Marco pasó parte de su infancia y adolescencia en un centro para menores tutelados. Cumplidos los 18, tuvo suerte y consiguió plaza en un piso tutelado, pero ese recurso no es infinito y un año y medio después se topó con el abismo, como tantísimos jóvenes que salen del sistema de protección. La suerte de Marco, que usa un nombre ficticio, fueron Paloma Delgado y Ángel Cabello, un matrimonio con el que él había pasado varios veranos en el marco de un programa de la Comunidad de Madrid para que los niños que viven en residencias puedan disfrutar los meses de vacaciones en una familia. Desde el pasado septiembre, son seis en casa: los padres, los tres hijos de la pareja y Marco. Él es un miembro más del hogar. Pero no hay ni un solo documento que lo atestigüe. Como tampoco hay ninguno que acredite que Eva, que también usa un nombre ficticio, y su marido han acogido a una decena de personas que se encontraban en situación vulnerable a lo largo de tres décadas. Son solo dos ejemplos de fórmulas de convivencia más allá de la pareja que están en una especie de limbo: se dan de facto, pero sobre el papel no existen.
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