vidal63
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Cuando era niña Liz Moore se perdió en las montañas de Adirondack, al noreste del Estado de Nueva York, un lugar inmenso lleno de belleza, bosques interminables, lagos transparentes, cuevas y peligros. Caminaba con su madre, una mujer conocedora de la zona y que nunca le dijo que estuvieran perdidas; al final encontraron el camino de vuelta. Casi cuatro décadas después, Moore regresa a aquellas tierras donde sus ancestros se establecieron a finales del siglo XIX y donde mantiene una cabaña de vacaciones para situar El dios de los bosques, una ficción criminal de amplio calado con la que se ha vuelto a situar en lo alto de las listas de ventas en Estados Unidos. “Es un lugar rural, remoto, único, pero también un sitio donde todo puede salir mal fácilmente”, cuenta por videollamada desde su nueva oficina en Filadelfia. “He estado trabajando en casa durante cuatro años y necesitaba un espacio. Me acabo de mudar”, añade para justificar el desbarajuste que se intuye a sus espaldas.
La manera sencilla, quizás simple, de definir El dios de los bosques (AdN, traducción de Javier Calvo) sería la siguiente: una novela negra sobre la desaparición de una joven (Bárbara, de 13 años, hija de un matrimonio roto, parte de una riquísima dinastía de la zona, los Van Laar) en un campamento de verano propiedad de su familia. Y ese suceso está presente, y de qué manera, desde las primeras páginas. Sin embargo, a través de un relato fragmentado en lo temporal (de junio a agosto de 1975 y vibrantes miradas al pasado) y con voces múltiples la autora transmite mucho más. “Al principio solo tenía la idea de una familia poderosa, en lo alto de una colina, en esa zona. Al empezar a escribir siempre me digo: ‘Esta será mi novela de 250 páginas’. Sin embargo, luego intento entender a los personajes y por qué son como son y todo se dispara. En este caso, cuando se me ocurrió que hubiera una segunda desaparición, ya supe que iba a ser una historia larga”. Se refiere Moore (Boston, 41 años) al otro misterio del libro: los padres de Barbara, Peter Tercero y Alice, ya perdieron a su primer hijo ocho años antes. Desapareció una tarde mientras ellos se emborrachaban con sus amigos en su mansión y nunca más se supo. El caso se cerró en falso gracias al poder de una familia más interesada en mantener su imagen que en saber la verdad. Y ese pasado regresa.
Después de El largo río de las almas (AdN), un policial clásico y poderoso sobre la crisis de los opiáceos, Moore no estaba interesada en volver al procedimental. De hecho, la detective Judyta, voz llena de potencia que guía al lector por la novela, aparece más allá de la página 170. “Al principio no tenía intención de incluir a ningún policía, pero me di cuenta de que necesitaba acceder a cierta información que era imposible si no tenía un personaje así. Judyta representa a las pioneras de la época, las primeras agentes, y pronto pasó a convertirse en un personaje con el que disfruté”. Adolescentes y distintas mujeres en situaciones difíciles, machacadas por el sexismo y los abusos de sus parejas o compañeros de trabajo, pueblan diversos planos de la novela. No tienen nada que ver con ella, asegura, pero sí con su abuela, una mujer apasionada por las ciencias, sobresaliente en los estudios, pero que nunca pudo ejercer su verdadera vocación; una mujer de la época de Alice, la madre de Barbara, el verdadero misterio de El dios de los bosques. El psicópata fugado de la cárcel que merodea cerca del campamento se basa en uno que atemorizó a la niña Moore. Realidad y ficción mezcladas por capas.
Moore enseña escritura creativa en la universidad de Temple, en Filadelfia, donde vive con su familia. Sus alumnos saben que no es partidaria de politizar la ficción. “Siempre les digo que si haces un personaje con el que quieras establecer un punto de vista político va a ser un personaje unidimensional, como una marioneta. Es imposible ser apolítico con todo lo que está pasando, pero nunca pienso: ‘Esta va a ser mi novela sobre la corrupción policial, la que se centre en la desigualdad”, explica ayudada por una mirada de ojos gris claro, casi transparentes.
