graham.alysson
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Si hay escritores con el don de la oportunidad, Leonardo Cano (Murcia, 47 años) ha demostrado que es uno de ellos. Siete años después de debutar con La edad media, novela con vocación generacional que fue finalista del premio Premier Roman de Chambéry a la mejor primera novela europea, vuelve con Esto es el núcleo (Galaxia Gutemberg), una novela de ciencia ficción. Aunque madurada durante esos siete años, el libro no puede acudir más puntual a la cita con el presente: en la novela, un hombre que ha contribuido a desarrollar el algoritmo más importante de un futuro cercano bucea en sus recuerdos antes de transferir su consciencia al medio digital, que es la forma con la que la humanidad ha alcanzado una suerte de inmortalidad, una “vida definitiva”. Inteligencias artificiales, programas basados en redes neuronales, metaverso, Neuralink, implantes cerebrales, la cuestión del género, la reacción política de quienes han sido “postergados” por la tecnología… todo eso confluye en un libro que ha sido galardonado con el LV Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro y que camina una senda de ficción científica que, a buen seguro, muchos escritores seguirán en los próximos años. Una novela que, sin embargo, guarda un núcleo (nunca mejor dicho) tras ese caparazón de ciencia ficción: un thriller en el que vamos entendiendo cómo su protagonista busca, en realidad, algo muy humano.
Pregunta. ¿Siete años no son muchos entre novela y novela? ¿Qué ha hecho todo este tiempo?
Respuesta. Escribir (ríe). Y fundar una escuela de escritura creativa en Murcia. Club Renacimiento.
P. ¿Y ese nombre?
R. La fundé con Miguel Ángel Hernández. Somos Miguel Ángel y Leonardo, no podía llamarse de otra forma (ríe). Pero sí, creo que soy un escritor lento. Me gusta madurar mucho las ideas.
P. En ese tiempo hay escritores que sacan muchos libros.
R. Bueno, yo cuando veo los discos, las películas y los libros de los autores que sacan muchos al año, pienso que eso debe tener poco trabajo detrás (ríe). Pero si veo que hay seis años detrás, creo que será buenísima. Es un prejuicio, claro. Pero soy así: trabajo mucho antes de escribir, tomo muchas notas, reflexiono sobre ellas y luego trabajo a partir de borradores. Es decir, me gusta ver un borrador, leérmelo, pensar cómo mejorarlo, hacer otra versión y otra versión y otra versión, hasta que creo que lo que llega al lector es la mejor versión posible.
P. ¿Eso es como un cuadro, que no se termina, sino que se abandona, o realmente llega a un punto en el que dice: estoy satisfecho?
R. Creo que era Borges el que decía que publicar era dejar de corregir. Yo corrijo hasta el final, pero es verdad que llega un punto en el que tú crees que eso está casi hecho, y te sucede eso que decía Oscar Wilde: he pasado toda la tarde para poner una coma que al día siguiente he quitado. Entonces, está acabada.
P. La novela no puede ser más actual. ¿Fue añadiendo temas o lo tenía pensado desde el principio?
R. Puede parecer raro, pero la tenía en la cabeza desde el comienzo. Hace ocho años, la inteligencia artificial era algo que me obsesionaba. Recuerdo que en el primer borrador salía una cosa que era el GPT, el procesamiento de lenguaje natural. Cuando lo escribí pensé: no sé si quitarlo porque la gente no lo va a entender. También hablaba de Geoffrey Hinton, el padre de la IA… y ahora le han dado el premio Nobel.
P. ¿Qué referentes de ciencia ficción ha manejado para la novela?
R. Cuando escribo me alejo de otras novelas que puedan tratar el mismo tema que yo. Ya sé que, como decía Eugenio D’Ors, todo lo que no es tradición es plagio, pero he intentado mantenerle lejos de influencias evidentes.
