado, porque perdió el escritor a su madre. Esa es una interpretación que hacemos”, dice Ramírez. “A pesar de eso tenía una gran fortaleza y yo creo que en eso yo le ayudé, al estar juntos”, afirma Bermúdez. El hijo dice de su padre que no quería ser un niño burgués aburrido, por eso se marchó a Cuba con la revolución recién conquistada para entrar a una “realidad muy difícil, pero a la vez muy humana”, que marcaría su vida.
En los recuerdos de la familia quedan aquellas largas horas en las noches cuando José Agustín se encerraba con sus imágenes y ansias de creación. El clac, clac interminable hasta entrada la madrugada, esas horas que eran su momento propio, egoísta en el sentido de horas especiales para buscar la perfección en un texto. Un trabajo arduo que la familia ha querido honrar este año con la edición especial de La tumba, un homenaje a aquel joven lleno de rebeldía y ansias de libertad que quería comerse el mundo, pero sobre todo triunfar en ese espacio de las letras, tan difícil de penetrar.
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