A algunas personas les toca vivir pesadillas que han soñado otros. Leo estos días las crónicas que envía Jesús A. Cañas desde Cádiz contando la persecución que sufrió el bravo militante ecologista Juan Clavero y revivo algunas de las pesadillas más persistentes que me han acompañado en mi vida, algunas soñadas y otras vívidamente imaginadas con los ojos abiertos cada vez que he pasado junto a los guardias en un puesto fronterizo, o cuando llegaba a Nueva York y tenía que hacer frente a los funcionarios de Inmigración, incluso yendo por la calle y viendo a unos policías nacionales apostados en una esquina, con esos fusiles tremendos que llevan a veces, y que con frecuencia contrastan con sus expresiones apacibles, sobre todo si los policías son mujeres. Siempre pienso que me van a detener, o me van a pedir papeles que no llevo conmigo. El proceso es, con diferencia, una de las novelas más terroríficas que he leído. La cara de nobleza vulnerada y puro espanto de Henry Fonda en Falso culpable, una de las pocas películas de Hitchcock en las que hay una intensidad emocional verdadera, despierta en mí, y seguro que en personas menos medrosas que yo, el miedo primario a la persecución y el castigo, la conciencia de la fragilidad del ser humano desvalido frente a los poderes monstruosos que pueden aplastarlo.
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Las pesadillas de los inocentes
Cuanto más cruda es la evidencia del cambio climático y el despilfarro de recursos naturales, mayor se vuelve la agresividad contra activistas como Juan Clavero
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