Las vocales no se comen…

Annabelle_Jast

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Me adelanto a los lectores que hayan pensado en un uso del presente como «imperativo» (como cuando se ordena a los niños «eso no se toca» o se avisa a los mayores que «con las cosas de comer no se juega»), que nada más lejos de mi intención. Además, de nada serviría.Aunque salta al oído de cualquiera que se pasee por Andalucía que no todos los hablantes, ni mucho menos, «alteran» y se «comen» en igual medida sonidos (no «letras», como a veces se dice), la «fama» sigue ahí. El segundo verbo, por cierto, es inapropiado, sobre todo el segundo, pues no conozco a nadie que haya tenido una mala digestión por haber «tragado» o «engullido» sonidos, simplemente no se emiten, por lo que no se oyen. A pesar de que con vocalizar y vocalización no nos referimos sólo a la articulación clara de las vocales, sino también a la de las consonantes -en realidad, a las combinaciones de unas y otras-, empezaré por las vocales, cuyo cuadro -por su nitidez tímbrica- es «envidiado» por los hablantes de lenguas como el francés o el inglés.Una sobrina, licenciada en Periodismo, afincada desde hace tiempo en la localidad malagueña de Alhaurín el Grande, me suelta -como muestra de «lo mal que hablan en este pueblo»- lo que acaba de oír: «yo no t´á disho eso» ¿Y cómo reaccionó la interlocutora? le pregunto. Me responde que con «entonce ¿qué m´ah disho?». Y como en esto no aprecia nada reprochable, habrá que pensar que su juicio valorativo sobre las dos «e» pronunciadas como una «a» no es aplicable a otros encuentros de vocales. Pero la cosa no es tan sencilla.Si son de distinto timbre, no o apenas «chirría» la permanencia únicamente de la más abierta: «se lo ha» > /se l´á/, «¿no te has fija[d]o?» > /¿no t´áh fihao?/, /¿qué l´a[n] esho?/... Algo hace torcer el gesto oír «yo no l´ó vihto, dehe luego por aquí n´á pasao». Y más aún /¡ara voy!/, sobre todo si el contacto vocálico es consecuencia de la «caída» de una consonante intermedia: /¿ánde vah?/ («¿a dónde vas?»). En el caso de que ambas sean cerradas, no goza de gran aceptación su reducción generalizada: muy >/mú/. Y si se suma algún otro rasgo fonético, como el seseo, puede peligrar la comprensión. En una comida prevista con Octavio Paz (en Córdoba, años 80), uno de los comensales se presentó dos horas antes, al haber entendido, al llamar al restaurante, que la mesa estaba reservada para «las dosimedia» (12:30), en lugar de «las dos y media». Si son del mismo timbre, la realización como una sola pasa desapercibida, como en «te he dicho» > /t´é disho/ (en «cara [a] cara» no se oye más que una /a/), pero tampoco da igual que el contacto se produzca por la «desaparición» de la consonante intercalada, como en /tó pa ná/ < todo para nada (en que «cae» la mitad del material fónico). Pero volvamos al inicial /[yo] no t´á disho/ (´no te he dicho), que «suena» incluso peor que minimizar ¿te quieres ir ya? en /¡¿tequíya?! a lo que me referiré después. Que esas «deformaciones» y «recortes» se oigan con intensidad en la región andaluza (acabo de oír «tó lo qu´ah esho´[e]h pa na / y por mu borrico que te ponga[h], no te vah salí con la tuya») no significa que sean exclusivas o «propias» del habla andaluza. Como tampoco lo es mudar la posición de una vocal (/naide/), convertir un diptongo en una vocal que no coincide con ninguna de las dos que lo integraban («pues»>/po/), el cambio de timbre de una de las dos vocales no contiguas pero próximas («polígAno»), etc. Y como, ya lo he dicho, hay mucha diferencia entre uno andaluces y otros en la práctica de cualquiera de los hábitos articulatorios que se les atribuyen, habrá que repetir que el andaluz no es un español, no ya «mal hablao», ni siquiera «mal pronunciao».No hay lengua en la que hayan dejado de producirse alteraciones y acortamientos fónicos. Sin salir de las descendientes del latín, en que ya no se tiene que elegir el «caso» que corresponde a cada función (PETRAM, PETRAE, PETRIS…), la forma única resultante diptonga la vocal primera en español (piedras), italiano (pietre) y francés (pierres), pero en esta última no suena (¿se la «han comido»?) la segunda. En la lengua, el hecho social «por antonomasia», casi todo se evalúa. Pero las comunidades idiomáticas han ido tomando conciencia de las ventajas de contener o frenar algunos cambios o «pérdidas». Y la escritura, que no surgió ni fue ideada para representar gráficamente el habla, pero sí, desde muy pronto, la pronunciación, si bien no detiene, ni mucho menos, los procesos evolutivos, ha sido el más importante medio para embridar el caballo desbocado de la dispersión de desarrollos dispares y divergentes, que pueden ser, como se ha visto, hasta una amenaza para la comunicación. En Andalucía, como en todas partes, a medida que se ha ido venciendo el hambre real y ha ido extendiéndose y avanzando la instrucción idiomática (oral y escrita), se va «aplacando» la propensión a «comerse» (o «mutar») sonidos. Haber logrado, tras siglos de tanteo, un sistema único y común de escritura en español es una extraordinaria conquista, a la que los andaluces, entre los que disminuye -y ¡a qué ritmo!- el número de «acomplejados» por su pronunciación, no van a renunciar. Ignoro si sabe escribir la malagueña que dijo «yo no t´á disho eso», pero estoy seguro de que ningún interés tendrá en ponerlo así por escrito. No están los tiempos para experimentar con ensayos de «escribir en andaluz». Porque si, al hablar, no en toda variación está el gusto, pretender que cada hablante acomode la escritura a sus hábitos articulatorios es una simple estupidez. Lo dicho de las vocales vale para las consonantes, de las que hablaré otro día.SOBRE EL AUTOR Antonio Narbona Catedrático Emérito de la Universidad de Sevilla y Vicedirector de la RASBL

 

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