P. ¿Nada de ciencia ficción, entonces?
R. Hay alguna película, claro, como Her, como Ex Machina, alguna novela como el Cero K de Don Delillo, pero en realidad lo que he hecho es leer un montón de artículos sobre deep learning, sobre transhumanismo, la newsletter del MIT… descubrí que tenía un primo segundo experto en inteligencia artificial con el que empecé a hablar y vi que podía más o menos llegar a entender todo eso. Pero en cuanto a referentes literarios, en realidad mi tratamiento es el de mis sospechosos habituales: Michelle Houellebecq, Don Delillo, Virginie Despentes, Marguerite Duras… ese tipo de gente que habla sobre lo que les inquieta, sobre lo que sospechan que hay detrás de la vida que se ve a simple vista.
P. ¿Cree que la literatura nos pide ir por un poco esta vertiente de ciencia ficción? ¿Deben los escritores escrutar este presente que cambia a pasos agigantados?
R. El futuro cada vez se parece más a la ciencia ficción. Las cosas que podemos pensar que sucedan dentro de cinco o diez años son… magia. Hay una frase del científico Edward Wilson que dice que nuestro problema es que tenemos sentimientos paleolíticos, instituciones medievales y tecnología de dioses. La tecnología que tenemos ahora, en 20 años será paleolítica.
P. ¿Se siente cómodo en la etiqueta de distópico?
R. No, yo siempre soy optimista. Mi novela va un poco en otra dirección, pero soy optimista en cuanto a la tecnología y en cuanto al futuro. Las cosas cambian. Hay cosas que vemos con preocupación, pero quizá la gente que está encerrada en su casa dentro del metaverso es… feliz. Al final, la distopía está dentro de uno mismo, es cómo uno sepa lidiar con los avances tecnológicos y con el futuro. Si hace 30 años dices que hoy hay gente que vive en su casa viendo series, pidiendo comida a domicilio y escribiendo en las redes, pues muchos hubieran dicho que el presente es distópico.
P. O pagando con bitcoins.
R. Los bitcoins son un regalo que le ha dado Dios a los nerds por todos los palos que se han llevado en su vida.
P. Mucha tecnología, pero el núcleo de la novela tiene mucho que ver con la relación del protagonista y su hija.
R. Hay un remordimiento del personaje, que ha dejado aparte su labor como padre para poder conseguir un logro prodigioso para la humanidad. Es un tema que me apasiona. Recuerdo que leí las declaraciones de la primera mujer de Stephen Hawking, en las que decía que él había sido muy cruel con ella. La palabra que usó fue cruel. Y yo pensé, seguramente habrá un montón de hombres y mujeres en el mundo que habrán sido fatales seres humanos, pero que habrán logrado cosas que nos hacen mejores. Es una contradicción… inquietante. Y hay que explotarla.
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Pregunta. ¿Siete años no son muchos entre novela y novela? ¿Qué ha hecho todo este tiempo?
Respuesta. Escribir (ríe). Y fundar una escuela de escritura creativa en Murcia. Club Renacimiento.
P. ¿Y ese nombre?
R. La fundé con Miguel Ángel Hernández. Somos Miguel Ángel y Leonardo, no podía llamarse de otra forma (ríe). Pero sí, creo que soy un escritor lento. Me gusta madurar mucho las ideas.
P. En ese tiempo hay escritores que sacan muchos libros.
R. Bueno, yo cuando veo los discos, las películas y los libros de los autores que sacan muchos al año, pienso que eso debe tener poco trabajo detrás (ríe). Pero si veo que hay seis años detrás, creo que será buenísima. Es un prejuicio, claro. Pero soy así: trabajo mucho antes de escribir, tomo muchas notas, reflexiono sobre ellas y luego trabajo a partir de borradores. Es decir, me gusta ver un borrador, leérmelo, pensar cómo mejorarlo, hacer otra versión y otra versión y otra versión, hasta que creo que lo que llega al lector es la mejor versión posible.
P. ¿Eso es como un cuadro, que no se termina, sino que se abandona, o realmente llega a un punto en el que dice: estoy satisfecho?