Seguro que sus alumnos quieren saber el secreto para conseguir que estructuras tan ambiciosas y complejas cuadren dentro de un relato que fluye solo. Moore asegura que no tiene plan y que cuando encuentra un final como el de El dios de los bosques tiene que volver atrás para ir haciendo que todo cuadre y que los personajes tengan sentido y caminen hacia ese destino. “Es un proceso muy largo. Por eso cada novela me lleva cuatro años, pero sé que es lo único que me funciona”.
La trayectoria de Moore no empezó en la escritura, sino en la música: fue dependienta en una tienda de discos y guitarra en un grupo de folk indie. Esa parte de su vida la cuenta en The Words of Every Sound (2007), su debut en la ficción, el momento en el que descubre que aquello que le llena de energía es la literatura y no la música. La novela, como las dos siguientes, recibió buenas críticas, pero sus ventas fueron más modestas. Gran lectora de novela negra (Dennis Lehane, Tana French o S. A. Cosby están entre sus favoritos contemporáneos), fue con la cuarta, El Largo río de las almas, cuando se metió de lleno en el género y se coló en las listas de los más vendidos. “Estoy contenta con mi trayectoria y me alegro de no haber tenido éxito de la noche a la mañana”, comenta cuando se le pregunta por cómo ha cambiado su vida desde que Barack Obama eligió su novela como su preferida del año y Oprah Winfrey la incluyó en su club de lectura. “Cuando empecé a vender más ya sabía cómo era la industria y ese camino me libró de estar obligada a escribir la literatura más popular posible. Hago los libros que quiero y tener esas ventas me permite seguir haciéndolo”, remata. Escribir El dios de los bosques podría haber sido un problema, un síndrome de la segunda novela (esa parálisis creativa que surge tras un debut exitoso) trasladado a la quinta, pero Moore ya la tenía bien avanzada cuando empezaron a venderse traducciones y a agotarse ediciones.
¿Qué nos puede contar de su siguiente libro? “Nada, no lo he hablado ni siquiera con mi editora”, se cierra en banda. Sí aprovecha, sin embargo, para hacer una breve presentación de la adaptación a televisión de su cuarta novela, producción en la que participa como cocreadora y coguionista y que se estrenará en 2025 (en España se podrá ver en Movistar+). Tendremos que esperar unos cuantos años más para ver desde qué nuevo ángulo revienta las fronteras de la novela negra.
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La manera sencilla, quizás simple, de definir El dios de los bosques (AdN, traducción de Javier Calvo) sería la siguiente: una novela negra sobre la desaparición de una joven (Bárbara, de 13 años, hija de un matrimonio roto, parte de una riquísima dinastía de la zona, los Van Laar) en un campamento de verano propiedad de su familia. Y ese suceso está presente, y de qué manera, desde las primeras páginas. Sin embargo, a través de un relato fragmentado en lo temporal (de junio a agosto de 1975 y vibrantes miradas al pasado) y con voces múltiples la autora transmite mucho más. “Al principio solo tenía la idea de una familia poderosa, en lo alto de una colina, en esa zona. Al empezar a escribir siempre me digo: ‘Esta será mi novela de 250 páginas’. Sin embargo, luego intento entender a los personajes y por qué son como son y todo se dispara. En este caso, cuando se me ocurrió que hubiera una segunda desaparición, ya supe que iba a ser una historia larga”. Se refiere Moore (Boston, 41 años) al otro misterio del libro: los padres de Barbara, Peter Tercero y Alice, ya perdieron a su primer hijo ocho años antes. Desapareció una tarde mientras ellos se emborrachaban con sus amigos en su mansión y nunca más se supo. El caso se cerró en falso gracias al poder de una familia más interesada en mantener su imagen que en saber la verdad. Y ese pasado regresa.
