‘Las ocasiones’: ¿conoce usted a Rubén Lardín?

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Leer a Rubén Lardín (Barcelona, 1972) es como mirar varias cosas (cosas muy buenas, se entiende) al mismo tiempo. El regreso inesperado del grupo La Buena Vida, un vídeo de la actriz Drew Barrymore celebrando la lluvia en sus redes, cómo alguien corta jamón serrano a cuchillo y lo hace con maestría. El silencio. La mítica fotografía de Ignacio Aldecoa con las cejas a su aire, un aparte vigoroso del Miguel Espinosa de La fea burguesía.

Las ocasiones,
el último libro de Lardín, editado magníficamente, por cierto, por la riojana Fulgencio Pimentel (al igual que La hora atómica, de 2017) es un compendio de trastornos humanos que, gracias a Dios, disfrutan de múltiples remedios. Y, en caso de no haberlos (porque a veces no haylos), el autor se los inventa con generosidad y entretiene al lector mientras espera el final, como todo hijo de vecino. Sobre todo, y más importante, Rubén Lardín no carga al lector con las inconveniencias de algunas primeras personas lacrimógenas, sino que te obsequia con la presencia de alguien que, pese a ser de papel, podría ser tu amigo.

A Lardín le da tiempo en la escritura a amar y a aburrirse, o sea, a vivir y a hacerlo con albedrío, ja, ja, honestidad. Su estilo, impecable (¡dilo!), no es torrencial ni barroco, pero termina condensando en su escritura los grandes paradigmas a los que nos enfrentamos, los retos, la incertidumbre para hacer desde sus cuadernos una crítica a la mundanidad y una alabanza de lo cotidiano. Su prosa está acompañada de hits cinematográficos, de la obra de algunos artistas plásticos del cómic y de la falta de influencias, más allá del clima de la ciudad por la que camina.

Si usted espera vísceras a la hora de hablar de uno mismo, y de cómo ha decidido conducir su vida, cierre este libro y viaje al siglo XVI español, que es de donde vienen estos barros picarescos. Lardín disfruta de la sobriedad por escrito de una sacudida de un pavo real del Palacio de la Granja de San Ildefonso, que solo un respeto urgente hacia los lectores provee. El chiquito barcelonés no se ríe de ti, se ríe contigo en sus reflexiones sobre modernidad y civilización en plan narrativo, pero sin caer en el ombliguismo, es decir, vagabundeos frugales sobre cuestiones muy íntimas. Porque la escritura es lo que sucede cuando tienes un sinfín de cosas que hacer.

Resulta complicado decir que su libro (y más de un libro escrito, como se indica, en unos cuadernos) va de esto o de aquello. Que si un tipo se muda de Barcelona a Madrid y visita París. Que si un señor frecuenta con asiduidad amistades que pueden existir o no. Que si un ciudadano se escuda en la lucha de clases para iniciar una nueva religión monoteísta: la de confesarse preso de su tiempo. Que si ese del que usted me habla folla descriptiva y afectuosamente y escribe poemas hermosos de amor. De este inventario antipequeñoburgués —qué palabra tan larga— se admite todo o no se admite nada. O compras al tipo con sus humores o lo dejas descansando en el escaparate de la civilización..

Las ocasiones es un all-you-can-eat del palabrerío menos porque sí del mundo, y una sabe que está frente a un buen libro porque dice las palabras mágicas, un conjuro vasodilatador: “Vivir con uno mismo es también vivir en sociedad”. El autor es el mago y un sentimental.

Si usted no conoce a Rubén Lardín, se lo recomiendo. Si usted ya conocía a Rubén Lardín, diremos que usted me lo recomendó y que luego se lo volví a recomendar a usted mismo porque lo olvidé. Ojalá no haber leído a Rubén Lardín para poder leer a Rubén Lardín.

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