Laurence_Bogan
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Las primeras palabras, pronunciadas por una voz desde fuera, con la imagen al fondo de una madura mujer levemente desenfocada y dos chicas jóvenes en primer plano, flanqueando la figura materna, las tres mirando a cámara, impresionan: “En esta película intentaré contar la historia de las hijas de Olfa. Olfa tiene cuatro hijas. Las dos pequeñas, Eya y Tayssir, aún viven con ella”. Pausa de unos cinco segundos. Cambio de plano: ahora es la madre la que está en primer término, cabizbaja, cuerpo nervioso, en tensión, con dos figuras femeninas al fondo: “A las dos mayores, Rahma y Ghofrane, se las comió el lobo”.
Las cuatro hijas, película de la tunecina Kaouther Ben Hania, estrenada en la sección oficial del festival de Cannes y candidata al Oscar al mejor documental (aunque no lo sea del todo en muchos sentidos), empieza como un tiro. Como uno de esos crueles cuentos tradicionales que han ido atravesando el tiempo de generación en generación para avisar a los niños de los males y los peligros a su alrededor. Quien habla en off es la propia directora, que pronto desvela su arriesgada, casi insólita sistemática narrativa. A las dos hermanas mayores, engullidas por el lobo, las interpretarán dos actrices. A la madre, en las secuencias en las que la dureza de los recuerdos pueda enturbiarla, también la interpretará otra profesional. Mientras, un actor hará varios papeles de hombre a lo largo del relato, entre ellos, el progenitor abusador de las chicas. Las tres personas reales, la madre y las dos hijas pequeñas, establecen contacto, conversaciones y hasta representaciones con las de ficción. Así escrito, puede costar comprenderlo. En pantalla se entiende todo. Para mal. Porque poco o nada funciona, al menos en la primera hora y pico de metraje. La metodología, en la teoría, es valiente y sorprendente. En la práctica, está cerca del desastre.
Puede parecer que se establece una reflexión acerca de la representación del drama y la tragedia en una pantalla, pero no la hay en absoluto. Solo una especie de teatrillos, de juegos metacinematográficos en los que se mezclan las risas desinhibidas y los llantos sinceros por el mal recuerdo. Momentos llenos de redundancias entre texto e imagen. Ensayos y fingimientos casi risibles, como la negativa de las actrices a “decir palabrotas” en su rememoración de los peores momentos en la casa familiar. Banalizaciones, como la secuencia en la que recuerdan su pasado como majorettes. Y, en el peor instante, algunas tomas falsas, con el bigote del actor masculino despegándose entre risas. La forma se está comiendo el fondo. Apenas hay información: tarda bastante en saberse que son tunecinas, y mucho más en conocer el destino de las mayores, que aunque se desvele en la mayoría de los textos informativos y críticos sobre la producción, y es posible que se vea venir, aquí nos empeñaremos en ocultar porque, al fin y al cabo, es la mejor parte de la obra: la media hora final, en la que todo se encarama.
La ambigua actitud de la madre, también maltratadora, es muy sugestiva en lo cinematográfico: “Le arranqué un mechón de pelo [a tirones] y la molí a palos. ¡La molí!”. Y las explicaciones sobre el proceso de radicalización política y religiosa, la atracción por lo prohibido tras la Primavera Árabe y la Revolución del Jazmín, entre 2010 y 2012, y la reaparición de las hermanas mayores, en la boca del lobo, provocan que la película, por fin, levante el vuelo. Incluso hasta lo emocionante.
Desigual en sus resultados y suicida en sus formas, Las cuatro hijas es una montaña rusa. Cuando parece que no queda más que estamparse contra el suelo, revive milagrosamente y puede dejar cierto poso. Pero la primera hora es infame.
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Las cuatro hijas, película de la tunecina Kaouther Ben Hania, estrenada en la sección oficial del festival de Cannes y candidata al Oscar al mejor documental (aunque no lo sea del todo en muchos sentidos), empieza como un tiro. Como uno de esos crueles cuentos tradicionales que han ido atravesando el tiempo de generación en generación para avisar a los niños de los males y los peligros a su alrededor. Quien habla en off es la propia directora, que pronto desvela su arriesgada, casi insólita sistemática narrativa. A las dos hermanas mayores, engullidas por el lobo, las interpretarán dos actrices. A la madre, en las secuencias en las que la dureza de los recuerdos pueda enturbiarla, también la interpretará otra profesional. Mientras, un actor hará varios papeles de hombre a lo largo del relato, entre ellos, el progenitor abusador de las chicas. Las tres personas reales, la madre y las dos hijas pequeñas, establecen contacto, conversaciones y hasta representaciones con las de ficción. Así escrito, puede costar comprenderlo. En pantalla se entiende todo. Para mal. Porque poco o nada funciona, al menos en la primera hora y pico de metraje. La metodología, en la teoría, es valiente y sorprendente. En la práctica, está cerca del desastre.
Puede parecer que se establece una reflexión acerca de la representación del drama y la tragedia en una pantalla, pero no la hay en absoluto. Solo una especie de teatrillos, de juegos metacinematográficos en los que se mezclan las risas desinhibidas y los llantos sinceros por el mal recuerdo. Momentos llenos de redundancias entre texto e imagen. Ensayos y fingimientos casi risibles, como la negativa de las actrices a “decir palabrotas” en su rememoración de los peores momentos en la casa familiar. Banalizaciones, como la secuencia en la que recuerdan su pasado como majorettes. Y, en el peor instante, algunas tomas falsas, con el bigote del actor masculino despegándose entre risas. La forma se está comiendo el fondo. Apenas hay información: tarda bastante en saberse que son tunecinas, y mucho más en conocer el destino de las mayores, que aunque se desvele en la mayoría de los textos informativos y críticos sobre la producción, y es posible que se vea venir, aquí nos empeñaremos en ocultar porque, al fin y al cabo, es la mejor parte de la obra: la media hora final, en la que todo se encarama.
La ambigua actitud de la madre, también maltratadora, es muy sugestiva en lo cinematográfico: “Le arranqué un mechón de pelo [a tirones] y la molí a palos. ¡La molí!”. Y las explicaciones sobre el proceso de radicalización política y religiosa, la atracción por lo prohibido tras la Primavera Árabe y la Revolución del Jazmín, entre 2010 y 2012, y la reaparición de las hermanas mayores, en la boca del lobo, provocan que la película, por fin, levante el vuelo. Incluso hasta lo emocionante.
Desigual en sus resultados y suicida en sus formas, Las cuatro hijas es una montaña rusa. Cuando parece que no queda más que estamparse contra el suelo, revive milagrosamente y puede dejar cierto poso. Pero la primera hora es infame.
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‘Las cuatro hijas’: el lobo que se comió a dos jóvenes mujeres en el documental tunecino candidato al Oscar
Desigual en sus resultados y suicida en sus formas, el filme es una montaña rusa. Cuando parece que no queda más que estamparse contra el suelo, revive milagrosamente
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