Las noches de tal y tal

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Con ese título «presentaba» hace más de treinta años un programa televisivo (seguro que no pocos lo recuerdan) Jesús Gil y Gil, alcalde de Marbella, Presidente del Atlético de Madrid (como escribía hace unos días un colaborador en este mismo diario, se fue haciendo -a golpe de talonario- con los jugadores más «rentables» del momento)…, pero también tristemente famoso por sucesos como el derrumbe de un restaurante en una urbanización por él promovida en Los Ángeles de San Rafael, en que murieron casi sesenta personas. El uso constante que de la muletilla «y tal (y tal)» hacía tan singular personaje (no ha dejado de aparecer en los medios desde entonces una imagen en que aparecía semidesnudo en una enorme bañera, rodeado de despampanantes señoritas ligeras de ropa) y su desparpajo atrapaban a una gran audiencia. Pese a que lo que acabo de recordar invitaría a huir de su empleo, el latiguillo se sigue oyendo machaconamente. No me atrevo a trazar un perfil de sus usuarios, pero el hecho de que hasta el Académico y columnista A. Pérez-Reverte lo utilice por escrito hace pensar en hablantes con no escasa competencia idiomática. Así evoca su situación por haber osado sacar unas fotos cuando cubría la guerra civil de Nicaragua en 1979: «Estamos en el quinto carajo, no hay más testigos que sus hombres, en cuanto pueda me pegará un tiro y luego dirán que me apiolaron los guerrilleros, que caí en un tiroteo y tal». Puedo añadir que, en el ámbito de mis amistades, lo oigo una y otra vez en la conversación. En lugar de aducir ejemplos, que me dejarían sin espacio, ya que habrían de ser glosados y contextualizados, pido a los lectores que, en sus charlas habituales, presten atención y comprueben hasta qué punto está vivito y coleando. Y no les encargo que traten de averiguar su significado, porque casi nadie le encomienda función ni papel alguno en el fluir enunciativo, ni siquiera se tiene conciencia de estar insertándolo en cualquier punto de su intervención. A lo sumo cabe sospechar que se valen de él como un recurso más para no perder el hilo ni el turno de palabra. La copulativa «y» carece de valor coordinante, ya que «tal» no puede agregarse realmente a lo que precede: «estábamos tomando una copa y tal, y se acercó X…»). Aunque de casi todas las formas que se tildan de «superfluas» los gramáticos suelen decir que «afean la dicción» y hasta acaban siendo «chocantes», no he percibido que «y tal» chirríe demasiado ni sea censurada por los oyentes, ni siquiera que contribuya a la pesadez del discurso. Se diría que no se «ve con malos ojos» (oídos, más bien) el que se aproveche la «comodidad» de un «comodín» que para (casi) todo «sirve».Es posible que parte de su «éxito» se deba a que «tal» (de imposible categorización, de ahí que se califique de adjetivo, pronombre, adverbio…) se descarga con facilidad de su primitivo significado «comparativo» y se convierte en un mero indefinido. De ahí que forme parte de tantas y tan variadas expresiones formulísticas, con o sin su correlativo «cual»: «tal y cual» «tal para cual» «¿qué tal [estás]?» «de tal palo, tal astilla», «con tal (de) que», etc., cada una con su particular «historia», que no creo interese mucho a los lectores. Quizás sí tengan curiosidad por saber a qué se debe que se eche mano continuamente de una expresión que parece no aportar nada. Pero ¿seguro que «sobra»? Hay que torcer el gesto cada vez que se dice de algo que está «de más» en una actuación oral. Desde un punto de vista meramente informativo es muchísimo lo «prescindible», al no añadir «novedad» alguna ¿Por qué, por ejemplo, en lugar de «voy», desplegamos toda una batería reiterativa, «que sí, hombre, que voy, seguro que voy, no te preocupes, que allí estaré»? Como la muleta al torero, las muletillas o latiguillos (las definiciones de ambos diminutivos en los diccionarios casi son intercambiables) sirven de apoyo a los hablantes, y los hay que no pueden avanzar un paso sin ellos. Tuve un profesor de Biología durante el curso Preuniversitario, en el Instituto de Osuna (Sevilla), que no podía decir más de cuatro palabras seguidas sin que una de ellas fuera «precisamente» (que reducía fonéticamente hasta dejarla en /sisame[n]/). Caso extremo, sí. Pero ni se les ocurra decir a su interlocutor/a que no le hace falta el 95% de los «y tal» con que salpica la conversación. Es posible que pierdan un/a amigo/a, y no están los tiempos para quedarse sin un «tesoro» por un quítame allá un «y tal». Porque por derrochar expresión verbal nada suele perderse, y algo se puede conseguir. Eso sí, por mucho que a Gil y Gil le supusiera una publicidad gratuita con que no contaba, el tintineo continuo y sin venir a cuento de «y tal» no resulta placentero al oído, por lo que algunos saldrían beneficiados recortando la utilización constante de tal expresión. Precisamente porque no hay mayor reino de la libertad que el del lenguaje, al compartirse todo en el hecho social por antonomasia, hay que procurar no «cansar» a los oyentes.SOBRE EL AUTOR ANTONIO NARBONA Catedrático Emérito de la Universidad de Sevilla y Vicedirector de la RASBL

 

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