Jess_Carroll
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En tu diaria tarea de mandadero, no tienes claro si lo más raro que recuerdas en la tienda de Catalina fueron las bolsitas de champú Sindo o el tomate frito Intercasa. Aunque por alambique, la modernidad alimentaria iba llegando a las tiendas del pueblo: fuagrás, conserva de caballa con tomate, mortadela Mina en lata cilíndrica… En postres, el flan Potax, llamado por antonomasia «postre ideal», tomado de la publicidad del envase –«Flan Potax, el postre ideal»– seguía mandando junto a las latas de melocotón en almíbar, la carne de membrillo y los higos secos y blancos –¿con qué los blanqueaban?–, que tan buena liga hacían con nueces, bellotas y castañas. En las tiendas que vendían frutas o en las fruterías, en este tiempo, peros, moniatos, caquis, granadas, quizá plátanos, las primeras naranjas pintonas, algún melón tardío y pare usted de contar. Y en los setenta, la piña tropical habitó entre nuestros platos tribales. Lo raro, es un decir, empezó a llegar no hace tanto tiempo a las tiendas de tu memoria. Hoy, cuando vas al supermercado o a cualquier frutería, te asombras de cuántas cosas «raras» hay para comprar. La globalización, dicen. La marea que sea nos trajo desde nuestros campos y desde campos lejanos y aun extranjeros, lo más variado en postres y en fruta en general. Te asombran los mangos –ese exquisito bocado de oro–, las chirimoyas, que tienen algo lácteo en su carne blanca y algo de bolsa de canicas en su semilla, las bananas, los kiwis, los aguacates, tan útiles en cualquier plato en la cocina… Nadie podía imaginar en la tribu que un día probaría esos productos, ni que fueran a resultarles imprescindibles. Y miras el esplendor amariblanco de las endibias, que tanto saben de la «noche oscura», la rizada cabellera –toda cabeza– de las escarolas, el amargor picante del jengibre, y más rarezas: pitaya, lichi, rambután, carambola, la maloliente durián… Muchas de esas frutas hallaron casa en nuestro campo, donde la tierra fue haciéndose a plantaciones y cultivos forasteros, y casi siempre esa tierra supo darnos buenos frutos, como si fuera una generosa madre de alquiler. Como lo fue con el tomate, las papas, el maíz, el tabaco… La madre tierra lo es de todas las semillas que se le acerquen pidiéndole vida. Y lo que en principio era raro, en ella, pasa a ser lo habitual, en cuanto empieza a amamantar criaturas.
Antonio García Barbeito: Lo raro
La madre tierra lo es de todas las semillas que se le acerquen pidiéndole vida
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