R. Creo que era Borges el que decía que publicar era dejar de corregir. Yo corrijo hasta el final, pero es verdad que llega un punto en el que tú crees que eso está casi hecho, y te sucede eso que decía Oscar Wilde: he pasado toda la tarde para poner una coma que al día siguiente he quitado. Entonces, está acabada.
P. La novela no puede ser más actual. ¿Fue añadiendo temas o lo tenía pensado desde el principio?
R. Puede parecer raro, pero la tenía en la cabeza desde el comienzo. Hace ocho años, la inteligencia artificial era algo que me obsesionaba. Recuerdo que en el primer borrador salía una cosa que era el GPT, el procesamiento de lenguaje natural. Cuando lo escribí pensé: no sé si quitarlo porque la gente no lo va a entender. También hablaba de Geoffrey Hinton, el padre de la IA… y ahora le han dado el premio Nobel.
P. ¿Qué referentes de ciencia ficción ha manejado para la novela?
R. Cuando escribo me alejo de otras novelas que puedan tratar el mismo tema que yo. Ya sé que, como decía Eugenio D’Ors, todo lo que no es tradición es plagio, pero he intentado mantenerle lejos de influencias evidentes.
P. ¿Nada de ciencia ficción, entonces?
R. Hay alguna película, claro, como Her, como Ex Machina, alguna novela como el Cero K de Don Delillo, pero en realidad lo que he hecho es leer un montón de artículos sobre deep learning, sobre transhumanismo, la newsletter del MIT… descubrí que tenía un primo segundo experto en inteligencia artificial con el que empecé a hablar y vi que podía más o menos llegar a entender todo eso. Pero en cuanto a referentes literarios, en realidad mi tratamiento es el de mis sospechosos habituales: Michelle Houellebecq, Don Delillo, Virginie Despentes, Marguerite Duras… ese tipo de gente que habla sobre lo que les inquieta, sobre lo que sospechan que hay detrás de la vida que se ve a simple vista.
P. ¿Cree que la literatura nos pide ir por un poco esta vertiente de ciencia ficción? ¿Deben los escritores escrutar este presente que cambia a pasos agigantados?
R. El futuro cada vez se parece más a la ciencia ficción. Las cosas que podemos pensar que sucedan dentro de cinco o diez años son… magia. Hay una frase del científico Edward Wilson que dice que nuestro problema es que tenemos sentimientos paleolíticos, instituciones medievales y tecnología de dioses. La tecnología que tenemos ahora, en 20 años será paleolítica.
P. ¿Se siente cómodo en la etiqueta de distópico?
R. No, yo siempre soy optimista. Mi novela va un poco en otra dirección, pero soy optimista en cuanto a la tecnología y en cuanto al futuro. Las cosas cambian. Hay cosas que vemos con preocupación, pero quizá la gente que está encerrada en su casa dentro del metaverso es… feliz. Al final, la distopía está dentro de uno mismo, es cómo uno sepa lidiar con los avances tecnológicos y con el futuro. Si hace 30 años dices que hoy hay gente que vive en su casa viendo series, pidiendo comida a domicilio y escribiendo en las redes, pues muchos hubieran dicho que el presente es distópico.
P. O pagando con bitcoins.
R. Los bitcoins son un regalo que le ha dado Dios a los nerds por todos los palos que se han llevado en su vida.
P. Mucha tecnología, pero el núcleo de la novela tiene mucho que ver con la relación del protagonista y su hija.
R. Hay un remordimiento del personaje, que ha dejado aparte su labor como padre para poder conseguir un logro prodigioso para la humanidad. Es un tema que me apasiona. Recuerdo que leí las declaraciones de la primera mujer de Stephen Hawking, en las que decía que él había sido muy cruel con ella. La palabra que usó fue cruel. Y yo pensé, seguramente habrá un montón de hombres y mujeres en el mundo que habrán sido fatales seres humanos, pero que habrán logrado cosas que nos hacen mejores. Es una contradicción… inquietante. Y hay que explotarla.
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