Las formas sí importan

Corrine_Rohan

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LAS grandes fortunas de Sillicon Valley han persuadido al mundo de que las formas no son importantes. Y no solo nos han convencido de que las formas no suman, sino que nos han hecho creer que en realidad restan. Lo informal es lo que hoy tiene prestigio. En el lenguaje y en el vestuario, todo empuja hacia lo relajado, lo distendido, lo espontáneo. Compórtate como si estuvieras en casa o en el bar con tus amigos. No pasa nada si acudes a la oficina como si acabaras de levantarte. Todo vale, porque lo externo es mera apariencia, el hábito no hace al monje, y lo importante es producir mucho, aunque sea en bermudas y chanclas. Decir tacos en público siempre está permitido, es tomado incluso como signo de autenticidad, da igual donde se digan. Alguien que no tiene filtros en el vocabulario es alguien en quien se puede confiar, porque se muestra tal como es. Un tipo auténtico, genuino, sin doblez, merecedor de estima. Al héroe de las series norteamericanas, el «f*cking» no se le cae nunca de la boca, ni siquiera en los ambientes más formales. Al contrario, es en esos contextos donde ese héroe se muestra más deslenguado, más provocador, más ídolo para todos los televidentes, pues su conducta, supuestamente auténtica, transmite personalidad y rebeldía.Una vez conocí a un joven emprendedor malagueño, gran admirador de estas «rock stars» del emprendimiento californiano, que decía que él nunca se ponía corbata, «ni para ir a una boda». Y pensé que, lejos de transmitir carácter, esa decisión-pose, rebelaba probablemente una importante falta del mismo, además de un incontinente amor propio. Sin embargo, he de reconocer que ese desprecio por las formas (que en realidad puede llegar una obsesión por las formas vuelta del revés, como en este empresario sin corbata) está socialmente muy extendido. No solo se aprecia en los ambientes de trabajo, sino en los de ocio y en la propia calle. Comparar una fotografía de hoy con una fotografía de ayer de la calle Sierpes, por ejemplo, es atestiguar una diferencia abrumadora de estilo en la formalidad del vestuario. Y si las fotografías hablaran, la diferencia en la corrección en el lenguaje que podríamos apreciar sería aún mayor. Prácticamente no hay atmósfera que se escape de esta impronta relajada. Ni siquiera los mejores hoteles de esta ciudad, los más exclusivos, están libres de chándales y sudaderas. Obviamente, mi opinión es la contraria. Estoy convencido de que las formas sí importan y de que la corrección en el vestir y en el vocabulario denota no sólo la dignidad que nos concedemos sino sobre todo la que concedemos al interlocutor que tenemos enfrente. Si nos presentamos en una boda en zapatillas y vaqueros, cuando todos los invitados van en traje y corbata, lo que hacemos sencillamente es situarnos en un plano de superioridad y mostrar a los demás nuestra indiferencia y falta de empatía. Del mismo modo, cuando en una atmósfera de trabajo o de ocio ignoramos el tono general de las formas que allí se respira, damos síntomas muy claros de que nuestro propio interés y estilo personal es el único que nos concierne. Vistiendo y hablando correctamente, en cambio, nunca rebajamos a nuestro interlocutor. Incluso si él se presenta aderezado de manera informal, nuestra formalidad lo elevará y le hará ver que le conferimos la mayor dignidad. Nunca se debió consentir que los profesores fueran vestidos como los alumnos, en lugar de promover que los alumnos quisieran imitar a los profesores. Buscando quizás la cercanía, desembocamos en la vulgaridad.Denigrar las formas es una forma falsa de rebeldía y/o proximidad que solo sirve a la larga para degradarnos. Recuerdo la durísima reprimenda que, hace ya tiempo, dedicó Enmanuel Macron a un muchacho adolescente que en un acto oficial le llamó Manu. No, las formas nunca deben perderse y quienes ostentan algún tipo de liderazgo –políticos, empresarios, directivos, catedráticos, profesores…- tienen la responsabilidad de preservarlas. No podemos malinterpretar la cercanía, que no es en absoluto incompatible con la corrección y la contención, e incluso a veces la exige. Les recomiendo la serie británica Endeavour, ambientada en Oxford, en la que se cuenta la hermosa relación de tutelaje que se entabla entre un detective (Morse) y su superior (Thursday). El respeto a las formas de ambos es el sustento mismo de la relación de amistad y admiración que los une. La idea hoy general de que las formas no importan es falsa y merece ser rebatida y discutida. También la de que podemos y debemos comportarnos siempre de la misma forma, allí donde estemos, igual en casa con nuestros hijos, que en el bar con unos amigos, que en el trabajo con nuestros empleados. Cada ambiente exige su propio protocolo y dignidad, la cual debemos respetar, no solo para respetarnos a nosotros mismos, sino sobre todo para respetar a las personas que tenemos enfrente.SOBRE EL AUTOR FRANCISCO J. FERNÁNDEZ Abogado y doctor en Derecho

 

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