Lola Tórtola: “El éxito sería poder echarme la siesta todos los días”

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No la conozco, pero, nada más enterarme de la concesión de su premio, le envío un mensaje por Instagram y me responde, gentilísima, a los 10 minutos desde el hospital Gómez Ulla. Aunque estudió la carrera en su Murcia natal, es en este centro público de Madrid donde trabaja y se forma como residente de segundo año en una especialidad, la cirugía plástica, estética y reparadora, tan demandada por los médicos recién graduados que se precisa una nota altísima para conseguir plaza. Tórtola accede de inmediato a la entrevista, hace un hueco en su endiablada agenda de guardias y estudios y viene ella misma a la redacción de EL PAÍS, en el otro extremo de la ciudad, para facilitar el encuentro. Sabe que su perfil, una combinación entre poeta laureada y futura cirujana plástica, es irresistible para los periodistas y está decidida a aprovechar su momento para darle alas a su obra.

¿Qué puesto sacó en el examen del MIR?

El 216, de más de 110.000 graduados en Medicina que se presentaron en mi año.

¿Siempre ha sido tan lumbreras?

Bueno, sería ridículo decir que no, pero no fui la número 1 de mi promoción. Durante la carrera, además de estudiar, escribí y viví, estuve en Roma de Erasmus, lo pasé muy bien. Pero el año del MIR me dediqué solo a estudiar y tuve suerte. Estaba en casa de mis padres, no tuve que trabajar mientras estudiaba, tuve una serie de privilegios que otros no tienen.

¿Por qué se justifica?

[silencio]. Buena pregunta. Pues porque siento que debo justificarme. Creo que el, digamos, elitismo, el ser punta de lanza en algo como esto no se suele conseguir solo por uno mismo. Estudié a base de becas, soy producto de la educación pública, mi madre, que es profesora de Lengua, limpiaba y cuidaba de otros y daba clases particulares para que sus hijas pudiéramos ser lo que quisiéramos.

¿Fue una niña letraherida?

Fíjate que no. Mi madre, incluso, estaba medio enfadada porque creía que no había logrado trasmitirnos su amor por la lectura. Pero, de adolescente, empecé a buscar y leer poesía a escondidas en el ordenador, porque me daba vergüenza.

Ni que estuviera viendo porno duro.

Para mí era peor que eso. Me parecía que era algo pedante e intelectualmente elitista. Yo decía que estaba estudiando y, si mi madre entraba en el cuarto, la escondía. Lo primero que leí fue a Gil de Biedma. Luego, mi madre me pilló leyendo un libro de Borges. Cuando leí su primer cuento me quedé tan maravillada que dije yo me tengo que dedicar a esto. Tenía 15 años.

Entonces, ¿la medicina es su plan B?

Bueno, también estaba obsesionada con la cirugía. Yo quiero escribir, pero, para escribir tengo que vivir, para mí la experiencia es lo más importante, y pensé que la medicina me daría un conocimiento de la condición humana. Además, me gusta trabajar con las manos. Y reconstruir el cuerpo tiene algo de artesano, como la poesía. De hecho, hay toda una poética del cuerpo.

La cirugía plástica y la poesía buscan la belleza.

Esa es la conexión fácil. Pero, sí. La belleza es aquello que no puedes dejar de recordar, y, yo, más que escribir, maquino poesía. Escribo porque no puedo no escribir, es inevitable. Si pudiera evitarlo, me dedicaría a mi trabajo tan feliz, pero no puedo dejar de pensar, ir por la calle, o estar operando, si la operación no es complicada, que se me aparezcan dos palabras y que no pueda dejar de pensar hasta que encuentro otros versos, otras palabras que encajen, y se forma un poema. Entonces, cuando lo recuerdo, es cuando me siento y lo escribo. No antes. Pero para eso hace falta mucho tiempo y una vida no muy ocupada, lo que no es mi caso ahora mismo.

¿Qué opina de quienes, como el cirujano Pedro Cavadas, dicen que los médicos jóvenes solo quieren tener vacaciones?

Les invitaría a pasar una guardia de 24 horas conmigo y volver a casa con mis compañeros de piso compartido, casi sin luz, sin espacio ni tiempo para poder compartir la vida con la gente a la que quieres. Antes te decía que no me siento a escribir, pero es que es literal: en mi cuarto de piso compartido no tengo una mesa con una ventana donde entre la luz y poder escribir. Y lo peor es que eso es difícil que cambie, incluso con los 30.000 euros del premio.