Después de El largo río de las almas (AdN), un policial clásico y poderoso sobre la crisis de los opiáceos, Moore no estaba interesada en volver al procedimental. De hecho, la detective Judyta, voz llena de potencia que guía al lector por la novela, aparece más allá de la página 170. “Al principio no tenía intención de incluir a ningún policía, pero me di cuenta de que necesitaba acceder a cierta información que era imposible si no tenía un personaje así. Judyta representa a las pioneras de la época, las primeras agentes, y pronto pasó a convertirse en un personaje con el que disfruté”. Adolescentes y distintas mujeres en situaciones difíciles, machacadas por el sexismo y los abusos de sus parejas o compañeros de trabajo, pueblan diversos planos de la novela. No tienen nada que ver con ella, asegura, pero sí con su abuela, una mujer apasionada por las ciencias, sobresaliente en los estudios, pero que nunca pudo ejercer su verdadera vocación; una mujer de la época de Alice, la madre de Barbara, el verdadero misterio de El dios de los bosques. El psicópata fugado de la cárcel que merodea cerca del campamento se basa en uno que atemorizó a la niña Moore. Realidad y ficción mezcladas por capas.
Moore enseña escritura creativa en la universidad de Temple, en Filadelfia, donde vive con su familia. Sus alumnos saben que no es partidaria de politizar la ficción. “Siempre les digo que si haces un personaje con el que quieras establecer un punto de vista político va a ser un personaje unidimensional, como una marioneta. Es imposible ser apolítico con todo lo que está pasando, pero nunca pienso: ‘Esta va a ser mi novela sobre la corrupción policial, la que se centre en la desigualdad”, explica ayudada por una mirada de ojos gris claro, casi transparentes.
Seguro que sus alumnos quieren saber el secreto para conseguir que estructuras tan ambiciosas y complejas cuadren dentro de un relato que fluye solo. Moore asegura que no tiene plan y que cuando encuentra un final como el de El dios de los bosques tiene que volver atrás para ir haciendo que todo cuadre y que los personajes tengan sentido y caminen hacia ese destino. “Es un proceso muy largo. Por eso cada novela me lleva cuatro años, pero sé que es lo único que me funciona”.
La trayectoria de Moore no empezó en la escritura, sino en la música: fue dependienta en una tienda de discos y guitarra en un grupo de folk indie. Esa parte de su vida la cuenta en The Words of Every Sound (2007), su debut en la ficción, el momento en el que descubre que aquello que le llena de energía es la literatura y no la música. La novela, como las dos siguientes, recibió buenas críticas, pero sus ventas fueron más modestas. Gran lectora de novela negra (Dennis Lehane, Tana French o S. A. Cosby están entre sus favoritos contemporáneos), fue con la cuarta, El Largo río de las almas, cuando se metió de lleno en el género y se coló en las listas de los más vendidos. “Estoy contenta con mi trayectoria y me alegro de no haber tenido éxito de la noche a la mañana”, comenta cuando se le pregunta por cómo ha cambiado su vida desde que Barack Obama eligió su novela como su preferida del año y Oprah Winfrey la incluyó en su club de lectura. “Cuando empecé a vender más ya sabía cómo era la industria y ese camino me libró de estar obligada a escribir la literatura más popular posible. Hago los libros que quiero y tener esas ventas me permite seguir haciéndolo”, remata. Escribir El dios de los bosques podría haber sido un problema, un síndrome de la segunda novela (esa parálisis creativa que surge tras un debut exitoso) trasladado a la quinta, pero Moore ya la tenía bien avanzada cuando empezaron a venderse traducciones y a agotarse ediciones.
¿Qué nos puede contar de su siguiente libro? “Nada, no lo he hablado ni siquiera con mi editora”, se cierra en banda. Sí aprovecha, sin embargo, para hacer una breve presentación de la adaptación a televisión de su cuarta novela, producción en la que participa como cocreadora y coguionista y que se estrenará en 2025 (en España se podrá ver en Movistar+). Tendremos que esperar unos cuantos años más para ver desde qué nuevo ángulo revienta las fronteras de la novela negra.
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