Muchos de sus colegas admiten que eligen la especialidad de Dermatología o Cirugía Plástica para forrarse en la sanidad privada.

Y lo puedo entender. No es mi caso. Yo quiero trabajar en la sanidad pública y ojalá nunca tenga que renunciar a ella, porque de verdad que es lo que me gusta y por convicción. Yo a lo público le debo todo y quiero devolverle de alguna manera a la sociedad lo que me ha dado.

Lola Tórtola posa con una pluma, aunque no suele escribir, ni a mano ni en ningún teclado, hasta que no tiene el verso claro en su mente.

En su poema ‘A nuestro panteón en crisis’ pasa revista a las posibles nuevas deidades de su generación. ¿Echa en falta clavos a los que agarrarse?

Yo sí, y mis amigos, y la gente de mi edad. Me encantaría pensar que el ser humano no necesita la conciencia de algo superior, pero, yo, sí. Los dioses antiguos, el monoteísta y los politeístas, están completamente destruidos y estamos continuamente intentando reemplazarlos con algo: el consumo, las redes sociales, el scroll infinito del móvil. Al final, es el capitalismo el dios real al que adoramos, no podemos escapar ni dejar de rendirle culto porque nos excluimos de la sociedad.

Una de esas nuevas deidades que cita es la fluoxetina, un antidepresivo. ¿Los conoce bien?

Yo nunca los he tomado, pero tengo muchos amigos que sí. No hay que demonizarlos, pero el que, de forma sistemática, tantos jóvenes tengamos que tomarlos es muy preocupante y creo que habría que echarles un vistazo a las razones. Las condiciones laborales precarias, la inexistente justicia social, la falta de tiempo y espacio en la calle para tener vida social, relacionarte, para crear vínculos con las personas, todo eso influye.

Si es difícil establecer vínculos, ¿del amor ni hablamos?

Con el ritmo de vida que impone el capitalismo es muy difícil encontrar y mantener el amor. No solo el de la pareja, sino el de los amigos, el de la familia, el del prójimo. Para eso hace falta tiempo, cuidado y dedicación. Estamos absolutamente fusionados con el amor, todas las películas y las narrativas actuales se dirigen a eso, a ser queridos, pero no estamos yendo a la raíz del problema. Es mucho más exitoso tener docenas de contactos superficiales que tener cuatro profundos.

¿Qué es entonces para usted el éxito?

Para mí el éxito es poder echarme la siesta todos los días. Con un sueldo y una vivienda y un trabajo y una vida digna. Ese es el verdadero lujazo. Mira, esa es mi pequeña rebelión contra el capitalismo. Echarme la siesta siempre que puedo.

Dicen que la alegría es revolucionaria.

Estoy absolutamente de acuerdo, y me jode que me lo digas, porque este libro mío es poco alegre. No sé por qué, siendo yo una disfrutona de la vida, me sale este tono elegíaco. Me lo he preguntado mucho y la respuesta la tiene el poeta Francisco Brines. Como él, amo tanto la vida que me da rabia que vaya pasando. Tengo nostalgia anticipada.

¿Qué le parece las chicas que se gastan sus primeros sueldos en aumentarse los pechos?

Que no hay que culpar a esas chicas, sino a quienes nos han impuesto esos modelos de belleza tan estrechos, tan uniformes, tan clónicos, en los que no cabe casi nadie.

¿Usted se haría algo?

No, bastante hago con lavarme la cara y echarme rímel por las mañanas. Pero eso no me hace mejor ni peor, ni juzgo a quién lo hace.

¿Tiene versos rondándole ahora por la cabeza?

Claro, hay muchas notas, pero, como estoy trabajando muchísimo, lo que estoy haciendo es leer, leer, releer mucho. Tardé 6 años en hacer este libro, y tuve que parar uno entero sin tocarlo, para olvidarlo y poder rescatar lo que recordaba. Esa es mi prueba de que un poema es bueno.

Con un libro cada 6 años no se va a hacer rica.

Bueno, Claudio Rodríguez tardaba 10, ¿quién soy yo para tardar menos?

A este paso, acabará antes el MIR. ¿Le voy pidiendo hora para un lifting?

[ríe] Me niego. Hago objeción de conciencia.

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